Prólogo

7.8K 588 795
                                    

Nunca pedí ser así; ¿Creen que no me da vergüenza escribir sobre personas que conozco?

 Y no es tan sencillo como decirme a mí mismo "no lo hagas", porque no puedo, hay que aprovechar la inspiración ¿No?

Realmente me gustaría encontrar otra manera de desahogarme; cocinando, cantando en la ducha, haciendo deporte o hablando con el espejo, da igual, no me gusta esto de escribir "poesía", poesía que para mí ni siquiera llega a serlo. Son sólo cosas que siento y que escribo en rimas amorfas en mi cuaderno ¿Y cuál es el problema de esto? Mi crisis de identidad, supongo. Me gusta que me lean porque un 50% de mí se siente orgulloso de lo que escribo, y a la vez no, porque el otro 50% siente rotunda vergüenza y miedo de que alguien lea todas esas cursilerías depresivas. 

No me gusta quedar tan expuesto, no es como si me animara a publicar mis "poemas" en los tablones que hay en los pasillos de la escuela para que los lean todos mis compañeros de clase, eso sería como mandarme a matar. Pero por alguna razón prefiero que desconocidos en internet lean y opinen lo que quieran, porque al fin y al cabo no me conocen, no saben que soy yo quien escribe esas cosas y no tienen manera de descubrirlo, tampoco saben a quién o quiénes van dirigidos esos escritos. Yo siento que si publicara un poema mío en anónimo en el periódico escolar o algo así, todos descubrirían que soy yo y a quiénes van dirigidos, es mi miedo más grande e irracional.

Ahora ¿Por qué quiero encontrar otra forma de expresarme si la poesía es tan bonita? Pues por lo mismo que dije anteriormente; termino muy expuesto. A veces siento que son tan tontas las cosas que puedo llegar a escribirle a alguien. "Todo lo que quiero es nada, porque todo lo que quiero es aquello que no puedo tener". Escribí eso una vez, y por el señor que si la persona a quien le escribí eso lo lee, sabrá que es para ella y entonces yo me moriría de pena y tendría que mudarme a otra ciudad a muchos kilómetros de aquí, cambiarme el nombre y comenzar una nueva vida como un vendedor de tacos llamado Carlos Gutiérrez.

Si soy así de exagerado con estas cosas, ya tendrán una idea de cómo soy con mis poemas... Y es que son tan directos, aunque quiera inventarme muchas analogías, no soy bueno con eso. En parte no me gusta lo que escribo porque la sencillez en mi escritura es tan extrema, siempre digo que haré lo posible por expandir mi vocabulario leyendo libros más serios y dejar los Best Sellers de ciencia ficción  y las historietas de una buena vez por todas; quiero crecer como escritor ¿Pero qué pasa? Que al final ni lo intento.

Me gustaría expresar mis sentimientos de otra manera porque siento que mis sentimientos son patéticos y por eso se los debería llevar el viento en vez de quedar por escrito, y se vuelven más patéticos si digo cosas como "sin la miseria no tengo nada que ofrecer". Dios no, lo peor es que a la gente le gusta leer eso... Lo peor es que me atrevo a publicarlo. Si no me gusta hacerlo debería dejarlo, pero el problema es que tengo la NECESIDAD de hacerlo. Odio lo que escribo, pero si no escribo, exploto y muero de la ansiedad. Es una maldición.

Es patético.

Pero pasando de este preámbulo a lo que se supone que será una gran historia, es momento de pasar a lo que importa: LA HISTORIA EN SÍ.

Esta tragicomedia comienza de hecho, con el cambio más drástico en mi adolescencia, lo que yo llamaba "el fin del mundo": Me cambié de ciudad 

Tenía dieciséis años cuando pasó. Tuve que dejar mi vida en Jersey gracias a que mi padre consiguió un trabajo mejor en una gran empresa de publicidad y mercadeo. Está claro que no estaba muy contento por la mudanza, porque ya tenía mi vida hecha en mi ciudad natal; mi escuela, mis amigos. Según yo, mi mundo se había acabado cuando tuve que mudarme a Cincinnati. Mi vida se había arruinado por completo.

