Capítulo 22

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Él tarareaba una canción en voz baja tumbado en la cama, por otro lado, yo me encontraba entretenida sentada en el sofá que había puesto a un lado de su cama. Debía mantener una distancia prudente a pesar de que quería estar acostada a su lado mirando el techo como si fuera una obra de arte.

—¿Estás bien?

—Chist, no hables —levantó la comisura de sus labios y negué con la cabeza. Se acomodó de costado para mirarme. Sus ojos azules vagaban por todo mi rostro analizándome de una manera minuciosa.

Mi corazón latía muy rápido podía escucharlo claramente, sentí como si todo se detuviera a nuestro alrededor, dejé de oír el reloj de la pared, el viento, los autos, nada.

Su rostro parecía relajado y sus labios un tanto separados, tenía la sensación de acariciar sus mejillas, su mandíbula marcada y su cabello sin saber el porqué de ese repentino hormigueo entre los dedos, estaba enamorada y eso me hacía sentir extraña y tonta.

Tenía un poco de miedo, miedo de que pasara algo más.

—No te haría daño ni estando loco, Violet —me tendió una mano para sujetar la mía.

Sentí algo en mi interior estrujarse, caí en cuenta de que algo estaba pasando, tragué saliva y reaccioné apartando su mano.

—Violet...

—E-Estoy bien te lo aseguro —mi sonrisa no pareció convencerlo, rápidamente se sentó en la cama y sus mejillas se tornaron rosadas avergonzado.

...

¡Canta y no llores, porque cantando se alegran cielito los corazones! —cantó a todo pulmón mientras corríamos en el jardín, a pesar de que el cielo estaba gris el día no dejaba de ser hermoso.

Había visto unas hermosas margaritas blancas en un rinconcito del jardín, me recordó a mi padre, él también era fanático de esas flores. De pequeña lo ayudaba a sembrarlas, mi casa se había vuelto una mini jungla desde entonces.

—Adelaine las acaba de sembrar —torció la boca— ella es fan de la jardinería al igual que sus amigas.

—No pareces muy conforme. —Las miré con una sonrisa—. A mi padre le gustaba esto y aprendí sobre el cuidado de ellas.

—No sé qué decirte. Las flores son lindas y a las personas les gusta regalarlas a quien más quieren.

—¿Y eso es malo? Yo preferiría que me dieran una en vida y no estando en, ya sabes, o podrían ser libros muchos y muchos libros. Hay personas que ven las flores como un símbolo cliché, pero se me hace tierno esos gestos.

—Ya sé, ya sé. En ocasiones me pregunto si no te cansas de ser tan positiva en ciertas cosas.

Encogí los hombros sin saber qué contestar.

De regreso dentro de a casa, Park asentó dos tazones en la mesa junto con un par de cucharas y servilletas. Lo miré dubitativa, sacaba de las gavetas de madera un frasco de vidrio repletos de mini galletas, un bote de chocolate y chispas.

—¿Qué harás con todo eso?

Abrió el congelador y saco un bote grande de helado, su sonrisa se ensanchó de manera traviesa y emocionante.

—Haremos el mejor helado del mundo con muchos ingredientes y lo comeremos hasta que nuestros cerebros se nos congelen.

Dejó el bote abierto para empezar a llenar nuestros tazones.

—¿Estás seguro de hacerlo? —Llevé la cuchara al helado.

—¡Claro que sí! ¡Al diablo el entrenamiento! —soltó una risotada y se sirvió.

No tardé en sentir como mis labios se entumecían y poco a poco el dolor dentro mi cabeza se incrementó.

—Oh, ya no puedo —bastó media hora para que me rindiera.

Sin embargo, Park estuvo concentrado comiendo. Me serví un vaso con agua para quitar lo empalagoso de la lengua.

—¿Dónde pasarás las vacaciones de invierno? —Me preguntó.

Hace dos días recibí un correo de mi papá. Ellos querían que pasara las vísperas en la ciudad y a finales del mes retornaría a Londres.

Hasta el momento mis conclusiones de volver a casa eran nulas, aunque pasara las fiestas en casa. Regresar significaba caer en recuerdos.

La batalla se volvía difícil y ningún psicólogo podría ayudarme.

Me volví a Park gesticulando una mueca de duda.

—Tal vez me vaya a casa...

—¡¿Qué?! ¿Ya tan rápido? —Dejó la cuchara en su tazón y dio un brinco para ponerse de pie.

No me dejaba hablar, comenzó a parlotear en inglés caminando como un león enjaulado.

—Si me escucharas, aunque sea...

—Iré contigo —dijo deteniéndose frente a mí. Estaba serio, aunque no entendía su idea descabellada.

¿Irse conmigo? No recuerdo la última vez que mis amigos hayan dicho algo así.

Aunque seremos sinceros, era algo más.

—Tu padre se sentirá triste. Tú te quedas.

—¡Ja! Las fiestas aquí son aburridas. Llévame contigo —juntó sus manos en modo de súplica—, le diré a los chicos. Ellos también querrían ir y...

—Por más que la idea suene estupenda, no voy a arruinar las fiestas de sus familias. Quiero ver a la mía Park, los extraño —me dejé caer sobre la silla.

Escuché como soltó un suspiro derrotado.

—Correcto. Lo entiendo, tienes toda la razón, disculpa.

—Todo está bien, además...

Lo que me sorprendió fue la rapidez en que sus manos se posaron a ambos lados de mis mejillas. Estábamos tan cerca que podía escuchar nuestras respiraciones chocar.

—¿Te gustaría tener una cita conmigo, por favor?

Me había quedado pasmada en mi lugar contemplándolo. ¿Qué querían que hiciera? Esto ya era demasiado. Park Winston había conquistado mi planeta.

El universo en tu miradaWhere stories live. Discover now