18: "La barrera del tiempo" (+18)

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El tiempo puede ser el peor enemigo y al mismo tiempo nuestro más grande aliado; las horas se convirtieron en días, los días en semanas y las semanas en un mes; la vida transcurría de forma lenta y placentera a lado de Samuel, desde aquel día en que me había contado sus motivos para ser escritor, no había dejado de soltar de a poco las piezas que componían su vida:

Era hijo único al igual que Mateo, por lo que ambos se habían tratado siempre como hermanos más que como primos.

Su madre era maestra de música y una pianista prodigiosa (así lo recordaba él), en su tiempo libre solía pintar y aunque sabía que ninguna de sus pintura llegaría a estar en una galería jamás, el padre de Samuel se había dedicado a encontrarles un lugar en cada pared de la casa.

Su padre era arquitecto, él mismo había diseñado y vigilado la construcción de la casa donde vivían, la mayor parte del tiempo la pasaba viajando entre Madrid donde tenía su oficina y Barcelona; lo que más amaba en el mundo era a su madre y a él. Lo que más recordaba de su padre, eran las tardes del fin de semana, cuando lo llevaba en largas caminatas por el bosque y le contaba algún dato curioso sobre alguna planta, o animal que encontraran por el camino, seguido de una carrera nadando por el lago, en la que Samuel ganaba siempre de manera misteriosa.

Sus dos padres habían fallecido en un accidente automovilístico al derrapar en el pavimento mojado de regreso a casa, Samuel tenía apenas 15 años, por lo que su abuela se hizo cargo de él desde ese momento hasta hace 5 años, cuando había fallecido. Odiaba recordar aquel tema, nunca lo mencionaba, sabía que cualquier persona podría sacar provecho de ello y eso le repugnaba... yo no era cualquier persona.

Antonio vivía con él y su abuela desde el día de la muerte de sus padres, cuando su abuela falleció no pudo abandonarlo, poco después lo había convencido de quedarse argumentando que alguien debía cuidar la casa durante sus ausencias, Espartaco y su jardín eran solo 2 motivos agregados, en realidad lo necesitaba para no sentirse solo, él había sido el abuelo que jamás había conocido y casi un padre desde los 15 años.

Siempre había sido un niño solitario, disfrutaba de jugar solo, el resto de niños le miraban como bicho raro, algo que lo había obligado a aislarse aún más, Ismael fue su primer amigo, se habían conocido en el patio de la escuela con apenas  7 años, él venía de Grecia y su español era el peor del mundo, Samuel aunque no siempre entendía a qué se refería había sido el único que no se burlaba y además había ayudado a que aprendiera el idioma y a comunicarse, desde entonces fueron inseparables; Ismael lo había enseñado a andar en bicicleta a cambio de clases de natación, Ismael fue el primero en saber sobre las preferencias sexuales de Samuel el día que con 17 años lo había descubierto besando a uno de los chicos del club de lectura al que pertenecían, un chico que "ni siquiera era guapo" según había comentado Ismael.

Escucharlo se había convertido en mi pasatiempo favorito, verlo hablar, detallar cada una de sus expresiones y descubrir sus sentimientos a través del tono de su voz, de los cambios en su rostro que cada vez me parecían menos sutiles y más evidentes, cada día obtenía una pieza más de su vida y me sumergía cada vez más en él, disfrutando de cada instante.

Sus palabras y muestras de afecto dejaron de ser extrañas para mí y con el paso de los días la palabra "amor" seguida de su nombre o en ausencia de él fluía de manera más sencilla entre mis labios; sus besos eran una adicción para mí y sus abrazos el complemento perfecto de los paseos, o las noches antes de dormir. En el fondo sabía perfectamente que todo esto era como vivir en una burbuja fabricada por ambos, en la que todo era perfecto y simple, sabía que afuera de todo esto, la vida seguía su curso, pero nada de eso me importaba, ya no.

Las musas de Samuel de Luque (Wigetta) #FL2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora