El chico suspiró —Lo siento— sonreí a medias sin quitar la vista de en frente —Por haberme portado como un tonto cuando tú me ofrecías tu amistad.

Esta vez giré a verlo. Se veía tan diferente, aquella expresión de pánico y tristeza había sido cambiada por una de confianza y egocentrismo. Sus ojos brillaban con una gran intensidad y sus labios rosados y carnosos estaban entreabiertos.

Me acerqué a él y como lo había hecho cuando regresó, toqué delicadamente la cortada que tenía en su labio, arrugué la frente y examiné su rostro. Grabándome cada detalle. Cada peca, cada rasguño, cada maldita perfección.

Sonreí y recargué mi cabeza en su hombro. Respiré con fuerza y tomé su mano entrelazándolas.

No hacía falta decir nada más. Ya nos habíamos dicho todo sin siquiera mirarnos. Agradecía que Edmund me leyera de esta manera. Porque estar con él de esta manera es muy especial, es mágico.

La noche me llegó por sorpresa, y sí. Edmund tenía todo que ver en esto. Haber pasado el tiempo con él, de alguna forma me hacía sentir como si el mundo se detuviera y solo nosotros dos existiéramos. Tan irreal como la posibilidad de no encariñarme con las pequeñas y adorables pecas que adornan su nariz.

Me giré en la cama una vez más tratando de dormir. Mi mente no estaba en la tierra, estaba pensando en tantas cosas a la vez, Edmund, la bruja, los hermanos Pevensie y en mis padres... no podía pensar en ellos. Mi padre en la guerra y mi madre sola. Eso solo hacía que las cosas empeoraran.

—Susan— le susurró Lucy a su hermana mayor.

En realidad mi curiosidad siempre es más fuerte que mis ganas de dormir, pero esta vez no era así. Así que me hice la dormida. Un suspiro involuntario salió de mi boca cuando las chicas se fueron.

Después de unos minutos los pensamientos al fin se fueron y el cansancio me ganó, finalmente iba a poder descansar para el gran día que nos espera mañana.

Un delicado toque en mi rostro me despertó de golpe. Tomé la daga que estaba en la mesita de noche para defenderme del intruso, con los ojos bien abiertos, alerta y sin entender que es lo que pasaba.

La silueta de una mujer comenzó a formarse, los pétalos diseñaron las delicadas curvas de una alta mujer. No tardé mucho en entender que era la misma mujer a la que Lu y yo saludamos al llegar al campamento.

La mujer se inclinó, mostrando respeto y luego me extendió su mano. Antes de poder tomarla, se esfumo en el aire indicándome el camino.

Tomé con más fuerza la daga y me bajé de la cama, siguiendo los pasos de aquella misteriosa criatura.

Me guío hasta la carpa de los hermanos Pevensie, guardando total silencio entré.

El primero en despertar fue Peter, los rosas pétalos que conformaban a la mujer le rosaron la mejilla. Como era de esperarse se despertó alarmado y apuntó a la mujer que ya se estaba formando.

Por la forma en la que miró sabía que su sentido de alerta estaba activado, le sonreí tranquila. Edmund despertó y me miró.

—No teman majestades— nos dijo —Sus hermanas me envían con una terrible noticia.

Miré al menor preocupada y la culpa llegó. Tal vez la razón por la cual las hermanas abandonaron la carpa era algo importante y mi egoísmo superó eso.

Pero... como podría yo saberlo.

No había parado de comerme las uñas y Edmund se había dado cuenta, ni si quiera pude responderle cuando me preguntó qué era lo que me ocurría.

Puse toda mi atención a Peter, quien acababa de salir de la gran tienda que era como alcoba. Por la cara que tenía de inmediato supuse que nada bueno.

—Es cierto. Murió.

Como podía evitar esa culpa que llevaba dentro. Nuestro gran rey había muerto y tal vez y solo tal vez pude haber hecho algo. O tal vez no. Tal vez ese era su destino. No podía estar segura.

De lo único que estaba cien por ciento segura era que, Aslan no lo merecía. Sin embargo, agradezco infinitamente que le haya salvado la vida a Edmund.

—Tendrás que ser el líder— le dijo Edmund a su hermano. Peter lo miró no muy confundido, no imagino como debe sentir ahora, pero ni si quiera hay tiempo para compadecerse. —Peter hay todo un ejército allá afuera que está listo para seguirte.

—No puedo hacerlo— dijo decaído.

—Aslan confiaba en ti. Y yo también.

Miré a Edmund, una vez más estaba orgullosa de él. Al parecer ya tiene la respuesta correcta a todos los problemas.

—Narnia te necesita— le sonreí dulcemente a Pet, sabía que lo apoyaba —Estamos contigo.

Peter nos miró, y esta vez ya no había cobardía en su mirada. Esta vez, se sentía fuerte y capaz de sobrellevar la maldita guerra.

—El ejército de la bruja se acerca señor ¿Qué ordena?

Peter miró el mapa, teniendo clara su estrategia. 

(...)

Esta es la gran historia de cinco chicos que no eran nada en su mundo real. Pero cuando los reflectores se apagan y la escena está lista, estas perfectas estrellas salen a demostrarle al mundo que se equivocan. Que pueden serlo todo sin ser nada. Que van a ganar la guerra y demostrarle a su pueblo que darían la vida por su libertad, con valentía, con abnegación, dando razones justas, siendo benevolentes con sus enemigos y los magníficos reyes que todos saben que son.

Mentiría si les dijera que no estoy aterrada, la verdad estoy muerta de nervios, soy un manojo de inestabilidad emocional. La guerra está a punto de estallar.

Sé de alguna forma que esto marcará mi vida, que le dará un sentido para pelear y no rendirme ante nada. No necesito parecer fuerte, pues yo sé que lo soy.

Con un veloz movimiento tomo la mano de Edmund que está a mi lado. Estaba en lo más alto de la colina con los arqueros y este puesto me gustaba más que nada, porque puedo proteger a Edmund y ver si Peter se encuentra en peligro.

Vi como el grifo le da información a Peter, quien, lleno de valentía está a la cabeza junto con el centauro más leal que conozco.

La guerra estaba por comenzar y me temo que no hay marcha atrás. 

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NARNIA «Edmund Pevensie»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora