Capítulo 1

370K 10.2K 3.6K
                                    

Mi nuevo hogar

Era un cálido día de verano como otro cualquiera, cuando a mi hermano le llegó una carta del banco que nos cambiaría la vida: se nos había acabado el dinero, por lo que no podíamos pagar la casa ni las facturas. Debíamos irnos, abandonar nuestro hogar. Mi hermano no hacía más que repetirme que no pasaba nada y que no me preocupara; pero, en el fondo, yo no estaba preocupada, estaba triste. No sabía lo que nos depararía el futuro, lo que sí sabía era que acabábamos de perder la casa en la que habíamos pasado toda nuestra vida junto a nuestros padres. Irnos significaba perder un sitio en el que había preciosos recuerdos de mi infancia. Recuerdos que no volvería a tener, pues mis padres murieron hace cuatro años.

Ya había hecho la maleta y empaquetado mis cosas. Antes de salir de mi habitación eché un último vistazo y la vi: pude ver a mi madre arropándome en la cama. Eso me sacó una sonrisa. Cerré la puerta con melancolía y me dirigí a la cocina, volví a sonreír al recordar a mi madre preparando la cena mientras mi hermano se comía algunas de las cosas que ya había servido en la mesa, ella siempre le pillaba y le regañaba. Pasé por el comedor y miré el sofá, ese que había sido testigo de nuestra adicción familiar a las películas de acción los días de lluvia. Finalmente, fui a la entrada y me quedé embobada mirando la puerta mientras unas lágrimas caían por mis mejillas. Había pasado tantas horas sentada en frente de aquella puerta esperando a que mi padre llegara de trabajar... Siempre me lanzaba a sus brazos y él me ofrecía una amplia sonrisa mientras escuchaba atentamente lo que había aprendido en el colegio.

Sequé mis lágrimas y abrí la puerta para encontrarme de frente con mi hermano.

—Nerea, vamos a ir a casa de Ethan —su amplia sonrisa era igual que la de nuestro padre—. Vive solo en la casa familiar, podemos quedarnos el tiempo que necesitemos.

Ir a vivir con Ethan era la peor idea del mundo. Sabía que mi hermano se moría de ganas, al fin y al cabo eran amigos desde hacía muchísimos años, y seguramente a Ethan también le gustaba la idea, aunque no lo expresara. Pero para mí sería una tortura: llevo ya dos largos años enamorada inútilmente de él. Nunca antes se había fijado en mí, y dudo que lo haga mientras tenga a decenas de chicas babeando por él. Admito que las mujeres con las que se acuesta, porque no hace nada más con ellas, están más desarrolladas que yo, pero solo físicamente.

—¿No podemos ir a ningún otro lado? Debajo de un puente sería una opción mejor.

—Vamos Nerea, es mi amigo... Sé que no te cae bien, pero haz un esfuerzo.

—Es un degenerado... ¿Crees que no sé con cuántas chicas se acuesta cada semana? —Derek me miró con las cejas alzadas, esperando a que le diera una cifra—. ¡Con más de dos, seguro!

Mi hermano suspiró con pesadez, agarró mis maletas y las subió al coche. Yo entré dando un fuerte portazo. 

El camino fue tranquilo. Ethan vivía a las afueras, por lo que se tardaba unos 20 minutos en llegar. Tendría que levantarme muy temprano para poder llegar puntual al instituto. 

Una enorme verja de hierro me advirtió que habíamos llegado. Un camino de arena conducía hasta la casa, la fachada de la cual era de piedra con varias enredaderas trepando por la parte derecha. Una fuente decoraba la entrada, y justo al lado había aparcado un Porsche de color negro descapotable. No sabía que Ethan era tan rico... Cuando salí del trance, mi hermano ya había bajado del coche y estaba saludando alegremente a su amigo. Bajé del vehículo, aún enfadada, y me aproximé a saludar.

—¡Sí que has crecido, Nerea!

—Hola —saludé mirando hacia otro lado.

—¿Ni un simple "gracias por acogerme"? —dijo con sorna mientras una sonrisa torcida adornaba su rostro, haciéndolo lucir demasiado sexy.

Me obligué a mantener una expresión neutra. Lo último que me apetecía era que mi hermano se diera cuenta de lo mucho que me gusta su amigo.

—Estoy aquí por mi hermano —le desafié con la mirada—. Seguramente viviría mejor debajo de un puente. A saber la cantidad de enfermedades de transmisión sexual que hay esparcidas por tu sofá y el resto de la casa...

—¡Nerea!

Puse los ojos en blanco ante la regañina de mi hermano, después, cogí mi maleta y les seguí al interior de la casa. Era aún más alucinante por dentro que por fuera. Para ser un chico cuidaba muy bien los detalles, y la decoración de las diferentes partes de la casa estaba en sintonía. Subimos unas escaleras de caracol que desembocaban en un amplio pasillo con varias puertas.

—Ésta es tu habitación, Derek —señaló la primera puerta a la izquierda—. Justo enfrente está la mía, por si necesitas cualquier cosa.

—Gracias, si no te importa iré a instalarme ahora mismo. Nerea, sé amable.

Dicho esto, mi hermano entró a su habitación dejándome sola con Ethan.

—Este es tu cuarto —dijo abriendo la segunda puerta a mano derecha del gran pasillo—. Es amplio, con cama de matrimonio y pintada de color lila claro. Cosas de mi madre, nunca perdió la esperanza de tener una hija...

—Espero que esté limpia —le miré de reojo—, ya sabes...

Hice referencia de nuevo a lo vicioso y mujeriego que era, y por su mirada deduje que me había entendido.

—Más vale que te acostumbres, no puedes mantenerte tú sola.

—Te aseguro que sí podría, muchas lo hacen gracias a ti.

—Yo no tengo que pagar para conseguir compañía —parecía algo molesto—, y aunque así fuera, nunca pagaría por alguien como tú. Así que no, no podrías mantenerte sola.

Vi cómo ponía esa sonrisa de medio lado, y aunque normalmente le quedaba muy sexy, ahora mismo era lo que más odiaba de él: le hacía lucir demasiado arrogante. Entré en mi cuarto y cerré la puerta. No entendía cómo podía haberme enamorado de alguien así... No cabía duda de que era un completo idiota.

La habitación tenía un gran ventanal, corrí las cortinas y abrí una de las puertas dejando que la brisa entrara en la habitación y acariciase mis mejillas. Varios pájaros cantaban en un árbol cercano, creando un ambiente muy relajante. Una ligera sonrisa escapó de mis labios mientras miraba al horizonte: tenía una vista espectacular desde mi habitación.

Me estiré en la cama con cansancio: había sido un día duro y lo único que me apetecía era dormir y olvidarme de todo. A pesar de ser temprano, pasaban poco más de las siete de la tarde, me quedé profundamente dormida.

El amigo de mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora