Bienvenido

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El primer día en el que el tal Vitya cuidaría a Yurio llegó más rápido de lo que el pequeño rubio hubiera querido, los días anteriores se había preparado mentalmente. La idea era recibirlo de forma amable. Era obvio que el ruso llegaría desconfiado, así que su deber era hacerlo bajar la guardia y luego declararle la guerra con un ataque. Era un buen plan.

Su padre era quien lo iba a dejar a la escuela todas las mañanas y un chofer contratado por Yuuri era quien lo recogía y lo llevaba de vuelta a casa.

Yuuri no tenía muchos sirvientes en la casa, solo los justos y necesarios. Cada uno de ellos tenía una labor que cumplir, por eso no podía sumarles a su carga laboral el cuidar a Yurio. El pequeño necesitaba a una persona que se preocupara solo de él.

Al llegar a la casa, Yurio subió a su cuarto y se encerró allí. Una vez dentro, ordenó sus útiles escolares, se sacó el uniforme dejando las prendas pulcramente dobladas y se cambió de ropa. Muchas de sus niñeras se habían ofrecido a ayudarle con esas cosas, pero él se negaba. A la única persona que le permitía ayudarle a cambiarse ropa, a bañarlo, a que le diera de comer a veces, o que lo ayudara con cualquier otro deber que tuviera era a su padre.

Cuando terminó, salió de su cuarto y bajó a una de las cinco salas de estar que había en la residencia. Los maestros no le habían dejado tareas ese día, por lo que vería televisión un rato y luego iría a leer alguna de las enciclopedias que su padre le compró cuando él se las pidió. Le gustaba mucho ser un chico culto y aprender cada día algo nuevo.

Yurio encendió el televisor y se sentó en el sofá. Con el control remoto colocó una de las tantas caricaturas que le gustaba ver. Diez minutos después, uno de los guardias que cuidaban la entrada de todo el terreno en el que estaba la residencia Katsuki, entró para informarle que el joven Vitya Nivokov había llegado para cuidarlo.

"¿Joven?" Se preguntó mentalmente Yurio, sin embargo, no dijo nada, solo asintió para que le dejaran pasar. Aunque solo fuera un niño, si su padre no estaba en casa, era a Yurio a quién debían pedir permiso u obedecer, siempre y cuando fuera algo razonable.

Minutos después, Viktor entró y admiró en silencio aquel magnífico hall. Dos escaleras curvas de mármol blanco, las cuales estaban cubiertas por alfombras rojas, guiaban a un balcón interior que formaba parte del segundo piso. En medio de las escaleras había una abertura que llevaba a una de las salas de estar, aunque esta era solo para recibir a las personas que llegaban cansadas. Del techo colgaba un enorme candelabro de cristal. Un piano estaba bajo una de las escaleras, ya que Yurio y Yuuri solían practicar a veces.

El ruso estaba fascinado por el exquisito gusto del pelinegro. Si el hall era así de ostentoso, ya podría imaginar el resto de la mansión. Él guardia le pidió que lo siguiera. Tras cruzar algunas puertas llegaron al salón donde Yurio estaba sentado. Parecía un angelito.

Viktor se preparó para cualquier ataque del chico, es por eso que enderezó la espalda cuando este se levantó del sofá y se acercó a él. Hubiera esperado un golpe, un insulto, incluso que se fuera dejándolo solo, pero lo único que hizo Yurio fue extender su mano, ofreciéndosela.

―Bienvenido a la residencia Katsuki.

Por un momento, Viktor no supo qué diablos hacer. Estaba tan confundido que miró la palma del niño por si llegaba a tener uno de esos botones de bromas que dan golpes eléctricos al tocar a alguien. Sí, estaba siendo paranoico, pero ese mocoso era de armas tomar. Volvió en sí rápidamente y, aún con desconfianza, estrechó la mano del menor.

―Gracias... Creo.

Yurio se giró y volvió a sentarse en el sofá, luego miró a Viktor y le señaló el sillón que estaba cerca.

Death's Diary (Victuuri) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora