Capítulo 46

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Durante unos minutos, Nadine sintió que sus pies estaban calvados a la tierra. A su alrededor, la multitud comenzó a dispersarse en un enjambre ruidoso de rumores y murmullos. Aunque la mayoría la ignoraba, no faltaba aquél que clavaba sus ojos de forma desaprobadora sobre ella. Fue la presión de esas miradas lo que finalmente logró que sus músculos volvieran a funcionar, a modo de lograr escapar del escrutinio. La dirección que escogió fue aleatoria, su mente un poco más lenta que su cuerpo en volver a funcionar.

Los niños, pensó finalmente, levantando la cortina que nublaba sus pensamientos. Si había algo que lograría distraerla es conocer mejor a los dos silenciosos niños que habían descubierto el origen de la toxina. Con determinación, Nadine cambió de dirección y se dirigió al bosque intentando evitar los grupos de personas que conferenciaban preocupados.

Por supuesto que no estaban donde los había dejado. Ni siquiera los pescadores seguían en su tarea luego del revuelo que había provocado. Nadine lanzó una maldición entre dientes y pasó su mano derecha por su cabello corto intentando calmar la sensación de agobio que sentía en la boca del estómago y amenazaba con consumirla.

Con resignación reposó la espalda en el tronco de un árbol y contó hasta diez. Estaba tan cansada de todo. De vivir incómoda y con hambre, de siempre decidir la opción incorrecta, de sentir que su vida valía menos en NOVA. Quería volver a la rutina sencilla y los pequeños placeres. Eso era lo que más añoraba: el olor a sábanas limpias, una hamburguesa con queso y tocino, el abrazo de su madre cuando lo necesitaba, un sillón mullido en un día de pocas preocupaciones... Pero aquí estaba: recostada contra un duro árbol que raspaba la espalda a través de los harapos, su cabello desalineado y opaco, sobreviviendo de lo que podía encontrar, nunca calmando el hambre y habiendo dividido la única colonia humana en NOVA.

Se permitió unos minutos de soledad para quebrarse. No lloró, pero se hizo un ovillo abrazándose a sí misma y dejó correr todas sus inseguridades, miedos y culpa de forma libre. Pensó en sus padres, las personas que más adoraba en la Tierra y a las que nunca volvería ver. Pensó en cuánto los necesitaba, no tanto por su poder, sino por el apoyo incondicional que siempre le habían dado. En la Tierra los tenía a ellos, aquí tenía unos contados amigos, quizás incluso algo más. Poco sabían del pasado de cada uno, pero eso no importaba cuando toda su realidad y entorno habían cambiado al punto de estar comenzando nuevas vidas.

Nadine se incorporó y levantó el mentón. No se iba a dejar ganar por la situación por más que sintiera que estaba al borde de estallar. Ayudaría a arreglar las cosas y a lograr que la colonia sobreviviera lo que fuera que trajera el invierno.

Si de niños se trataba, el primer lugar evidente en buscar sería con los encargados de controlarlos, ¿y quién mejor que Cécile para buscar información?

Luego de sacudir su cuerpo de tierra y hojas, Nadine se encaminó sin mirar atrás hacia las cavernas, sin desviar sus ojos a los lados de su camino, donde los cúmulos de personas continuaban en conferencia.

La encontró en una de las habitaciones destinadas a alojar a los menores de catorce años, pero lo que le llamó la atención no fueron los pequeños rulos que estaban comenzando a volver a la cabeza de su amiga, sino las figuras que resaltaban en las paredes.

—¿Cómo has logrado esto? –preguntó con admiración llamando la atención de Cécile, quien tenía su nariz pegada a una de las paredes mientras pintaba con un pincel rudimentario hecho de madera y pelos de algún animal.

Al escuchar la voz a su espalda, Cécile se sobresaltó con un pequeño grito y dejó caer una madera con un montón de colores diluidos en pequeños agujeros.

—¡Maldición! ¡Ahora tendré que crear los colores de nuevo! ¡Te detesto, Nadine! Me tendrás que ayudar de ahora en más si quieres recompensarme –regañó Cécile señalándola con el pincel.

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