Capítulo 49

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Sin ninguna otra interrupción, llegaron al perímetro en construcción y dejaron las cañas en una pila desordenada a uno de sus lados. Cerca de ellos, Simon trabajaba en el cerco, atando cañas como si su vida dependiera de ello. En realidad, así lo era, dado que la noche estaba a un paso, pero su actitud exagerada y su semblante pálido daban una pista de que algo más se escondía detrás de su actitud. Desde hacía semanas que ninguna burla se escuchaba de sus labios, ni una sonrisa se desplegaba en su rostro. Nadine no podía creer que estuviese preocupada por él, pero tenía que admitir que extrañaba al viejo Simon. Por otro lado, había encontrado a Donatella llorando esa misma mañana, y por más que intentó consolarla no hubo forma de calmarla.

—¿Qué le pasa? —le preguntó a Brian.

—¿En que sentido? Pasarle le están pasando muchas cosas, como a todos nosotros —respondió el chico un poco confundido ordenando las cañas que habían soltado en una prolija pila.

—Quiero decir, ¿por qué parece tan preocupado? Es inusual en él —corrigió Nadine sin desviar la vista de Simon.

—Ah, no lo sé. Me ha contado varias cosas, pero nunca me dijo cuál le preocupaba y no sé cómo darme cuenta...

—¿Algo nuevo que le haya pasado? Más allá de todo lo bizarro de este mundo, claro está.

—Donatella está embarazada, ¿p-p-puede ser eso?

Nadine tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para cerrar su boca, que había quedado abierta por la sorpresa. En un segundo, todas las implicaciones le cruzaron por la mente, desde el peligro que corría Donatella sin la atención médica necesaria, a la maravilla de que un humano naciera por primera vez fuera de la Tierra. Si Rodolfo estaba equivocado, claro está. Nunca había pensado que Donatella, con su firmeza de carácter, pudiera tenerle miedo a algo. ¡La mujer salía a las expediciones con el arma en alto y una sonrisa en el rostro! Al menos hasta hacía unas semanas. Era entendible ahora las lágrimas de Donatella y la seriedad de Simon: ambos estaban aterrorizados. Más que cualquiera de los colonos.

Nadine intentó explicárselo a Brian, pero el chico simplemente se encogió de hombros.

—L-l-la n-n-noche da más miedo —respondió sin entender.

Ella sonrió con cariño al notar cómo el tartamudeo de Brian volvía cada vez que se encontraba en una situación incómoda o cuando estaba inseguro. Justo cuando se proponía explicarle todas las razones por las que dos padres primerizos habían entrado en pánico cuando se enteraron que esperaban un hijo en un planeta con peligros a punto de estallar, Nadine notó un reflejo platinado con el rabillo de su ojo.

Tan rápido que casi se desnuca, Nadine volteó su rostro hacia los árboles más allá del cerco. La niña angelical de cabellos rubios le hacía señas para que se acercara.

Así es como empiezan las películas de terror, pensó con un escalofrío. Pero necesitaba respuestas, estaba cansada de vivir en la incertidumbre.

Con su mano derecha, Nadine tanteó su pierna para verificar que el cuchillo que Brian le había regalado se encontraba allí. Pensándolo mejor, lo desató y lo tomó firmemente en su puño. Luego de respirar hondo un par de bocanadas para darse coraje, Nadine se encaminó hacia la pequeña figura.

—Ya vuelvo —le dijo a Brian sin voltear su mirada sabiendo que no obtendría respuesta. El chico estaba enfrascado en ordenar la pila de cañas.

Se acercó a la niña con cuidado, todos sus sentidos alerta por alguna trampa, sus dedos presionando cada vez más fuerte la empuñadura del cuchillo. La pequeña figura, sin embargo, sonrió. Era una sonrisa vacía y sin sentimiento, sus ojos no demostraban emoción alguna.

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