Capítulo 21

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Cita exprés

Aquella noche no había dormido nada. Por suerte, era sábado y no tenía por qué levantarme de la cama. Hice la croqueta varias veces de un lado al otro de la cama. Mi móvil sonó, era un WhatsApp de Jenny, decía que había calmado a mi hermano y que no regresaría por ahora, pero que quería que fuera a vivir con ella. Dejé caer mi cara sobre la acolchada almohada y me mantuve ahí hasta que me quedé sin respiración. Cogí el móvil y le contesté que no pensaba irme de aquí, que si quería separarnos tendría que venir él a hacerlo en persona, y aun así no lo conseguiría. Jenny simplemente contestó que no me preocupase, que ella me cubriría si hacía falta y que mi hermano entraría en razón tarde o temprano.

Al final, de tanto hacer la croqueta, me caí de la cama. Giré sobre mí misma y me quedé tirada de lado en el suelo. Estaba frío, pero necesitaba sentir algo que no fuera la angustia que se había instalado la noche anterior en mi pecho.

Ya eran las once de la mañana y Ethan no había venido a buscarme, yo tampoco había ido por él. Seguía en el suelo, pero ahora estaba recostada de espaldas y con las piernas en el aire, apoyadas sobre el lateral de la cama.

De repente la puerta se abrió, tiré la cabeza hacia atrás para ver quién era y sonreí.

—Buenos días, pensé que no vendrías nunca.

—¿Qué haces ahí tirada?

—Antes me he caído de la cama —dije levantándome—, y me dio pereza moverme. ¿Ya has desayunado?

—Aún no —se acercó a mí y me abrazó—. Siento mucho lo de ayer, necesitaba estar solo, pero no quería preocuparte.

—Lo sé —le abracé por la cintura, y aunque temía la respuesta, le hice la pregunta que tanto me había atormentado toda la noche—. ¿No vas a dejarme, no?

Noté como sonreía contra mi pelo.

—Nunca.

—¿Seguro?

—Sí —me miró a los ojos y me dio un beso en la nariz—. Deberías bajar a desayunar, pero antes mira tu móvil.

Dicho esto se fue por donde había venido, dejándome descolocada. Cogí el móvil y lo desbloqueé. Una notificación apareció en mi pantalla: «@ethan te ha etiquetado en una foto». Cuándo vi la publicación solté un grito de alegría que se debió escuchar por toda la casa. Era la misma foto que el día anterior había provocado tanta polémica con un comentario adorable: «Lo mejor que me ha pasado en la vida eres tú @nerea». Un corazón rojo ponía punto final a la frase.

Bajé las escaleras todo lo rápido que pude para encontrarme a Ethan con una sonrisa tatuada en el rostro mientras preparaba el desayuno. Le abracé por la espalda y me quedé allí durante más de un minuto.

—Toma —me ofreció un plato con una crepe, tenía un corazón hecho con sirope de chocolate por encima.

—Gracias —canturreé mientras cogía el plato y me sentaba en la mesa—. ¿Hoy tienes algo que hacer?

—Sí.

¿En serio? Qué decepción, pensaba que diría que no y podríamos pasar el día juntos.

—¿Va a ocuparte todo el día?

—Puede ser —le miré con las cejas alzadas y soltó una carcajada—. Si te vieras la cara... Te voy a llevar a ver muebles, la pintura ya se ha secado, así que hoy mismo podríamos estrenar la habitación —una sonrisa iluminó mi rostro—. Depende de lo que tardes en escoger los muebles y el colchón.

Sobre las doce cogimos el coche y nos dirigimos a una tienda de muebles bastante lujosa, a pesar de que yo había dejado claro que no hacía falta que se gastase tanto dinero, Ethan insistió en que era su casa y no iba a decorarla con unos muebles cualquiera.

No tardamos mucho en escoger el armario y las mesitas de noche. A ambos nos gustaron mucho unas mesitas blancas con un cristal en la parte superior. El armario era también blanco con un espejo en dos de las cuatro puertas. Nos enseñaron el canapé a juego, pero nos gustó más uno blanco abatible, así podríamos guardar cosas y aprovechar más el espacio. También compramos una cómoda blanca con los pomos de los cajones de color aguamarina, pues Ethan quería poner la tele que tenía en su habitación sobre la cómoda.

A las dos de la tarde, fuimos a comer a un restaurante, por suerte no era tan elegante como al que me llevó la primera vez. Lo agradecí de verdad, pues llevaba unos simples tejanos y una camiseta ancha de volantes.

—¡Qué suerte que hayamos encontrado los muebles tan rápido!

—Lo que es una suerte es que hayan aceptado traerlo hoy mismo a casa.

—Cierto, hay que encontrar el colchón antes de las seis de la tarde, así podremos estrenar hoy mismo la habitación.

Como la tienda de colchones no abría hasta las cinco, fuimos a dar una vuelta para hacer tiempo.

Mientras caminábamos tranquilamente por una de las calles me vino a la mente un recuerdo fugaz. Me paré en seco y miré la tienda que tenía a mi izquierda. Era una tienda de peluches con un aspecto bastante deteriorado.

—¿El hospital está por aquí cerca?

Ethan me miró preocupado.

—¿Te encuentras mal?

—No, tranquilo —sonreí mientras los recuerdos invadían mi mente—. He recordado que mis padres siempre me compraban aquí un peluche cuando volvíamos de hacerme la revisión pediátrica anual.

—¿Quieres que entremos?

—No —salí de mi trance—, no hace falta.

Iba a seguir caminando cuando Ethan tiró de mí arrastrándome al interior de la tienda.

—Vamos —dijo soltándome el brazo—, coge el que más te guste.

Un extraño vacío se apoderó de mi pecho. Esas eran las mismas palabras que decía mi madre cuando veníamos, pero ya no era ella quien las pronunciaba, nunca más sería ella...

Los ojos se me llenaron de lágrimas.

—Lo siento, dulzura —me abrazó—. Quizá no ha sido una buena idea.

—No es nada —me sequé las lágrimas—. Pero es que —mi voz se entrecortó.

—Que ya no podrás venir con tus padres.

—Exacto —me encogí de hombros—. ¿Por qué no me escoges tú el peluche?

Me dio un beso en los labios y rápidamente escogió uno. Era una rana verde muy mona, con los ojos saltones llenos de purpurina. Me encantaba.

—Gracias —besé su mejilla—. Es precioso. Voy a llamarlo Kuroske.

—¿Es un sapo? Y yo pensando que cogía a otra compañera de habitación...

Sonreí al comprender que intentaba animarme sin importar qué.

A las siete y media de la tarde ya teníamos nuestra habitación montada. ¡Había quedado preciosa! Ethan me cogió como si fuera una princesa para entrar a la habitación, y se dejó caer sobre la cama conmigo aún en brazos. Me miró a los ojos mientras sonreía y acortaba la distancia entre nuestros labios. Al principio fue un beso muy dulce, pero enseguida se volvió demandante. Me coloqué sobre Ethan y él se incorporó y me abrazó.

—O paramos ahora o no me hago responsable de lo que pase.

Me sonrojé y le abracé.

—En cuanto podamos hay que ir a comprar marcos —Ethan me miró con una sonrisa—. Voy a poner mil fotos nuestras en la habitación.

—Primero nos las tendremos que hacer.

—Mañana mismo empezamos —bromeé.

—¿Para qué esperar a mañana?

Ethan sacó el móvil y nos hicimos varios selfis con nuestra habitación nueva antes de bajar a cenar. 

El amigo de mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora