—¡No pasa nada! —exclamé—Yo voy bien así.

¿Y qué más da como vistiera para montar en un caballo? Ni que fuera un arte como las bailarinas con el tutú, ¿O es que la ropa que él llevaba ayudaba en la ergonomía del movimiento? Buah, lo dudaba.

—Está bien, si estas segura —contestó—. ¿Vamos entonces? —me preguntó.

—¡Si claro!, ¿Cómo se monta en esto? —dije acercándome al caballo que era más grande que yo sin dejar que me impresionara.

—¿Nunca has montado?

—¿Un caballo? —pregunté mirándole fijamente a los ojos—. No

—Pero te criaste en el campo —me contestó como si con eso pretendiera que respondía a todo.

—Mi padre no tiene caballos, usa el coche para desplazarse, aunque viva en el campo —respondí con cierto aire de retintín.

—Está bien —asintió algo confundido—. Voy a alzarte y tu debes agarrarte aquí —dijo señalándome donde debía hacerlo y asentí.

De pronto sentí sus manos sobre mi cintura y me alzo como si pesara menos que una pluma —y eso que mis caderas tienen su buen tamaño—, de forma que me agarré y me senté en la silla.

—¡Ay! —di un pequeño gritito cuando se movió ligeramente.

—Tranquila, es una yegua mansa —me advirtió mientras le observé meterme los pies en el sitio donde suponía que debía ir de la montura.

—Vale —contesté quieta mientras le observaba.

—Si le das ligeramente un toque con los pies comenzará a caminar lentamente —dijo mientras le vi como le daba una palmeada al lomo y el caballo comenzó a moverse—. Para frenar solo debes tirar de las riendas, pero yo estaba estática creyendo que si me movía un milímetro podría incluso caerme.

—Estira de las riendas —le escuché decir a mi espalda.

No sé lo que hice, no sé si tiré de las riendas, si golpeé el lomo del caballo o quizá todo a la vez pero aquel animal empezó dio un salto que me cagué las patas abajo y empezó a correr como un condenado.

—¡Aaaaaaaahhhhhhhhhh! —grité—. ¡Parateeeeeeeeeeeeeee! —seguí gritando.

Me agarré fuertemente al chisme ese donde Bohdan me había dicho que me agarrara al subir porque era el único lugar que podía hacerlo y vi como el animal comenzaba a adentrarse en una especie de bosque por la frondosidad de los árboles y porque era justo lo que teníamos enfrente.

«Voy a morir» pensé para mis adentros. No había hecho nada de provecho en la vida e iba a morir antes de cumplir siquiera los treinta.

Sentía los pequeños saltos del caballo y cerré los ojos, si me tenía que morir no quería verlo, es más, que fuera rápido y cuanto menos lo sintiera mejor.

Noté un suave roce sobre mi muslo y en ese momento abrí los ojos para ver como mi príncipe azul tiraba de las riendas del caballo y segundos después terminaba parándose.

—¿Estás... —comenzó a decir pero no dejé que lo hiciera porque literalmente me agarré a su cuello y viendo mis intenciones él me atrajo hacia él montando ahora sobre su caballo de espaldas de forma que me permitía abrazarme a él—... bien? —terminó por decir la frase.

No respondí nada. Había pasado tanto miedo en ese minuto y medio que aún me temblaba todo el cuerpo. Si es que con mi mala suerte ¿en qué mundo se me ocurre montarme sobre aquel animal?

—Tranquila —le oí decir mientras noté sus manos bajando por mi cintura y acomodarse allí estrechándome contra él. Me separé levemente quedando a unos milímetros de sus labios, notando su aliento... su respiración... su olor... su todo—. Yo... —gimió y no dejé que hablara porque no lo soporté.

Me lancé literalmente sobre aquellos labios devorándolos con ansia con el que me había aferrado a la vida instantes antes pensando que podría morirme sin probarlos de nuevo.

Me lancé literalmente sobre aquellos labios devorándolos con ansia con el que me había aferrado a la vida instantes antes pensando que podría morirme sin probarlos de nuevo

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