CAPITULO 40: Del dolor de los recuerdos

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Los personajes empleados en este escrito pertenecen a J. K. Rowling


Habían caminado discretamente por muchas de las salas del castillo, tantas cosas y lugares que quería mostrarle sin embargo aún no deseaba que nadie la viera y tenía que aceptar que había hecho algunos pases para evitar encontrarse con algún profesor que deambulaba ya por el castillo. Llevar al niño de la mano mostrándole esos lugares que habían sido tan importantes en su vida era algo que no alcanzaba a expresar con palabras, se dejaba invadir por una cierta sensación de felicidad y complacencia, todo podía estar de cabeza pero aun así se sentía tranquila, por ese solo momento se sentía tranquila.

Después de pasearse por el castillo decidieron ir a dar una vuelta a los exteriores, quería mostrarle un lugar muy importante para ella, su refugio, el sitio que usaba cuando quería alejarse de todo y de todos durante su época de estudiante. Aquel claro en el bosque, su lugar.

-Te ha gustado todo entonces.

-Es increíble – le dijo el niño con algo de entusiasmo – crees... ¿crees que algún día podre venir con papa?

-Claro que sí, estoy segura de ello- dijo poniéndose a la altura del pequeño abrazándolo un poco al verlo casi derramar unas lágrimas.

-¿Aún me quiere?

-No puedes siquiera dudarlo.

-Pero él...

-No hay peros, es tu papá y te aseguro que te ama, no tardará en regresar y entones podrás ir con él, podrás contarle todo lo que viste aquí, estará muy feliz ya lo veras

-¿Si?

-Sí y ahora venga que casi llegamos a ese lugar tan especial del que te hablé – pasaron encima de unas enormes raíces de un árbol y pudieron ver un poco más allá un lugar iluminado por el sol entre la inmensa masa de árboles.

-Venía mucho aquí cuando estudiaba, a veces a leer y a veces solo a descansar escuchando el sonido del bosque. – se adentraron en aquel espacio, el piso estaba cubierto de césped y flores pequeñas de color amarillo que se mezclaban con hojas secas de los árboles que el otoño había hecho caer, una brisa fresca movía un poco las altas ramas de los árboles.

-Aquí todo está siempre lleno de hojas, excepto en invierno donde todo es nieve, el viento suele hacer remolinos le dijo al pequeño y con un pase de su varita recreo un pequeño remolino que alzo algunas hojas haciéndolas dar vueltas alrededor de sus pies.

-¿Cuándo podre tener una de esas? – el pequeño miraba las hojas volar entre sus pies

-¿Una varita?

-Si eso

-Cuando ya vayas a empezar tus estudios.

-Ya voy a entrar a la escuela. La miró con una sonrisa expectante.

-Si pero esa será tu educación inicial, cuando seas un poco más grande podrás empezar a estudiar la magia y entonces tendrás tu varita.

-Bien dijo mientras se soltaba de la mano de ella y empezaba a querer alcanzar las hojas que aun volaban al ras del suelo.

-Hay un pequeño hechizo que seguro te gustará y para hacerlo no necesitas una varita.

-¿En serio?

-Sí, solo necesitaras concentrarte un poco. - Tomó una hoja del piso y la puso en su mano. – Bien, debes pensar en una mariposa, como bate sus alas, arriba y abajo, imagina que las hojas son sus alas y pídele que vuele.

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