CAPITULO 50: De un hombre roto

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Los personajes empleados en este escrito pertenecen a J. K. Rowling


Solo tuvo que seguir los destrozados troncos de árboles para dar con ellos, tenía la piel erizada y la varita en alto, estaba segura de que algo malo le sucedía, lo sentía en cada poro de su piel. Algo en aquel estúpido plan había salido mal y era de esperarse, ¿a quién diablos se le había ocurrido usarlo de cebo para los mortífagos? Cuando supiera quien había sido el brillante ideario del plan juraba que lo ahorcaría con sus propias manos.

Una gruesa gota de sudor corrió el dorso de su rostro al tiempo que corría en dirección al crujir de árboles, dio con dos mortífagos en el piso ambos muertos y continuó corriendo con las palpitaciones del corazón a mil, escuchaba gritos. Cuando por fin llegó no podía creer la escena que tenía ante sus ojos, una porción entera del bosque estaba hecha pedazos y había cuerpos por todos lados, tres figuras vestidas de negro estaban de pie y frente a ellos ¡Merlín bendito! Un Snape tambaleante y ensangrentado les hacía frente con lo que parecía ser su ultimo toque de magia, vio al hombre caer de rodillas como si estuviera en cámara lenta, era un flash back de su época como estudiante cuando entre las sombras del colegio socorría al maltrecho profesor de pociones, siempre sangrante, siempre al borde del abismo, algo se rompió dentro de ella, como si en ese instante perdiera por completo la cordura, una vez más estaba él cargando el peso del mundo sobre sus hombros, alcanzó a ver un movimiento cerca de ella, un mortífago tirado en el piso alzaba la varita y le lanzaba un hechizo aturdidor, tan leve que lo desecho con un sencillo pase de su varita, y con otro lo ató lo bastante fuerte como para que perdiera la conciencia, segundos preciosos que perdió y al voltearse hacia Snape este ya se hallaba tendido sobre el piso, cerraba los ojos, ¡que el diablo se llevara su alma si permitía a esos asesinos llevarse la vida del hombre que amaba! Lanzó el primer hechizo que se le cruzó por la mente y lo tiro un par de metros lejos de los atacantes.

La ira era la braza que alentaba su fuerza mágica, con un solo hechizo lanzó por los aires a los tres mortífagos y corrió en dirección a Snape, temía haberlo lastimado más por la fuerte caída, no había podido bajarlo lentamente. Lo volteó y lo escuchó gemir aun con los ojos cerrado, inconsciente. Debía tener fracturas, pasó una mano por el rostro del hombre intentando limpiar la sangre, rogando que resistiera, se concentró cuanto pudo y puso un hechizo restablecedor sobre el hombre, no era tan bueno como una poción restablecedora de sangre pero le daría tiempo eso era lo que más necesitaba.

-¡Severus, Severus por dios abre los ojos! Amor, estoy aquí, llegue, mírame por favor, por favor resiste, te sacare de aquí, vas a estar bien. – sus sentidos la alertaron y alcanzó a desviar un hechizo que se dirigía a ellos, uno de los malditos mortífagos intentaba levantarse mientras mantenía en alto su varita apuntándolos, el muy desgraciado había lanzado el hechizo, los había atacado, la ira volvió a cegar a la chica. Detrás del primero los otros dos se levantaron, sus rostros llenos de tierra y sangre eran irreconocibles pero se veían demasiado pequeños para ser cualquiera de los mortífagos que ella conocía y que ella sabía que era imposible que estuvieran ahí en la mitad de esa campo pero eso ya no le importaba, estaba decidida a que sin importar quien, aquellos no saldrían vivos, no después de lo que le habían hecho a Snape.

-Estúpida... sangre sucia – uno habló casi con temor, o disgusto, como si no estuviera acostumbrado a esos términos, pero ella ya lo estaba y no le importaba, en su mente evaluaba la mejor forma de atacarlos, mantenía la mano del pocionista apretada entre una de las suyas y supo lo que tenía que hacer. Él siempre era la respuesta. Respiro hondo y lanzó los tres hechizo en secuencia y de manera no verbal, no sabrían que los había matado. Las largas laceraciones que aparecieron sobre los tres atacantes eran espantosas y el fluir de su sangre no le dio el alivio que esperaba, los vio caer sobre sus rodillas y por un momento sintió que dejó de escuchar los sonidos del mundo, los veía abrir la boca sin llegar a percibir nada, su varita aun en alto, su mano sujetando firmemente la del hombre que protegía.

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