Yuuri

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Hace años que la tragedia invadía la vida de Yuuri Katsuki. No recordaba en qué momento fue que todo a su alrededor comenzó a desmoronarse. Todas las personas que amaba le habían sido arrebatadas, y ahora que solo le quedaba su hijo, estaba aterrado de que este también perdiera la vida. Su amado hijo era lo único que lo mantenía vivo. Si él ya no estuviera, Yuuri ya no tendría motivos para continuar. Él mismo acabaría con su vida.

Su infierno comenzó cuando tenía quince años recién cumplidos. Su padre jamás había sido un hombre cariñoso, pero al menos era preocupado del bienestar de su familia. Vivían en Tokio. Ni su esposa e hijos sabían en qué trabajaba o cómo llevaba dinero a la casa. Y cuando le preguntaban, él solo respondía que era un administrativo de una importante empresa. Un día, y sin previo aviso, se mudaron al pequeño pueblo de Hasetsu por órdenes de su progenitor. En aquella ciudad su padre volvió a actuar como antes, saliendo a trabajar en lo que fuera que hiciera sin dar detalles. Así fueron sus vidas por varios meses. Sin embargo, de un momento a otro, su padre desapareció. Simplemente, un día se fue a trabajar y no se volvió a saber más de él. La policía realizó una búsqueda exhaustiva para hallarlo, pero fue inútil. A Toshiya Katsuki se lo había tragado la tierra. La misma policía lo declaró como desaparecido y le comunicó a su familia que lo más probable era que el hombre estuviera muerto.

Yuuri era dueño de una mente privilegiada. Tenía ideas frescas, un intelecto muy superior a muchos, una bondad y amabilidad que le permitían acercarse a la gente y estas depositaban su entera confianza en él. Al convertirse en el hombre de la casa se sentía responsable de su madre y su hermana, aunque esta última fuera dos años mayor que él. Uno de los amigos de Yuuri, Takeshi Nishigori, lo ayudó a conseguir trabajo en la empresa multinacional de su padre. Este último, al ver las habilidades del joven, lo contrató como su asistente personal, ya que, incluso con solo quince años, resultó ser más competente que los últimos cinco asistentes que había tenido, y aunque fuera solo por media jornada, estaba seguro que Yuuri sería una gran mano derecha. Por esa misma razón, el padre de Takeshi, quien conocía a Toshiya y a su familia de toda la vida, le pagaba a Yuuri un sueldo que era muchísimo más alto de lo que ganaría un asistente de jornada completa. Sabía que ese pequeño estaba estudiando y que aun así quería mantener a su familia. El dinero que su madre lograba reunir con sus tejidos y el que aportaba su hermana, proveniente de su trabajo de medio tiempo como vendedora en una pastelería, no era suficiente; el sueldo de Yuuri se convirtió en el gran soporte de la casa.

Así pasó un año y medio, Yuuri ya se había acostumbrado a la carga que llevaba sobre sus hombros, esta no era tan pesada como al principio, incluso su sueldo había sido aumentado considerablemente. Y cuando al fin sentía que su vida se estaba reacomodando, una nueva tragedia lo golpeó de frente.

Llevaba tres días con una tos que sonaba como si el aire lijara sus pulmones y garganta. Su jefe le pidió que fuera al médico, ya que ese día no solo tenía aquella molesta tos, sino que también tenía fiebre. Aproximadamente a las 16:45 llegó a su casa, con una receta y una licencia médica en la mano, y la mochila, que usaba tanto en la escuela como en el trabajo, en la otra. No había podido comprar los medicamentos él mismo porque la farmacia de la clínica estaba cerrada. Su madre le ordenó que fuera a acostarse; ella y su hermana irían a comprar la medicina que necesitaba. Sin ánimos de contradecir a su progenitora, Yuuri solo se limitó a asentir y arrastró los pies a su habitación, donde se dejó caer y se durmió apenas su cuerpo tocó la cama.

Al despertar, miró el reloj que estaba en el velador junto a su cama, eran las diez de la noche con treinta y ocho minutos. Había dormido toda la tarde y, a pesar que aún tenía un poco de fiebre, se sentía mucho mejor. Se levantó en busca de su madre, pero no la encontró. Llamó a su hermana solo para notar que ella tampoco estaba. La casa estaba a oscuras, con las cortinas aún abiertas y todo tal cual había quedado cuando se fue a dormir. Su madre, de forma sagrada, siempre cerraba las cortinas cuando el sol se escondía y comenzaba a oscurecer para luego prender la luz. Decía que no se debía prender la luz antes de cerrar las cortinas porque los vecinos no tenían por qué mirar dentro de la casa... Si, tal vez su madre estaba un poco paranoica.

Death's Diary (Victuuri) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora