Capítulo 33

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Nadine tenía que admitir que a pesar de su afamado estado físico, NOVA era todo un desafío. Se sentía como estar caminando cuesta arriba de forma permanente, y el hecho de que la brisa fuese apenas perceptible hacía que el cálido aire alrededor se convirtiera en una caldera. Con desagrado notó que a los pocos minutos de travesía, una fina capa de sudor empapaba su frente y sus jadeos eran sonoros.

Su vergüenza se disipó en cuanto volteó su mirada para encontrar a Cécile con cara de estar viviendo la peor de sus pesadillas, prácticamente arrastrando sus pies. La mirada asesina que le dirigió evitó que Nadine emitiera cualquier tipo de comentario al respecto. El estado de los niños era un poco más alentador, pero la mayoría estaba sufriendo la travesía hacia el bosque. Únicamente Balaji parecía inmune a las adversidades de NOVA, adelantándose al grupo sin ningún tipo de esfuerzo, volviendo con descripciones del bosque y yendo nuevamente hacia allí sin esperarlos. La energía del escuálido muchacho era envidiable, y difícil de entender dónde se encontraba abastecida en esos flacos brazos y piernas.

El límite del bosque, donde los escombros provocados por el aterrizaje de la nave terminaban, estaba más cerca de lo que había parecido en un principio, algo que alentó a Cécile a seguir adelante en su caminata. No sin antes detenerse a apreciar el paisaje.

—Se siente como entrar a la boca de un lobo, ¿no es así? —preguntó con su voz vacilante.

—¿Quieres quedarte a ver los fogones? —propuso Nadine sarcástica.

—Definitivamente, no.

—Tú, primero.

—¿Estás loca? Tú corres más rápido, te toca ir primero.

—Te odio.

—Ódiame desde adentro del bosque.

Los árboles eran un paisaje familiar, pero a su vez diferente. Las hojas tenían un tinte azulado imposible en la Tierra, y el tronco de los árboles era oscuro, casi negro. Nadine nunca pensó que árboles pudiesen intimidar de la forma que éstos lo hacían, aunque quizás fuese la incertidumbre de NOVA lo que lo provocaba.

Los primeros pasos sobre las hojas húmedas fueron cautelosos, casi esperando que algo los atacara. El aire debajo de la sombra era más fresco, conquistando casi al instante a Cécile, quien suspiró aliviada del calor. Más confiados se dispusieron a adentrarse un poco más, descubriendo el cauce del arroyo que habían descubierto los exploradores donde varios de ellos estaban llenando nuevas cápsulas de agua.

Por alguna razón, todos hablaban en susurros, como si el sonido de su voz fuera un intruso no deseado en la naturaleza del bosque. El único sonido claro era el del arroyo fluyendo hacia algún lugar misterioso más allá de donde habían explorado. Incluso Balaji parecía más sumiso bajo la sombra de los enormes árboles.

Siguieron por la orilla en dirección opuesta a la corriente, donde los exploradores explicaron se encontraba el refugio. Prácticamente en silencio recorrieron quien sabe cuántos metros o minutos, observando todo con reverente atención.

Algunos árboles tenían flores coloridas, más grandes que las usuales de la Tierra. Algunos de los niños intentaron alcanzarlas, especialmente un par de niñas que las miraban con anhelo, pero tanto Cécile como Nadine lo impidieron.

—¿Qué pasa si es una flor carnívora y te arranca un dedo? ¿O si somos alérgicos a ellas? —rezongó Cécile antes de que un capricho estallara de las bocas de las niñas.

—No tentemos al destino, demasiadas cosas han salido bien hasta ahora —sugirió Nadine.

El bosque era hermoso, de eso no había dudas. Era sacado de una pintura, o la imagen ideal de la primavera. Sin embargo, Nadine no podía sacudirse la sensación de escalofríos en su espalda. La primera vez que escucharon un ruido animal, unos momentos antes de encontrar el arroyo, todos saltaron en su lugar espantados. No había forma de determinar si era un ave u otra cosa, pero provenía de la copa de los árboles y era un canto fuerte y agudo como los de un pájaro. Ahora, ya habiendo pasado más tiempo rodeados del bosque, todavía se seguían sobresaltando con cualquier ruido. Algunos incluso parecían no ser siquiera de animales, esos eran los peores. Nadine se propuso construir algún tipo de arma en cuanto tuviese tiempo... y averiguase con Temba como hacer una.

El primer animal que lograron ver con sus propios ojos fue gracias a la cortesía de Balaji, quien volvió de una de sus pequeñas exploraciones con una enorme hoja y algo que parecía una cucaracha peluda caminando sobre ella. Por supuesto que fue usada para asustar a todos y cada uno de los niños que lo acompañaban por más gritos que Cécile le profiriese.

—¡DEJA YA ESO! ¡NO SABES QUÉ TAN VENENOSO ES! —exclamó con una mezcla de asco y miedo.

El silencio solemne que habían mantenido durante su travesía se rompió por los gritos y huidas de los niños, y la risa a carcajadas de Balaji.

Los árboles con los frutos amarillos y el grupo encargado de recolectar los frutos aparecieron a la vista poco después. Todos imploraron a los exploradores por un fruto más para calmar la creciente hambre, pero se mantuvieron firmes en su postura de no regalar alimento a nadie. Ni siquiera a niños. No pudieron convencerlos ni mediante el uso de las lágrimas de los jóvenes con más aspecto inocente y enternecedor.

Una vez que se hubieron cansado de insistir, continuaron caminando por la orilla hasta finalmente llegar a un enorme complejo de cavernas en la ladera de una gran colina. Varios exploradores caminaban frente a ella entrando de vez en cuando y saliendo a los pocos segundos. Estaban siendo precavidos.

—¿Crees que habrá lugar para todos? —preguntó Cécile poco convencida.

—Ni idea, supongo que tendrán que investigar —respondió Nadine admirando cómo la arquitectura parecía casi hecha especialmente para ellos.

Había varias entradas en la mezcla de piedra y tierra, tanto a lo horizontal como a lo vertical, dando la impresión de un complejo de apartamentos. Varios rellanos adornaban la ladera a modo de balcones o caminos entre las entradas y una gran sección al frente de la colina parecía destinada a ser un lugar común del asentamiento. Era todo extremadamente sospechoso.

—¿Crees que extraterrestres apuestos están intentando conquistarnos? —cuestionó Nadine sin poder contener más tiempo su inquietud.

—No sé lo que creer, Nadine. Pero está claro que hay alguien o algo interfiriendo. Me interesa saber más sus motivos que su naturaleza, honestamente. No me importa si son extraterrestres parecidos a babosas gigantes... —respondió Cécile mirando con suspicacia la colina y llevando una de sus manos al lado derecho de su abdomen.

Al parecer el viaje espacial no había terminado con la incomodidad que le había dejado la intervención de su apéndice.

—¿Sabes? Todos nosotros somos extraterrestres ahora...

—¡Iré a explorar! —anunció Balaji con su voz atropellada, lanzándose a correr hacia la entrada principal antes de que ninguna de las dos pudiese evitarlo.

—¡Intenta que no te coma una babosa gigante, pequeña pesadilla! —advirtió Cécile furiosa.

—Dos opciones. O ese niño termina siendo un héroe o morirá en los próximos días —susurró Nadine al oído de Cécile para que los niños no la escucharan.

Cécile suspiró agotada y se desplomó en el piso, dispuesta a descansar.

—Creo que tenemos que dormir. No lo hemos hecho desde que estrellamos, seguramente hayan pasado horas desde entonces.

—Tienes un punto, ¿quieres entrar?

—Ni aunque estuviera incendiándome. Vayamos a preguntarle a los exploradores y los hombres de Temba si alguien estará de guardia mientras dorm... —comenzó a proponer Cécile interrumpiendo su discurso de repente con una mirada intensa hacia el bosque.

Nadine se volteó en seguida, esperando cualquier amenaza provenir a su espalda. Pero no fue una babosa gigante lo que apareció de entre los árboles y las sombras, sino Kaoru junto a otros exploradores. Todos pálidos como fantasmas, su mirada perdida, transpirando desesperación.

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