-Haberte bajado los pantalones para que se te ponga moreno - bromea Nolan.

-¿Cómo sabes tú que lo tiene blanco? - pregunta Randy - ¿Acaso se lo has visto?

-Si yo te contase lo que he visto de Keenan - ríe él.

-Habíamos quedado en mantenerlo en secreto, Nolan - sigo la broma -. Qué poca palabra tienes, cariño.

-Bien que te gustan las palabras que te suelto en privado, amor.

-Silencio. Ya están aquí - nos reclama Lenox. Segundos después añade  -. Dejad las discusiones de alcoba para más tarde.

La risa muere justo cuando empiezan a bajar los hombres de los coches. Ocho, cuento. Seis de ellos visiblemente armados. Eso suman doce ya, a saber. Los demás bien pueden tener algún arma escondida bajo la ropa. Me extrañaría que no fuese así. Si nos descubren, la cosa podría ponerse difícil. Nadie ignora ese hecho y por eso permanecemos en silencio. Es hora de dejar las bromas a un lado y hacer el trabajo por el que estamos aquí.

La reunión se alarga por tres interminables horas en las que estoy solo con el silencio. Mi fusil viaja de un lado a otro, procurando siempre mantener una vía de escape limpia en caso de emergencia. Por suerte, los soldados apostados fuera no se mueven. Parecen relajados y seguros, como si nadie pudiese acabar con ellos. Si supieran que con apretar el gatillo podría meterles una bala en la cabeza y no verían ni de dónde les llegó. Pero no estoy aquí para matar a nadie. Al menos no como prioridad. Mi objetivo es mantener a salvo a mis compañeros y en eso es en lo que me centro. 

Capto un movimiento a doscientos metros y dirijo el fusil hacia el soldado que cruza la calle en dirección al edificio donde se aposta Randy. Camina con decisión, con el arma lista para usar y mis alarmas se disparan. Lo enfoco y sigo sus pasos tratando de averiguar qué es lo que tanto ha llamado su atención. Si ha descubierto a Randy, le meteré un tiro entre ceja y ceja antes de que pueda alertar al resto.

-Randy - le informo -, vigila tus seis. Enemigo avanzando hacia tu posición.

-Copiado - es lo único que dice.

Ralentizo mi respiración y los latidos de mi corazón, mido la distancia nuevamente, ajusto la mira y sigo al objetivo casi sin pestañear. Mi dedo roza el gatillo con suavidad, listo para apretarlo si es necesario y acabar así con la amenaza. Es en momentos como este, en el que tengo en mis manos la vida de alguien, que me siento poderoso pero también vulnerable. Matar no es un juego y has de estar tan seguro como tu percepción de la situación te lo permita de que merecerá la pena hacerlo. De que está justificado. De cualquier otro modo, los remordimientos acabarán contigo tarde o temprano.

No recuerdo a todos los que he matado, a la mayoría ni les vi la cara antes de enviarlos a la tumba, pero sí puedo decir que ninguno de ellos era inocente. Tampoco puedo decir que yo lo sea ahora, pero todo lo que hago es por un bien mayor, para proteger a los inocentes. Por mi país, por mi patria. El día que deje de creer en eso, será el día que cuelgue mi fusil. 

-No abras fuego si no es totalmente necesario, Keenan - me advierte Lenox, aunque ambos tenemos muy clara esa parte -. Pero no le quites el ojo de encima.

-Lo tengo en la mira - lo informo.

El hombre se detiene a unos veinte metros del edificio y parece hablar con alguien a quien soy incapaz de localizar. Mueve sus brazos en el aire bruscamente y mira hacia una de las ventanas del edificio gritando. Se le ve muy enfadado.

-¿Con quién coño habla? - pregunto - ¿Alguno de vosotros ve algo?

-Negativo - escucho.

-Joder - ajusto de nuevo la mira telescópica buscando a alguien en la maldita ventana pero no veo absolutamente nada.

Nunca conmigoWhere stories live. Discover now