Vete al infierno

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Cerca de dos horas habían pasado desde que Michele fue puesto en aquella habitación, atado a una silla por el cuello, las muñecas y los tobillos

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Cerca de dos horas habían pasado desde que Michele fue puesto en aquella habitación, atado a una silla por el cuello, las muñecas y los tobillos. Sin embargo, estar atrapado en una situación así no era su mayor preocupación; lo que realmente lo puso nervioso fue haber notado que sus amarras eran correas de cuero; lo peor era que había cuatro focos, los cuales irradiaban un calor insoportable, apuntándolo directamente. El pequeño rastro de humedad recorriéndole la piel le indicó que aquellas amarras de cuero habían sido mojadas previamente. En ese instante, el italiano pudo darse cuenta del terrible escenario que enfrentaba. Además, no podía ignorar el hecho de que aquellas correas comenzaban a endurecerse y a contraerse alrededor de él, debido a eso, estas le apretaban cada vez más, provocando que respirar fuera más difícil cada segundo que pasaba.

*****

Horas más tarde, Michele sentía una terrible agonía. Había intentado soltarse forcejando hasta que sintió cómo el aire se le agotaba y la circulación hacia sus manos y pies se veía interrumpida, gracias a eso, comenzaba a perder sensibilidad. A decir verdad, lo único que lo consolaba en ese momento, era el hecho de que aquellas amarras de cuero ya estaban secas, por lo que no se contraerían más. Lamentablemente, estaban lo suficientemente ajustadas y duras como para obligarlo a jadear en cada intento por respirar.

Al encontrarse atrapado, el italiano aprovechó para ver todo a su alrededor. Sobre una mesa aguardaban varios objetos cubiertos con paños. Un televisor led estaba puesto justo delante de él. No había elementos de tortura visibles. Michele supuso que los artefactos tapados estaban destinados a ser usados en él. No tenía idea lo que Viktor tenía planeado, pero sabía que sería doloroso.

En cuanto la puerta se abrió, el italiano pudo ver al ruso junto a Seung-Gil y cuatro hombres más entrar a aquel cuarto. A pesar de que no sabía quiénes eran, Michele reconoció a esos cuatro tipos: habían estado con Viktor el día del tiroteo. El último de los hombres en ingresar cerró la puerta tras él. El surcoreano se fue directo a la mesa junto a un chico de cabello castaño. Los tres sujetos desconocidos apagaron los focos, los retiraron hacia los rincones del cuarto, y se colocaron cerca de las paredes de la habitación, en posición de guardia; uno en la pared derecha, el otro en la izquierda, y el último en la pared frente al italiano, justo detrás del televisor. Viktor, quien traía una katana en la mano derecha, se posicionó delante de Michele para que este enfrentara su mirada.

—Bienvenido. —Con una aterradora calma, el ruso caminó hasta la mesa y depositó la katana en ella antes de tomar un objeto pequeño con el paño que lo cubría—. Estoy seguro de que creíste que podrías hacer cuanta mierda se te ocurriera y quedar impune. Lamento informarte que estás equivocado. —Sujetando el misterioso artefacto, Viktor utilizó su mano libre para sujetar al italiano por el cabello, haciendo que este jadeara por el dolor y por la dificultad para respirar—. Ahora sabrás lo que sienten las personas que torturas para saciar tu asquerosa morbosidad. —El ruso soltó el cabello de Michele y miró a Guang Hong—. ¿Podrías ayudarme?

Death's Diary (Victuuri) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora