Capítulo 13

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Nada pasó desapercibido frente a sus ojos. Nadine observó cada detalle, cada puerta, cada pasillo y cada persona que se le cruzaba mientras caminaba con determinación al lado de la camilla que transportaba a Cécile. Trató de enviarle fuerza y confianza a través de sus manos aferradas, pero lo único que transmitieron fueron la humedad en ellas. Cécile tenía los ojos desenfocados tanto del miedo como de la fiebre, pero ya no lloraba; se había resignado a su destino, haciendo que Nadine se alarmara por ella.

No caminaron mucho, pero sí giraron un número considerable de veces por los pasillos de las instalaciones, seguramente con el propósito de desorientarla. Nadine, sin embargo, recordaría cada uno de los pasos y cada una de las vueltas que la obligaron a dar. En cierto momento, creyó vislumbrar un elevador, y en otro una puerta con el clásico resaltante cartel de "Salida". ¿Podría ser tan fácil? ¿Podrían, realmente, seguir los letreros y alcanzar la superficie? Con la exagerada cantidad de cámaras que Nadine había contado mientras caminaban, no lo creía. Caerían desmayados, o algo peor, antes de pasar la primera puerta siquiera.

Por fin llegaron a una gran sala que olía a desinfectante donde le indicaron que se lavara las manos y le dieron una deprimente bata de prolipoleno con gorra, cubre zapatos y mascarilla haciendo juego. Los doctores se vistieron de forma parecida y rápidamente ingresaron a una segunda sala repleta de aparatos e instrumentos donde varias personas más aguardaban preparados, la camilla de Cécile esperando detrás de ellos.

— Estaré aquí todo el tiempo —le dijo Nadine a Cécile intentando sonar reconfortante cuando uno de los asistentes cubrió con una máscara la boca de la chica.

— Cuenta de 100 a 1 —ordenó el hombre sin ningún tipo de suavidad o empatía.

Cécile lo obedeció sin chistar, resignada a que su vida quedara en manos de personas a las que les importaba un comino si vivía o moría y un procedimiento sin probar. No llegó a decir 97; sus ojos se cerraron de un momento para el otro.

Nadine sintió el peso de su promesa y lo fútil quera realmente intentar escapar de la sala de operaciones si algo iba mal con el procedimiento. La cantidad de cámaras no era alentadora, Cécile no podría caminar y había diez médicos que tenía que evadir. Su mente trabajaba rápido, alentada por la adrenalina y los nervios, anotando todo lo que había a su alrededor que podría ser de utilidad. Lo único que se le ocurría era en crear una distracción rompiendo los, seguramente, costosos dispositivos médicos que adornaban la sala.

Algunos pitaban, otros emitían una luz extraña sobre el abdomen de Cécile, otros simplemente no se estaban usando. Los doctores permanecieron concentrados de forma permanente, sin siquiera llevar sus ojos hacia Nadine una vez. La chica miraba el procedimiento inmóvil, en uno de los extremos de la sala, sin poder acercarse más por orden de los asistentes.

Nerviosa al punto de querer vomitar, Nadine intentó descifrar cómo iba la operación estudiando las reacciones y pequeñas frases que se cruzaban los unos a los otros, pero su actitud profesional y fría era la misma de siempre. Era imposible determinar si algo estaba yendo mal o era la usual poco cálida personalidad de la Dra. Loven a flor de piel.

Hubo menos sangre de lo que esperaba, algo que agradeció sobremanera dado que estaba segura que no aguantaría de pie si veía el líquido escarlata fluir sin control. Sus pensamientos se desviaron hacia su madre de forma repentina. Se acordó de lo que le había dicho tiempo atrás cuando Nadine se había retorcido al ver a su padre rebanarse el dedo con una sierra. El hombre se había empeñado en demostrar su masculinidad arreglando uno de los armarios de la casa, mientras los sirvientes lo miraban divertidos.

—Cuando crezcas y tengas hijos te olvidarás de tenerle miedo a la sangre —le había comentado su madre presionando el dedo de su padre fuertemente intentando parar el sangrado—. Serás capaz de soportar cualquier cosa con tal de ayudarlos.

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