1. El designio de las Diosas

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Desde el inicio de los tiempos, el bien y el mal siempre se han visto involucrados en una cruenta batalla sin fin, enlazada por un irrompible lazo del destino.

Un antiguo regente del desierto, poseedor del alma más oscura y macabra capaz de arrasar con todo a su paso, ha buscado de desmedida manera adueñarse del sagrado poder de las Diosas creadoras del mundo, el cual concede los más grandes deseos del corazón de quien la obtenga, sin importar si este está revestido por la pureza, o por la inmisericorde maldad. Esta reliquia, tan anhelada e inalcanzable, era conocida como la Trifuerza.

El Rey del Mal, luego de mil y un intentos, logró obtener su anhelado poder, sin embargo, cuando esta percibió la maldad de su alma, se dividió en tres fragmentos. El malévolo ser obtuvo la reliquia del poder, el cual lo caracterizaba, mientras que los dos restantes, los del valor y la sabiduría, pasaron a manos de los elegidos por las Diosas, quienes no eran otros que la Princesa del Destino y su Héroe Elegido.

En ese momento, las deidades designaron que las almas del guerrero y de la dama lucharían juntas para vencer al maligno que amenazaba con la destrucción de su sagrada tierra, y con ello, el alcance de la paz y la prosperidad anhelada por sus habitantes, y ellos mismos.

A pesar de todo, aquel destino marcado por el deber no era el único que unía a los elegidos, pues entre ellos, desde tiempos inmemoriales, se había creado el hermoso y sublime lazo del amor, el cual había trascendido con el paso de las eras, permitiéndoles reencontrarse para regocijarse en el corazón y los brazos del otro, sellando de esa manera las irrompibles cadenas de sus almas enlazadas. Las Diosas designaron que no sólo reencarnarían para vencer al mal, sino también para estar juntos sin importar época ni clase social.

Y así fue con el pasar de los siglos. Cada vez que la encarnación del mal regresaba para cumplir con sus bajezas, el alma del héroe y la princesa se unían para enfrentarlo por medio del valor y la sabiduría, cumpliendo de esa manera con el designio de las Diosas, y sellando las cadenas de su destino...

...

Miles de años transcurrieron desde la última lucha entre la luz y la oscuridad, donde Hyrule, la sagrada tierra de las Diosas, había vivido tiempos de paz, época en la que la leyenda de los elegidos había dejado de ser mencionada.

Gritos de euforia y algarabía se escuchaban por los pasillos de la ciudadela, originados de la felicidad que se percibía dentro de las paredes del majestuoso palacio que lo representaba, pues hace unos días el tesoro más valioso del reino había nacido, fruto del amor de los honestos y leales regentes que velaban por el bienestar de sus habitantes.

Daphnes, el joven soberano de la sagrada tierra de Hyrule, era un hombre alto y fuerte, cabello castaño y ojos color ámbar, caracterizado por su sentido de la justicia y la bondad de su corazón. A su lado se encontraba su amada esposa, la reina Celine, una noble mujer de gran belleza que se veía reflejada en su dorada melena y zarca mirada, características que no se comparaban a la pureza de su alma.

Hace mucho tiempo que los soberanos anhelaban tener un hijo, y no había día que no le pidieran a las Diosas que les concederían tal bendición, creyendo en algunas ocasiones que aquel sueño no sería cumplido. Sin embargo, en el momento menos esperado, su maravilloso deseo se volvió realidad, pues hace pocos días la reina trajo al mundo a una hermosa niña, cuya belleza opacaba a la más sublime y perfumada de las rosas, a quien desde el instante en que conocieron supieron que venía con un importante propósito. Aquella pequeña fue bautizada con el nombre de Zelda.

Los regentes la llamaron así no sólo porque era tradición en la Familia Real de Hyrule bautizar a sus mujeres con ese nombre, sino porque en el momento de su nacimiento se dieron cuenta de que poseía un símbolo en su mano derecha, el cual no era otro que el fragmento de la sabiduría de la Trifuerza, señalándola como legítima elegida de las sagradas deidades, la denominada Princesa del Destino, significando que la pequeña niña era la encarnación de la legendaria Diosa Hylia, quien había renunciado a su inmortalidad para luchar junto a su héroe elegido para erradicar a la representación del mal.

Almas unidasWhere stories live. Discover now