Mi nuevo colegio era más grande y más bonito que el anterior, pero eso me daba igual, tenía la convicción que sería como en las películas en las que acosan al chico nuevo, creí que sería el chico excluido de la cafetería, el que come en las escaleras y le lanzan comida. Tenía un pequeño trauma con eso. Cosa rara que pensara así, puesto que en mi colegio anterior nadie me molestaba, sólo era un estudiante promedio, con un grupo de amigos, ni popular ni marginado. Cero drama. El caso es que yo pensaba que este cambio traería el drama muy presente, y estuve equivocado al respecto... Al menos por un tiempo.

Mi nuevo salón de clases era más amplio y tenía una cantidad más grande de estudiantes, traté de no sentirme intimidado y actuar como el Frank amigable y seguro de sí mismo que siempre pretendía ser. 

Fui a sentarme en al fondo en el último asiento junto a la ventana con una gran vista al patio escolar. Me limité a observar cómo allí todos se conocían y se reunían en grupos para conversar. Ningún clan llamaba mi atención, excepto por dos chicos que estaban sentados en la otra fila, uno de ellos era muy pálido, rubio, de ojos claros, regordete y traía puesto un sombrero, su cara era muy angelical, parecía un bebé, el otro era delgado, de cabello negro, ojos azules y era bastante alto. A mis ojos, esos dos chicos parecían geniales sólo porque noté que uno de ellos tenía en la mochila pines de bandas que me gustaban, así que eso me llevó pensar que eran mi tipo de amigo ideal. Sin embargo, no tuve el valor suficiente de acercarme a ellos, yo allí sólo era el observador.

De pronto, una chica llega tarde a clase, por alguna razón llamó la atención de todos, y pude darme cuenta de que no saludó ni le dirigió la mirada a nadie excepto a los dos chicos que habían captado mi atención en un principio. Ella era muy linda; alta, de cabello negro recogido en dos coletas, ojos oscuros, y un lápiz labial de color rojo que le quedaba muy bien, la seguridad con la que caminaba la hacía ver como una estrella de rock, era muy cool, realmente cool. Qué sorpresa me llevé cuando siguió caminando hasta el fondo de los asientos y se paró frente a mí.

— Hey, chico nuevo. — Me habló. Por su forma de hablar, me recordó a Regina George de Mean Girls. — Estás en mi asiento.

— ¿Disculpa? — Enarqué una ceja.

Había varios asientos libres en el aula ¿Por qué precisamente quería el mío? ¿Por joder?

— Que estás en mi asiento. — Repitió cruzándose de brazos y golpeando la punta del pie contra el suelo con insistencia.

— Perdón ¿Cómo te llamas? — Pregunté mirando el asiento con ironía. — No veo tu nombre por aquí.

— Aquí es donde yo me siento desde primer año, todos lo saben y no dejaré que un niño nuevo me quite mi lugar.

— Qué lástima, de verdad. — Me puse a su nivel de arrogancia. A mí nadie me iba a joder. — Mi trasero ya está en esta silla, ya no hay nada que pueda hacer. Pero no te preocupes, los cambios son buenos. — Le sonreí con cinismo.

"Los cambios son buenos" era la frase que mamá siempre me decía para combatir mi crisis adolescente por culpa de ese cambio tan drástico de ambiente.

Ella suspiró poniendo los ojos en blanco.

— ¿Cómo te llamas?

— Frank Iero ¿Y tú?

— Lindsey Ballato. — Me extendió su mano y yo, con un poco de torpeza, la estreché. — Me gusta tu actitud, Iero.

— Gracias. A mí me gusta la tuya.

Recibí una sonrisa de su parte a cambio, luego vi cómo con una sola mirada intimidante espantaba a la chica sentada frente a mí y ella tomó ese asiento, parecía ser la abeja reina de la clase.

Todo empezó en ese momento. El grupo de Lindsey estaba conformado por ella, Patrick Stump, el chico rubio con cara de bebé y un sombrero, que más tarde me diría que se llama Fedora, y Andy Biersack, el tipo alto. 

Con el paso del tiempo, yo me les uniría. Lindsey y yo terminamos siendo los mejores amigos.

... Hasta que cierto día llegó un muchacho a ponerlo todo de cabeza... Su nombre era Gerard Way. 

Path(po)etic; FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora