Capítulo 36

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No pasó mucho tiempo antes que Nadine se hubiera cansado de los niños y se alejara unos metros del grupo disponiéndose a tomar sol. Envidiaba a las personas como Cécile que tenían una habilidad innata para conectarse con ellos y hacerlo parecer lo más natural del universo. En lo personal, habiendo siempre vivido entre adultos, los niños menores a catorce años le parecían un misterio. No sabía cómo actuar ni de qué hablar con ellos, especialmente cuando los involucrados eran parte de lo que ella llamaba "franja gris". Esa edad en la que uno no sabe si tratarlos como niños, ganándose su odio permanente, o tratarlos como adultos y llenarlos de responsabilidades innecesarias.

Luego de horas de lloriqueo, preguntas y conversación constante, Nadine perdió la poca paciencia que tenía. En su defensa, hizo un esfuerzo sobrehumano por controlar su carácter y no estallar. Simplemente caminó con cara de pocos amigos hacia una gran roca en la ladera de la colina, ignorando la mirada irritada que Cécile le lanzó, y se desplomó contra ella. La ventaja de tener el sol de manera permanente era que mantendría su bronceado de forma anual.

Por supuesto que el universo complotó en su contra para no dejarla en paz.

Varias veces Balaji se acercó de forma silenciosa mientras ella descansaba la vista disfrutando del sol, con el objetivo de asustarla con ruidos, acariciarle el oído con una ramita, o simplemente darle un toque con su dedo índice. Antes de que Nadine pudiera regañarlo, el niño salía corriendo a carcajadas disparado y era festejado por el resto de sus compañeros como un héroe.

Dispuesta a atraparlo en su siguiente intento, Nadine cerró los ojos y prestó atención a cualquier ruido que alertara al niño en su alrededor. Cuando escuchó pisadas en su dirección, se levantó de un salto y dejó estallar su temperamento.

—¡Balaji! ¡Si vuelves a acercarte te juro que te mandaré de una patada de vuelta a la Tierra! —gritó con efusividad.

Para su sorpresa no era Balaji quien se acercaba sino la gran mole de Temba que la miraba confundido.

—Perdón. Es que este niño me está volviendo loca. ¡No se cansa! —explicó.

Temba sacudió la cabeza dejando entrever diversión detrás de su máscara de cansancio.

—Al menos tiene espíritu... Nadine, necesito un favor —dijo Temba yendo al grano.

Nadine se despidió de su tranquilidad, resignada.

—Necesitamos investigar las cuevas cuanto antes para empezar a instalarnos, pero hay un poco de resistencia entre mis hombres —explicó Temba con semblante grave.

—Cualquiera se resistiría a entrar a una cueva oscura en un planeta extraño —remarcó ella temiendo a dónde se dirigía la conversación.

—Exacto, necesitan una pequeña motivación, aunque sea mínima —agregó Temba sugestivamente arqueando las cejas.

—Temba, no es propio tuyo dar vueltas. ¿Qué quieres?

—Que nos ayudes con un pequeño empujón.

—¿Cómo?

—Entrando con nosotros en las cuevas.

—Definitivamente, ¡no! —respondió Nadine enfatizando con todo su cuerpo cuan en contra estaba de la idea— ¡No hay forma que entre en la boca de un posible monstruo alienígena armada con palos!

—Nadine, todos te conocen y muchos todavía te siguen admirando. ¡Te guste o no sigues siendo una celebridad! ¡Úsala para ayudarnos a hacer lo que tenemos que hacer!

—Dejé de ser una celebridad en el momento que mi nombre salió en El Loto. Ya casi nadie me trata como una y así lo prefiero.

—¡No es algo que puedas controlar! Las personas aún te admiran y si ven que entras en las cuevas con ellos levantarás los espíritus.

—A cambio de que me coma un extraterrestre.

—¡A cambio de ayudar a otros!

—¡Que se ayuden ellos mismos!

Nadine resopló un poco avergonzada de sus palabras, especialmente cuando los niños estaban escuchando los gritos. Recordando el egoísmo de las personas durante la avalancha para buscar los frutos amarillos, cómo se volvieron primitivas con tal de salvar su propio trasero y lo desagradable que le había parecido, Nadine cedió a regañadientes.

—Está bien.

Temba no dijo nada más cuidando de que no cambiara de decisión. Con un ademán de su mano le hizo señas para que lo siguiera hacia el grupo de exploradores (¿o eran soldados ya a esta altura?) que se aglomeraban a un lado de las cuevas. Nadine no conocía a nadie; Kaoru no estaba entre ellos, seguramente había sido designado a una tarea más tranquila luego del susto que había tenido. Los exploradores/soldados, sin embargo, sí la reconocían. A medida que Temba y ella se acercaban al grupo, Nadine vio como varios de ellos se daban codazos o cuchicheaban mirando en su dirección.

—Nadine Ruetter ha decidido acompañarnos. Está muy entusiasmada, ¿verdad? —anunció Temba.

—Super —respondió Nadine forzando una sonrisa.

—¿Estás segura que podrás defenderte en caso de peligro? No es una tarea para blanditos acostumbrados a una buena vida —increpó un hombre.

—¡Rodolfo, cierra el pico! Ninguno de nosotros ha tenido una vida confortable desde que llegamos a las instalaciones del proyecto NOVA. Además, ¿la has visto en los entrenamientos? Tiene más agilidad que el 90% de los colonos —defendió una mujer ancha y musculosa.

—¡Déjalo! Se enamoró y no quiere que Nadine corra peligro —exclamó otro hombre lanzando besos al aire.

El comentario se ganó las risas de los exploradores, quienes se burlaron de la actitud apática de Rodolfo. Al parecer el comentario no era algo específico contra Nadine sino parte de su personalidad. La mujer se acercó a ella con una sonrisa tímida y le entregó una rama con uno de los extremos afilados en una inútil copia de una lanza.

—Somos el grupo de exploradores que tiene a Nadine Ruetter. ¡Seremos famosos también! ¡YAY! —exclamó una voz joven masculina dentro del grupo.

Solo con su presencia, Nadine ya había logrado sacarle sonrisas al grupo sin proponérselo. Incluso aquellos que la miraban recelosos tenían algo de lo qué conversar para distraerse que no fuera la oscuridad de las cavernas. Por un lado, Nadine hubiera preferido que no la aceptaran dentro del grupo permitiéndole volver a su espacio tranquilo y tomar sol. Por el otro, tenía que admitir que le gustaba ser el centro de atención nuevamente.

—¡Yo también voy! —exclamó una voz aguda a su espalda.

—Ni lo sueñes niño. Te quedas aquí con Cécile —respondió Temba sin dirigirle siquiera la mirada a la escuálida figura de Balaji que brincaba a su espalda.

—¡No quiero! Ya he recorrido las cavernas hace un rato y encontré cosas muy interesantes. Quiero mostrárselas.

Con esas palabras, capturó la atención de Temba al instante.

—¡¿Qué quieres decir con que ya has entrado a las cavernas?! ¿Fuiste tú solo? —cuestionó el hombre abriendo los ojos hasta casi desencajarlos.

—Sí —afirmó Balaji inflando su pecho con orgullo—, estaba aburrido.

—¡Cécile! ¡Controla a los niños! ¡No pueden ir haciendo lo que se les dé la gana por allí!

—¡Intenta controlarlo tú! ¡Ese niño es un torbellino! ¡Y no me des órdenes que aquí soy voluntaria no soldado! —reclamó Cécile desde el grupo de niños.

Temba suspiró resignado.

—Si te pierdes o te lastimas estás por tu cuenta, ¿de acuerdo?

La cara de Balaji se iluminó con entusiasmo y sin pensárselo dos veces se lanzó a correr hacia la entrada de las cavernas.

-¡Niño! ¡Niño, espera! Maldita sea... Vamos antes de que se caiga adentro de un pozo —ordenó Temba haciendo un ademán con la mano.

—Balaji tiene más equilibrio que todos nosotros juntos, Temba. Y más habilidad para salir de un aprieto también, es el que menos corre peligro —aclaró Nadine con una sonrisa que fue desapareciendo a medida que se acercaban a la boca del lobo.

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