— Está bien. — Mordí su labio inferior mientras nos besábamos. 

Cuando dejamos de besarnos, no nos separamos del todo, mantuvimos nuestras frentes unidas por un momento, él me miró directo a los ojos, con solemnidad, y entonces, dijo dulcemente: — Eres hermoso Frank.  

— ¡Basta! — Reí nervioso, tratando de apartar la mirada porque sus ojos seguían fijos en los míos. — No es cierto. 

— ¡Frank! — Se separó por completo, poniendo esos ojitos demandantes, esperando que dejara de ser tan "yo". — ¿Qué te dije? 

— Gracias... — Suspiré rodando los ojos, sólo lo hice para mantenerlo contento, no porque de verdad me lo creyera, no iba a creérmelo mágicamente sólo porque él me lo pidió. 

— Así me gusta. — Sonrió, entonces nos besamos de nuevo, nos dijimos "hasta mañana" y bajé del auto, dirigiéndome a mi casa teniendo algo nuevo en qué pensar. 

Las cosas que me dijo Gerard en el auto, definitivamente me pondrían a reflexionar.   

Se me hacía involuntario creerme menos, no era un hábito que pudiera quitarme en un día sólo con decir: «Ay, Frank, deja de hacerlo». No es tan fácil. Por supuesto que antes había pensado que tenía problemas con mi autoestima, pero poco a poco me terminé adaptando, hasta el punto en que ya ni siquiera me daba cuenta cuando me despreciaba a mí mismo. Simplemente, ya se había convertido en parte de mí. 

Pero Gerard no me dejó en paz. 

Al día siguiente, el editor del periódico escolar me preguntó si me gustaría que publicara mis poemas en dicho periódico porque todos en la escuela querían leer más de mis escritos. Entonces supe que por culpa de Lindsey había perdido mi anonimato, que me había convertido en una especie de estrella de un sólo éxito y la gente esperaba más de mí. 

— Sí, sí quiere. — Gerard se adelantó a responder por mí. 

— No, no quiero. — Dije yo.

— Sí, sí quiere. — Siguiendo el ejemplo de Gerard, Andy apareció de la nada, desde las sombras. — Esperen... ¿Qué quiere?

— Frank quiere que sus poemas aparezcan en el periódico escolar. — Le explicó Gerard. Él decía que sí mientras que mi rostro decía que no.

— Ah... — Asintió. —  Entonces sí, sí quiere. A Frank le encantaría ¿Dónde tiene que firmar? ¿Puedo firmar por él? 

— ¡¿Tú también?! — Discutí. 

El chico que se encargaba del periódico nos miraba con insistencia. Estoy seguro de que en ese momento estaba pensando que éramos un trío de idiotas. 

— ¡¿Saben qué?! — Ya cansado, cedí ante su insistencia; los dos parecían unos niños diciendo que yo sí quería aceptar la oferta y, además, no paraban de alabar mis poemas como si fueran la gran cosa. — ¡Sí, sí quiero! ¡Maldición!

De la nada, Patrick también aparece: — ¿Qué es lo que quieres, Frank? 

— Aparentemente, pasar vergüenza. — Me encogí de hombros. 

El chico del periódico alegó que debía tenerme más fe y aceptar que mis poemas eran geniales. Gerard me miró con cara de "te lo dije". 

Por una parte, a mí ni siquiera me importaba si mis poemas eran buenos o no, sentía que aunque la escritura estuviera muy limpia y fuera concisa (estaba convencido de que no era así), de todos modos, las cosas que escribía eran muy mías, muy personales. Ese mismo día, cuando le comenté esta inquietud a Gerard, él me dijo que, de hecho, el arte era eso; personal. Me dijo que los grandes artistas no hacen su arte por hacerlo, sino que "desnudan su alma", y se sienten tan orgullosos de sus sentimientos que por eso son capaces de sacarlos a la luz. 

Path(po)etic; FrerardWhere stories live. Discover now