Capítulo 51

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El grito involuntario de pánico fue sofocado por un nuevo rugido que hizo temblar las paredes de la caverna principal. El aire se llenó de pequeñas motas de polvo que se colaban en los pulmones, los que ya de por sí tenían poco aire por el miedo. Los arañazos y golpes provenientes desde la barricada que cubría la terrorífica caverna no se hicieron esperar. Algo estaba intentando entrar desde las profundidades de la tierra, y no parecía amistoso.

El terror comenzó a contagiarse entre los colonos y en milésimas de segundo, entre gritos, rezos y sollozos, varias personas comenzaron a correr hacia el exterior. Más y más con cada nuevo arañazo o rugido al punto de que una avalancha incontrolable de personas se formó. Nadine y sus amigos apretaron sus espaldas contra la pared lateral de la caverna e intentaron no perder el equilibrio frente a los empujones despavoridos de las personas que huían.

—¡Mantengan la calma! ¡Están aplastando personas! —Nadine escuchó a Temba gritar entre el bullicio desesperado.

Por supuesto que nadie hizo caso y Nadine observó con horror cómo un par de personas caían frente a ella y eran pisoteadas sin piedad por compañeros que se habían dejado ganar por el pánico. Sus cuerpos desaparecían entre la muchedumbre y sus gritos se perdían entre los gruñidos que las bestias lanzaban tras la barricada. Hikaru no pudo aguantarlo e, impulsándose desde la pared, intentó acudir en ayuda de una pequeña mujer que había sido absorbida por el mar de gente.

Estuvo a punto de correr el mismo destino que ella si no fuera por la rápida acción de Austin, quien lanzando improperios lo siguió hasta donde se encontraba la mujer. En el momento que Hikaru perdió el equilibrio intentando ayudarla, sin que nadie escuchara sus gritos para que se detuvieran, Austin lo aferró con firmeza y con una fuerza que Nadine no conocía del hombre, lo arrastró contra su voluntad nuevamente hacia la pared. En el pecho de Hikaru, la sangre de la mujer manchaba su ropa.

Por un instante, el chico pareció enfadado con Austin, pero sólo duró unos instantes. Nadine sabía que lo que sentía Hikaru no era enojo, sino impotencia y miedo. Las lágrimas lo delataban.

Los rugidos se multiplicaron y en breve la enorme estructura de madera, rocas, tierra y todo lo que habían podido encontrar, comenzó a tambalearse por los golpes de las bestias que rugían del otro lado. Nadine casi se orinó al pensar en la cantidad o la fuerza que debían de tener los depredadores para lograr derribar lo que meses les había costado crear.

Cuando lograron abrir un agujero, las bestias rugieron en victoria y, motivadas, incrementaron su fiereza. La fogata principal que iluminaba la caverna de forma tenue y las llamas de las aisladas antorchas se movieron a la par de cada golpe a la barrera. Los gritos de los humanos aumentaron y cuando una enorme garra con uñas del tamaño de estacas se hizo ver desde el agujero, lo que quedaba de compostura se perdió. Nadine se encontró gritando a la par del resto y todo su cuerpo se preparó para escapar hacia el exterior. Su instinto de supervivencia superando cualquier tipo de control que tenía sobre su cuerpo.

—¡Nadine! ¡Afuera no tendremos dónde buscar refugio! ¡Recuerda la otra entrada en el bosque! Estará repleto de estas bestias —le gritó Donatella tomándola firmemente del brazo. Sus ojos desorbitados y su voz un tono más agudo de lo usual.

—¡Vengan! —ordenó Simon.

No les dio tiempo para cuestionar cuál era su plan. En ese instante la barricada cedió y el rugido de la primera bestia que saltó a la caverna principal, haciendo retumbar el piso, congeló la sangre de todos los que seguían adentro. Y luego se sintió otro salto, y otro, y otro...

Nadine no pudo evitarlo. Volteó su mirada hacia la entrada de la caverna que tantas pesadillas les había generado en los últimos meses. Las bestias no eran exactamente iguales a la visión del bosque. No eran difusas sino tan tangibles y reales como Brian a su lado. En lugar de ser sombras, eran definitivamente de origen animal. No había nada sobrenatural en ellas, y eso de alguna forma las volvía aún más terroríficas. Definitivamente no se estaban enfrentando con visiones o alucinaciones, sino con depredadores reales y mortíferos.

