Capítulo 27

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Nadine cerró los ojos y respiró hondo, saboreando el cálido aire fresco a pesar del humo y el olor a quemado. Estaba viva. Su tranquilidad no duró mucho tiempo al ser empujada por personas desesperadas por salir de la nave y escapar del horror que había adentro. ¿Qué salvación esperaban encontrar fuera en un mundo desconocido? Nadine no lo sabía.

—¡Aquellos que tengan heridas medianas o graves, por aquí! ¡Los que estén sanos o con heridas leves vayan hacia aquél montículo! —gritaba un hombre en forma constante haciendo señas con sus manos señalando la dirección indicada. Su rostro estaba rojo por el esfuerzo de hacerse escuchar, y su voz se estaba quedando ronca.

Nadine se acercó al hombre. No sabía si su hombro sería considerado una herida leve o mediana, pero el dolor la estaba agobiando y pensó que no perdería nada buscando un poco de esperanzas. El hombre apenas si le dirigió una mirada, apurándola para lograr que la fila de colonos fuera dinámica y organizada. Los doctores, médicos, enfermeros y otras personas del rubro de la salud revoloteaban como polillas entre los heridos, algunos con contusiones y laceraciones propias, intentando ayudar a quienes pudieran en la medida de lo que estuviera al alcance.

—¡Aquí! ¡Ayuda! —gritó un hombre que sangraba profundamente del costado derecho de su cintura, alzando su mano izquierda para llamar la atención de una de las doctoras.

Al verlo, la mujer se acercó a él de forma apresurada, pero fue detenida del brazo por otro hombre que sangraba de su ceja copiosamente.

—¡Yo estaba primero! ¡Ayúdeme a mi! —exigió el hombre haciendo gemir a la mujer de tan fuerte que tiraba de ella.

Varias personas se apresuraron a detenerlo, tomándolo por los hombros y acusándolo por su violencia. Algunos aprovecharon la situación para pararse frente a la doctora y demandar su atención antes de que fuera distraída por otro de los heridos. La mujer comenzó a llorar, poco acostumbrada al caos de una emergencia a tal escala, seguramente habiendo vivido su carrera médica dentro de la seguridad de un consultorio en un hospital privilegiado.

—Intento ayudar a todos, por favor cálmense —imploró con una voz dulce.

—Ayúdeme con esta herida. Seguro que no le tomará mucho tiempo y podrá seguir con el resto —volvió a solicitar el hombre con la herida al costado dando unos pasos hacia la mujer.

—¡Otros tenemos peores heridas y más urgentes! —espetó un tercer hombre con lágrimas en sus ojos, su brazo torcido en una forma antinatural con algo que parecía un hueso saliendo de una herida sangrante.

El caos volvió y la mujer se vio casi aplastada por la avalancha de personas que querían su atención médica de forma inmediata. La doctora gritó de miedo y Nadine no supo qué hacer para calmar a la masa desesperada.

—¡Paren! ¡Van a lastimar a una de las pocas doctoras que tenemos! —gritó sobre el bullicio.

Nadie le prestó atención. Solo hizo falta un empujón entre los dos hombres que habían comenzado la discusión para que la violencia física comenzara. Heridos como estaban, al parecer tenían fuerzas para agredirse a los puños y patadas, su ciega pelea llevando a golpear personas a su alrededor sin notarlo.

—¡ORDEN! —gritó una grave voz a la espalda de Nadine mientras otros dos hombres corrían a detener a los desenfrenados heridos.

Temba se acercaba con su imponente presencia y paso firme. Su mera altura y grandes músculos haciendo que los presentes silenciaran y lo miraran de forma cautelosa. No miró a Nadine, pero un pequeño toque de la palma de Temba en su cabeza le indicó que la había visto, pero ahora su problema era otro.

—¡Los doctores están aquí para ayudar en lo posible dado las circunstancias! —exclamó Temba con voz firme— ¡No dejen que la desesperación gane! ¡Se los atenderá en la medida que ellos consideren!

—¿Quién te puso al mando? —preguntó el hombre de la herida al costado inflando su pecho para aparentar valentía.

—Nadie, todavía. ¡Pero no dejaré que esta colonia se desmorone en las primeras horas por culpa de personas con mente débil que se dejan ganar por el caos! ¡Si tengo que usar la fuerza lo haré, aunque preferiría gastar mis energías en determinar cómo salvar a los que siguen dentro de la nave y buscar agua para limpiar esa herida que tienes! —contestó Temba con autoridad señalando el costado sangrante del hombre— ¿O quieres hacerte cargo tú de esas tareas?

El hombre no respondió, apaciguado por la fortaleza en la voz de Temba. Nadine pensó que no era el método más democrático o ideal que se había imaginado al pensar en la colonia como una sociedad utópica que no repetiría los mismos errores de la tierra, pero tenía que admitir que la muchedumbre parecía un poco más tranquila. La doctora miró a los heridos y decidió atender al hombre de la ceja cortada primero, todavía en llantos por el miedo.

Temba se mantuvo inmóvil examinando la situación durante unos minutos para luego dirigirse a Nadine con un suspiro cansado.

—Ven pequeña, déjame ayudarte con ese hombro.

—Creo que me quebré el brazo —explicó ella con un gemido de dolor cuando Temba tanteó el hueso.

—No, está dislocado —anunció Temba con el ceño fruncido —. Si me permites puedo ayudarte.

Nadine asintió, consciente que no sería para nada agradable. Temba afirmó sus pies en el suelo y coloco sus manos de forma cuidadosa en su brazo y al costado de su cuello. Con una última mirada a Nadine a modo de confirmación, el hombre retorció la extremidad en un rápido y seguro movimiento. La chica gritó de dolor, y perdió la visión por un momento. Se tambaleó por el mareo, pero Temba la sostuvo firmemente en sus brazos dándole pequeñas palmadas tranquilizadoras en la espalda.

—Ya pasó pequeña, ya pasó.

Nadine respiró hondo y se secó las lágrimas con sus manos. Tentativamente, movió su brazo notando que el dolor había disminuido.

—Gracias.

—¿Tienes alguna otra herida?

—No, solo unos magullones. Nada que requiera asistencia.

—Acompañarme entonces, necesitamos toda la ayuda que podamos encontrar.

Sin esperar a ver si la seguía, Temba se encaminó hacia el sector donde se acumulaban aquellos que no tenían heridas o solo heridas leves. El grupo de gente parecía estar más clama que aquellos requiriendo asistencia médica, pero el miedo y la inseguridad se palpaba en el ambiente.

En el centro mismo, rodeada de gente, Signe espetaba órdenes rápidas con las cejas fruncidas por la concentración. El lado derecho de su rostro estaba comenzando a oscurecerse en un gran magullón. El Dr Gonzalez era quién más hablaba por sobre el resto, su frente empapada de sudor y mejillas enrojecidas por el esfuerzo.

—No podemos hacer prácticamente nada. Menos si no tenemos agua —decía rápidamente su voz temblando.

—Lo sé, estoy formando un grupo para que encuentre una forma de transportar agua y otros para que vayan a explorar —anunció fríamente Signe sin devolverle la mirada.

—Aunque tengamos agua, no tenemos antibióticos, hilos, agujas, gasas esterilizadas. Es prácticamente imposible que podamos ayudar.

—Verlos intentando mejora la moral. Al menos podemos darles eso.

—La mayoría morirá.

—Entonces enfóquense en aquellos que puedan salvar —agregó Signe levantando su voz, perdiendo la paciencia.

Más que una solicitud sonó a una orden.

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