Últimas palabras

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Sin importar cuánto lo meditara o cuánto intentara resolver las dudas que llenaban su mente, Phichit Chulanont no podía comprender cómo había terminado en esa situación

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Sin importar cuánto lo meditara o cuánto intentara resolver las dudas que llenaban su mente, Phichit Chulanont no podía comprender cómo había terminado en esa situación.

Estaba saliendo del trabajo cuando fue interceptado por dos sujetos vestidos de negro, quienes lo forzaron a subir al auto sin importar cuánto intentara resistirse. Tras eso, le cubrieron la boca con un pañuelo, el cual estaba impregnado con un olor muy fuerte, provocando que perdiera la consciencia.

Al despertar, se encontraba atado a una silla con los ojos vendados. No supo cuánto tiempo llevaba allí, pero gritó por horas pidiendo ayuda. Aun así, nadie apareció para socorrerlo. Después de quince minutos de rasgarse la garganta, decidió que gritar era absolutamente inútil. Dos horas en el más absoluto silencio hicieron que el corazón del tailandés lograra calmarse un poco, sin embargo, la sensación de serenidad duró menos de lo que él hubiera deseado. De la nada, sintió que era forzado a pararse de la silla y obligado a caminar a otro lugar. De cierta forma, agradecía que lo estuvieran afirmando de los brazos, de otra forma, ya estaría en el suelo o chocando con las paredes. Sin saber dónde estaba ahora, se vio forzado a arrodillarse mientras el amarre de sus manos era apretado nuevamente. El miedo lo golpeó con fuerza una vez que le quitaron la venda de los ojos y notara que estaba en una sala realmente horrorosa y fría. ¿Lo peor? A poca distancia se podía ver el cuerpo sin vida de Leo sobre la camilla metálica, y a Emil, degollado, en una silla y con los pies en agua. La respiración se le había atascado en la garganta y las lágrimas comenzaron a caer de forma inevitable. Ni una sola palabra o grito escapó de su garganta, solo sollozos de dolor ante la horrible escena que se presentaba frente a sus ojos.

El sonido chirriante de una puerta, a la que obviamente le faltaba aceite en las bisagras, indicaba que alguien más estaba entrando a aquel lugar.

Su boca se abrió involuntariamente ante la sorpresa. El novio de Emil, Michele, caminaba en su dirección con una perversa sonrisa y sin importarle que el cuerpo de su pareja estuviera a unos metros de él. Phichit de inmediato supo que el italiano estaba detrás de las muertes de sus dos amigos.

—Bienvenido, me alegro de que despertaras.

El pobre tailandés cada vez entendía menos.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué...? ¿Por qué mis amigos están muertos? —La última pregunta vino acompañada de más lágrimas.

Michele se encogió de hombros.

—Están muertos porque no colaboraron conmigo. Aunque tú ya no me sirves, después de todo, ya tenemos la información que requeríamos. Supongo que podría divertirme contigo un rato.

Phichit vio con terror como el italiano iba hacia un mesón y tomaba una macana de hierro para luego volver a acercarse a su persona.

—¿Qué vas a hacerme? —El tono angustioso del tailandés era música para los oídos de Michele.

Death's Diary (Victuuri) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora