Cualquiera que hubiese transitado por el café donde me encontraba, en ese instante, hubiese podido oír claramente estos estrepitosos suspiros a mitad de una conversación cotidiana, sostenida -De algún modo- por la encantadora mirada perspicaz de una mujer radiante. Bueno, a decir verdad, más que una mujer, a mi juicio personal, esta dama ha de ser una ninfa, de esas que se dedican, quizás diariamente, a envolver con sutileza la atención de sujetos como yo.
Martes por la mañana. El susurro de la brisa colapsa arbitrariamente sobre el contorno de sus mejillas pálidas, haciendo que sus cabellos se difuminen al compás de la libertad. Era como si mis ojos estuviesen condenados a caer en un espiral irreversible, no podía dejarle de ver ni por un segundo, sin mencionar que su mirada tampoco otorgaba una retirada concreta. Era como si una diosa descendiera del cadalso sin percatarse de su propia inmortalidad. Sus labios visiblemente carnosos, son, quizás, la expresión sublime de oralidad erótica, incluso, a decir verdad, no he podido contener mis proclives deseos al margen de la evidencia expresiva, al tiempo que sus dedos -inquietos como la brisa misma- merodean sin límites por toda la mesa; además de tomar, ligeramente, un pequeño sorbo de café cada 15 segundos, claro está, sin quitarme la mirada de encima.
Luego de un tiempo, tomó mi mano, sin previo aviso; y la colocó con descaro sobre el contorno de sus caderas, incitándome, quizás, a explorar fantasías jamás antes imaginadas por el hombre promedio, todo esto en medio de la muchedumbre y su murmullo colectivo. En ese momento, sus intenciones se manifestaban públicamente sin asomo alguno de vergüenza, los vaivenes de la retina se habían transformado en dos lámparas de vigilancia contemplativa, era extraño, parecía no conocer aquella inseguridad característica en las féminas con las que converso a menudo.
En efecto, abalanzo mi atención sobre sus pechos nutricios, manantiales de remanencia vital, ela, sin mayor consideración, desnuda el deseo que habita en mí con su fragancia, al punto de embriagarme con su sonrisa espontánea. Ela, es la encarnación de la sensualidad pura, una arquitecta de la insinuación. Sin embargo, ela oculta un secreto tras su silueta, ela no es una mujer, tampoco es en cuestión un varón... Ela simplemente es, el retrato de tu proyección.
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Crónica de las sombras
SpiritualHe perdido el origen de aquella ilusión infantil, la cual vivía latente en mis entrañas tomando la forma de un sueño, el sueño de ser feliz dentro de un mundo donde me relaciono con "buenas personas", entiéndase las comillas cual carácter expresivo...