Al terminar de leer la carta, corrí por toda la casa buscando a Stan.
Esto no podía estar pasando.
–¡Stan! ¡Amor! ¿¡Dónde estás!?–gritaba mientras lágrimas caían sin parar.
Sólo me quedaba el baño y al ver que la puerta estaba cerrada por dentro, las piernas volvieron a fallarme. Golpeé incesantemente la puerta.
–¡Stan! Ábreme la puerta ahora.–
–¡vete, ____!–
Sin saber qué hacer, comencé a embestir la puerta. El hombro me dolía horrores, pero poco me importaba. Tras dos empujones más, la puerta cedió. Mi esposo se encontraba en la bañera, con una navaja apenas cortando sus muñecas.
–¿¡qué haces!?–me abalancé sobre él.
–¡déjame, ____! Quiero hacer esto.–forcejeé intentando quitarle la navaja.
–No, no quieres.–logré quitársela–. Escúchame bien, Stanley.–tomé su rostro y lo obligué a mirarme–. Superaremos esto... juntos.–
Ambos estábamos en la bañera, con la rojiza agua fría empapándonos por completo. Abracé a Stan con fuerza.
–Tengo miedo... Eso vendrá por nosotros.–sollozó en mi hombro.
–No lo permitiremos, le haremos frente otra vez.–lo miré fijamente–. Lo lograremos, cariño. Nada nos separará, ni siquiera un maldito payaso demoníaco devora niños.–Stan sonrió levemente–. Vamos, salgamos de aquí, el agua esta helada.–me levanté.
Cuando Stan se puso de pie e intentó salir también, lo detuve.
–Y una cosa más, vaquero.–lo señalé–. Vuelves a hacer otra estupidez como esta y usaré esa misma navaja para cortarte otra cosa ¿entendido?–lo miré seria.
–Entendido.–besé sus labios.
-Ahora sal de ahí, te vendaré esas cortadas.-
°•°
Tras ponernos ropa seca, fuimos hasta la cocina y nos sentamos en la isla del centro, frente a frente.
–No son tan profundas, te salvaste de la aguja.–solté mientras desinfectaba sus cortadas y comenzaba a vendarlas.
–¿qué tienes ahí?–Stan levantó la manga de mi remera, dejando a la vista un pequeño hematoma.
–Oh, debe ser por los empujones que le di a la puerta. No es nada.–Stan negó y se puso de pie, apareció unos segundos después con una crema.
–Hay que hacer algo con eso, se pondrá peor con el tiempo. Levántate la manga.–
–¡no!~ me mancharás la remera.–Stan sonrió.
–Entonces quítatela, quejona.–
Entre risas me quité la remera, por lo que Stan apartó la mirada sonrojado.
–Después de tantos años sigues poniéndote nervioso... eres una dulzura.–
–Sí sí, lo que digas... Ven aquí.–me acerqué aún más a él.
Stan comenzó a ponerme la crema que ademas de estar fría, me hacía doler un poco. Lo miré atentamente, tratando de adivinar lo que cruzaba por su mente. Lo que acababa de hacer no era ninguna tontería, ¡intentó quitarse la vida!. Ahora parecía estar tranquilo, pero con Stan nunca se sabía.
–¿cómo te sientes?–pregunté.
–Bien, creo. Aún no puedo creer que estuve a punto de... Ya sabes.–terminó de untar la crema.
–No lo iba a permitir.–acaricié su mejilla–. Desde pequeños evito que hagas estupideces... y pienso seguir haciéndolo.–Stan sonrió–. Siempre estaré para ti.–
–Lo sé.–besé su mejilla–. Y yo también estaré para ti, ____.–
–Entonces... ¿Qué haremos ahora? Estoy segura de que si les explicamos bien a los demás, entenderán.–
–¿qué cosa?–
–Que no iremos.–Stan negó.
–Quiero intentarlo.–
–¿hablas en serio? No quiero que hagas algo que no quieras.–
–De verdad, quiero hacerlo.–sonreí.
–Entonces llamaré a Mike, iremos por la mañana.–
Caminé hasta el teléfono y marqué el número de nuestro amigo.
–Ya que hay una pequeña probabilidad de que no volvamos ¿podemos... Hacernos cariñitos?–sonreí con el teléfono en la oreja.
