Epílogo

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—¿Y la leche?

—Se acabó anoche —le informé a Leticia que estuvo rebuscando entre las gavetas algo de comida— al igual que el cereal, las frutas, los huevos, ya tenemos que hacer la despensa.

Ella me miró con la boca abierta y se cruzó de brazos lanzándome una mirada desde donde estaba sentada haciendo mi trabajo.

—No me mires así, yo no fui quien lo gastó solita —le recriminé y soltó un bufido.

Ser personas adultas y responsables, no era fácil para nosotras sobre todo cuando rondábamos los veinticuatro años de edad, teníamos mucho que aprender al estar independizadas y con un trabajo llenándonos el miserable bolsillo que apenas y nos alcanzaba para el alquiler del apartamento.

—De acuerdo, pero no te molestes, haré la lista.

—Recuerda que es tu turno de hacer las compras —reprimí una carcajada cuando escuché que lanzaba maldiciones al aire mientras se dirigía a su habitación.

Mientras tanto, seguía preparando mi nota periodística para luego enviarle el borrador al jefe, que, por cierto, era insoportable y un cascarrabias, sin embargo, solo yo y Leticia sabíamos controlarlo.

En el trabajo me iba muy bien, no me quejaba, había logrado conseguido un puerto en un noticiero local dentro de la ciudad, me estaba ayudando en mi formación si quería ser parte de las ligas mayores y en donde el sueldo fuera más elevado, aunque tuviera que arriesgar mi vida para conseguir noticias interesantes y verídicas con tal de sacar a la sociedad de su ignorancia en la que se refugiaba.

Rowan seguía insistiendo que intentara buscar un puesto en la BBC, no estaba dudando de mis capacidades, sencillamente quería aprender más de mi vocación antes de pasar al siguiente nivel. Aunque, ya conocía el lado oscuro de los periodistas y el mundo de las comunicaciones.

Por otro lado, para estar más cómoda, decidí regresar a mi habitación y en ese momento Leticia salía del suyo con otra ropa puesta.

—¿Estás yendo a un desfile de modas?

Me burlé a manera de broma.

—No pretendo ir con mi pijama de marcianos bailando cumbia, haría el ridículo. ¿De qué te ríes?

—De lo que acabas de decir, no vas al supermercado con pijama, pero sí cuando Elliot te invita a pasar la noche en su casa sin importar que tengas que irte en el colectivo o en metro.

—Que graciosa, Violet —hizo un intento por golpear mi hombro, pero fui lo más rápida y me aparté de su camino rozando su brazo. Le mostré la lengua— ¿Cuántos años tienes? ¿Veinte?, lo entenderías si tuvieras novio. —Hizo un ligero baile ridículo con las cejas.

—Oh, eso no me ha dolido en lo absoluto.

Blanqueé los ojos y le di la espalda. Ella me siguió pisándome los talones y dejé mi cuaderno sobre la cama.

—Hablando de novios, ¿aún no has hablado con el hombre astrónomo?

Mis hombros se tensaron y gruñí.

—Ya sabes lo que sucedió...

—Bah, no fue para tanto, bien, no voy a entrometerme en tu vida, ¿qué vas a necesitar?

—Lo de siempre, pero trae más fresas si es posible, para hacer una rica tarta.

A Leti se le iluminaron las pupilas, ella amaba que hiciera postres, porque de ese modo ella también aprendía.

—Vale, si no hace falta otra cosa, ya me voy.

Asentí, en unos segundos escuché que azotó la puerta con fuerza y me estampé una mano en la frente. Por su culpa mi cabeza ya le estaba dando vueltas al asunto de aquel hombre astrónomo.

El universo en tu miradaKde žijí příběhy. Začni objevovat