Capítulo 38

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Estaba rodeada de una oscuridad impenetrable y densa que prácticamente la obligaba a mantenerse inmóvil en su lugar. No veía nada alrededor, estaba sola dentro del vacío. Gritó con todas sus fuerzas para que la ayudaran, pero su voz se perdió en la inmensidad, ni siquiera devolviendo un leve eco. La desesperación le invadió y comenzó a inhalar bocanadas de aire con sus pulmones agitados, sintiendo el aire espeso y sofocante ingresar en su cuerpo.

El corazón le latía descontrolado, y su ritmo aumentó todavía más cuando una figura comenzó a dibujarse frente a ella. El contorno de na persona. Un hombre.

Retrocedió con celeridad, trastabillando con sus propios pies y cayó al suelo frío con un gemido. A medida que la figura se hacía nítida, comenzó a temblar de miedo.

Ariel la miraba con ojos vacíos; un maniquí en lugar del hombre. Sin embargo, ella sentía que la figura le dirigía una mirada filosa, culpándola de todo lo que había ocurrido.

Perdón –suplicó ella entrando en pánico.

El hombre continuó con su mirada acusadora y en su pecho, atravesando su bata blanca, manchas carmesí comenzaron a crecer empapando su ropa y el suelo. Ella gritó de terror, sintiendo una mano invisible retorcer su garganta al punto de la asfixia. Ariel continuó con su mirada vacía, pero desvió sus ojos hacia arriba. Hacia lo oscuridad sobre ellos.

Y ella volvió a gritar.

Nadine despertó con un sobresalto y se irguió de su reposo con violencia. Respiraba como si hubiera corrido una maratón, aunque el miedo empezó a disminuir al verse rodeada por luz solar en lugar de oscuridad. Con una mano acarició su cabeza todavía rapada e intentó calmar su corazón. La maldita cueva la había afectado al punto de que no podía evitar recordar la horrible sensación de pánico cuando veía cualquier sombra.

—¿Estás mejor? —preguntó una voz dulce a su lado.

Cécile la observaba preocupada y con el ceño fruncido. Desde la posición de Nadine en el piso, la chica parecía una gigante y ella se sentía pequeña.

—No lo sé, dormir no ayudó mucho —respondió refregándose los ojos.

—¿Otra vez has tenido pesadillas? —cuestionó Cécile sentándose a su lado.

—Sí, este estúpido planeta tiene como único propósito evitar que descanse. Estoy convencida.

—No creo que sea algo personal, Nadine. Este planeta no sabe que eras famosa allá en la Tierra —contradijo Cécile con una sonrisa.

Nadine despejó su mente y observó por primera vez las ojeras que adornaban los ojos de su amiga.

—¿Tú también estás teniendo pesadillas? —preguntó.

—Todos las estamos teniendo —respondió Cécile casi en un susurro—. Los niños tienen miedo de dormir, se mantienen dando vueltas durante horas hasta que caen desplomados y no lo pueden controlar.

—Entonces no fue esa horrible cueva...

—Al parecer no, aunque nadie quiere acercarse a ella. Solo un grupo de voluntarios está trabajando para crear un muro que separe esa entrada oscura del resto de la caverna. Temba me contó los planes... se le quebraba la voz de solo hablar de ella. ¿Qué fue lo que los asustó tanto?

—No lo sé, es difícil de explicar. Era la entrada a una caverna como cualquier otra de las que vimos, pero se sentía como el mismo infierno. Fue algo completamente irracional.

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