Las bestias eran del tamaño de caballos, pero de ninguna manera compartían su elegancia. Eran robustas como osos, pero con la firmeza de músculos que tenían los lobos. No eran negras como las visiones que habían tenido tantas semanas atrás, sino que un grueso pelaje pardo cubría toda su figura, exceptuando las enormes garras que se veían en sus cuatro patas. Con el siguiente rugido de ataque, la primera de las bestias mostró los largos y puntiagudos colmillos que salían de su enorme hocico, creados especialmente para desgarrar. Lo peor, sin embargo, era el olor a podrido que emanaba de ellas y que pareció invadir la caverna al instante que entraron. Tan fuerte era que sobrepasó el pánico de Nadine. Le revolvió las tripas y la chica tuvo que controlar las arcadas para no perder tiempo en vomitar.

—¡Nadine! —gritó Donatella a su espalda.

La urgencia de la mujer hizo que Nadine volviera a ponerse alerta al instante. Aunque todos los músculos de su cuerpo le advertían que no le diera la espalda a la bestia, logró controlar su cuerpo y salir corriendo detrás de sus amigos intentando cuidar de no tirar a nadie al piso en su desesperación.

Por el rabillo del ojo, Nadine vio como Temba y unos pocos se lanzaban con un grito de guerra desaforado hacia las bestias. Armas en alto y energizados únicamente por la adrenalina del miedo. Por otro lado, Nadine vio a las primeras víctimas desgarradas por los colmillos de las bestias. Una de ellas se impulsó con sus patas traseras y saltó más metros de los que Nadine hubiese creído posible. La enorme masa cayó sobre un hombre que gritó de pavor, y luego calló de repente cuando la bestia desgarró su cabeza de un mordisco, la sangre salpicando a borbollones. Nadine gritó, pero nadie la escuchó.

Simon condujo al grupo hacia una caverna lateral contra el exterior, un nivel más arriba que el suelo, no tan grande como la principal, pero aun así enorme y vacía excepto por unas pocas pertenencias aisladas. A su alrededor, varias personas intentaban huir y esconderse en las interminables pequeñas cavernas usadas como dormitorio. Simon no se dirigió a ellas, sin embargo. Con una seña hacia Austin que únicamente ellos dos entendieron, ambos empezaron a buscar entre las cosas que cubrían el suelo.

Simon lanzó un grito de victoria y se acercó al grupo cargando una cuerda hecha de fibras de una planta.

—Sabía que la había dejado por aquí —explicó de forma apresurada—. En esta caverna pueden entrar solo por aquella puerta, lucharemos con todo lo que tengamos, y si se complica la situación podremos escapar por la ventana hacia afuera —continuó mientras señalaba a la pequeña abertura entre las rocas por la que un humano podría pasar, pero no una de las bestias.

Nadie dijo que el plan era poco convincente, pero todos lo pensaron. Al menos era mejor que nada. Con sus manos temblando y los rugidos de las bestias que se acercaban a la puerta urgiendo celeridad, Simon y Austin lograron atar de forma apresurada uno de los extremos de la cuerda a una enorme roca. Nadine estaba convencida de que la atadura resbalaría o se desataría con el peso de la primera persona que colgara de ella, pero antes de que pudiera advertirlo el rugido de una de las bestias resonó en la recámara.

En la entrada, la figura gruñó dejando ver sus colmillos y arañó el suelo con una de sus enormes garras delanteras. El sonido del rasguño erizó todos los pelos de la nuca de Nadine y rechinó a lo largo de la recámara. La sola imagen de enfrentarse a la enorme mole con el mísero cuchillo que aferraba en su puño hizo reír a Nadine de forma nerviosa, convirtiéndose en un sollozo al segundo respiro. Con una rapidez que nadie esperaba dado a su enorme musculatura, la bestia se abalanzó hacia ellos los atacó con sus zarpas. 

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