CAPITULO 38: De un mundo sin rostros

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Los personajes empleados en este escrito pertenecen a J. K. Rowling


Bueno, ya estaba por fin tenía la poción en sus manos, se sentía exultante de felicidad, como si se hubiera bebido una gran cantidad de felix felixis. Estaba seguro de que ese pequeño frasco apretado firmemente en su mano era la pieza clave para desenredar esa historia. Después de todo esa era una creación de Snape así que era obvio que funcionaria, ya tendría tiempo después para pensar en la correcta manera de agradecerle a Neville el favor inmenso que le acababa de hacer.

Solo quedaba ir a casa y darle la poción a Mione, caminando por un pasillo del ministerio rumbo al recibidor donde podría tomar una chimenea fue prácticamente embestido por una figura iridiscente de tono azulado, que corría dando saltos alrededor de él, un patronus.

Cuando por fin se quedó quieto pudo distinguir la forma de un perro muy delgado de hocico alargado, un perro de caza, un galgo que abrió la boca para dejar escuchar la voz de Draco Malfoy.

"Potter ya lo tenemos, está aún muy confuso pero al menos dispuesto a regresar, activa el traslador y de ser posible envíanos a la Mansión, este viaje seguro le pasara una cara factura a el estado físico de mi padre, mientras más pronto pueda estar en reposo y con atención de un medimago mejor, lo mismo es para tu amigo" – Harry tuvo que darle puntos por evitar mencionar el nombre de Snape, al enviar un patronus cualquiera podría terminar escuchando por equivocación el mensaje, debía aceptar que a él mismo no se le habría ocurrido.

Cambió de dirección, debía ir a su oficina a cambiar los hechizos sobre el traslador para que este los llevara a la mansión Malfoy, Herms tendría que esperar aún un poco.

Snape abrió los ojos lentamente, había estado soñando con una casa en un barrio muggle, tal vez ahí había estado estos años, seguro encontraría respuestas si daba un vistazo, notó los sonidos en la cabaña, dos respiraciones acompasadas provenientes de dos sendas camas que llenaban el lugar, como siempre, los Malfoy sabían cómo atenderse. Se levantó con cuidado de no hacer bulla, saldría de ese lugar, estaba completamente seguro de que si se concentraba lo suficiente sería capaz de aparecerse en la dichosa casa de sus sueños. Las primeras luces del alba empezaban a alumbrar el bosque en el que estaban, camino un poco hasta dar con el letrero que le indicaba el sitio en el que estaba. Homochitto Forest, Estados Unidos, no pudo evitar pensar en lo lejos de su verdadero hogar que se encontraba. Sabiendo donde estaba podría aparecerse de vuelta una vez que tuviera al menos alguna idea de lo que había estado haciendo estos años.

La brisa del amanecer le sirvió para aclarar su mente, cerrando los ojos se concentró en la casa que viera y en cuanto se sintió preparado desapareció. Al abrir los ojos se encontraba en una amplia sala, un par de muebles y algunos electrónicos muggles lo rodeaban, sabía a donde ir, definitivamente había estado viviendo ahí, poco a poco parecía empezar a recordar, había estado enfermo, suponía que por la mordedura de Naggini. Lo habían cuidado a él y al niño, alguien lo había cuidado, un pequeño sentimiento de confianza se removió dentro de si, confiaba en la persona que lo cuidó, alguien que había velado y rogado por su recuperación, que lo apoyó y le indicó como debía vivir y como debía cuidar del bebé que tenía. Solo que no podía recordar quien era, sacudió la cabeza con gesto desesperado, era frustrante, recordaba hechos y no personas, sensaciones pero no rostros. Caminó hacia donde sabía se encontraba la habitación que usaba como despacho, ahí estarían sus papeles y anotaciones, era un hombre ordenado al extremo así que estaba seguro de que encontraría algo de respuestas en ese lugar.

Aun no tenía todo claro pero al menos ya había pensado en quien podría ayudarla, si estaba en Hogwarts la persona a la que debía recurrir estaba cerca de ella, muy cerca, primero debía hablar con la directora no le agradaba estarle escondiendo nada y tener al hijo de Snape en sus habitaciones de las mazmorras era algo que definitivamente no podía ocultarle a ella. Una serie de burbujas de color rojo empezaron a aparecer y reventar justo junto a ella, su hechizo de alarma le avisaba que el pequeño ya no dormía. Se asomó a la puerta con mucho cuidado, no quería asustarlo. Lo encontró de pie en la mitad de la habitación viendo hacia los ventanales encantados que mostraban el Lago Negro.

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