Capítulo 40

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Estaba corriendo. Corriendo sin cesar por pasillos iluminados con tenue luz roja y una estruendosa alarma sonando por altoparlantes. Estaba cansada, estaba asustada. Segura de que en cualquier momento los guardias saltarían de una de las esquinas o la alcanzarían por detrás y todo acabaría. Tenía que seguir corriendo, pero sus piernas parecían hechas de gelatina y se tropezaba constantemente, cayendo al suelo sin control. Los músculos no le respondían, entumecidos como por anestesia. Corrió varios metros más y sus piernas nuevamente se entrelazaron entre ellas mismas y se desplomó al suelo.

La alcanzarían, estaba segura. Casi podía escuchar las zancadas de las botas de los guardias entre estruendo y estruendo de la sirena de la alarma.

Una puerta se materializó a su derecha. Con el corazón en la garganta, Nadine entró desesperada por escapar de un destino de torturas. Únicamente oscuridad la recibió. De nuevo se vio sumida en un vacío sin luz, espeso al punto de que casi parecía palpable y se escurría por su nariz y su boca sofocándola. Inundando sus pulmones.

Su respiración se volvió agitada y volteó su cuerpo para salir nuevamente por la puerta del pasillo, ahora extrañamente silencioso, pero la entrada había desaparecido. Nuevamente fue recibida por oscuridad. Nadine comenzó a llorar con el poco aliento que el vacío le dejaba.

Frente a ella, una figura se formó de la nada, tan cerca que si estiraba el brazo seguramente podría aferrarla. En su lugar, Nadine gritó y caminó de espaldas hacia atrás, alejándose del hombre con pústulas sangrantes que la enfrentaba. Estaba desnudo, su cabello casi inexistente dejaba al descubierto el rostro retorcido de dolor, su piel llena de pus y sangre. El olor a putrefacción la invadió revolviéndole el estómago, medio dulce, medio ácido, mezclado con el metálico de la sangre.

—Oscuridad —advirtió quejumbrosamente la figura, dejando entrever dientes podridos.

La voz retumbó en el vació, resaltando ante la total falta de otro sonido. Nadine gritó y se volteó dispuesta a huir. ¿Hacia dónde? Mo lo sabía.

Nuevas figuras aparecieron frente a ella, impidiendo que saliera corriendo directamente a la oscuridad. Ariel la miraba, su bata blanca sin una gota de sangre, inmaculada. Sus ojos eran vacíos, pero su rostro tenía la misma expresión que cuando había intentado ayudarla a ella y a Brian. Preocupación con una pizca de malhumor. Extrañamente Nadine se sintió más calmada, y el aire espeso a su alrededor se volvió más liviano. El olor putrefacto desapreció. Antes de que pudiera hablar dos nuevas formas aparecieron a cada lado de Ariel; sus padres la miraban.

El corazón se le encogió. Quería abrazarlos. Quería que su madre la consolara como lo había hecho cuando era niña y le dijera que todo estaría bien. Quería que su padre le asegurara que nada malo podría pasarle, que él estaba allí. Antes de que pudiera acercarse los tres dijeron al unísono, en un tono desconocido.

—Cuidado. Peligro. Oscuridad.

Nadine despertó con un sobresalto, quejándose al instante de haber tenido otra pesadilla. El calor del sol le hervía la cabeza y un punzante dolor entre sus ojos estaba amenazando con convertirse en una jaqueca. Estirando sus músculos adoloridos de dormir en el piso, Nadine se desperezó y se sentó a lo indio. Le costó unos minutos despejarse lo suficiente para darse cuenta que una persona la acompañaba a su derecha mirando fijamente hacia adelante. Brian enderezó la espalda cuando notó los ojos de Nadine enfocarse en él y se mantuvo en silencio.

Al principio Nadine pensó en ignorarlo, después de todo él lo había hecho la última vez que se vieron, pero probablemente Brian no entendiera su actitud y se alejara aún más. Quizás otra persona entendiera la indirecta, la actitud ofendida, pero no Brian. Además, la realidad era que en cuanto lo vio su corazón dio un salto de alegría; lo había extrañado. Por supuesto que nunca se lo admitiría a Cécile.

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