1. El designio de las Diosas

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Los reyes se sintieron honrados al haber sido elegidos como padres de la poseedora de aquel don, pero al mismo tiempo no pudieron evitar llenarse de profundo temor, ya que eso significaba que la vida de su hija corría peligro, pues el mal regresaría en algún momento para tratar de apoderarse de su divino poder y adentrar al mundo a la más terrible de las tinieblas.

Inmediatamente, pensando en el bienestar de su pequeña, los soberanos decidieron mantener en silencio su verdadera esencia, sin embargo, ese secreto solo lo compartirían con una importante y reconocida familia, cuyo destino estaba enlazado al de ellos.

...

En la sagrada tierra de las Diosas, el nacimiento de la princesa Zelda fue motivo de alegría y júbilo. Por esa razón, los reyes decidieron celebrar a lo grande el nuevo acontecimiento, donde todo el pueblo rindió pleitesía a la recién nacida soberana.

Nobles y plebeyos se encontraban reunidos en la sala principal del palacio, mientras que Daphnes estaba sentado en el trono con su amada Celine a su lado. Juntos contemplaban con devoción a su más valioso tesoro, quien yacía plácidamente dormida en una pequeña cuna que se había ubicado cerca de ellos.

- Daphnes, estoy segura de que la decisión que hemos tomado es la mejor para el bien de nuestra hija. – dijo la reina, sintiéndose dichosa con sus palabras.

- Así es, cariño, todo sea por la felicidad y seguridad de nuestra pequeña. Además de que así cumplimos con el mandato de las Diosas.

Todos los presentes estaban ansiosos por saber la gran noticia que el rey iba a anunciar. Murmuraban entre ellos, infiriendo posibles razones de la reunión, provocando que la pareja se ría sutilmente al percibir su gran curiosidad.

De repente, el sonido de las trompetas silenció a todos, anunciando la llegada de los principales invitados de aquel grandioso evento. Emocionado, el rey se levantó de su trono, sabiendo perfectamente quienes habían llegado a sus dominios, causando en su mujer la misma alegría y ansiedad.

- ¡Ya llegaron, Celine! ¡Por fin están aquí! – exclamó el rey, dejando de lado la seriedad con la que sabía mostrarse ante los demás.

Fue entonces, que un sirviente se colocó frente a todos los presentes, y por medio de un pergamino anunció a los recién llegados.

- Damos la bienvenida a la Familia Real de Ordon.

En ese momento, los invitados se silenciaron al presenciar la llegada de aquellas personas, quienes estaban conformados por una joven pareja y un pequeño niño. No eran otros que los gobernantes de las lejanas tierras de la región de Latoan.

El duque Demetrio era un hombre alto y con buen estado físico, cabello rubio y ojos azules. Por otra parte, la duquesa Aitana era una hermosa mujer de melena negra y verdes pupilas. Ambos se caracterizaban por ser unos excelentes soberanos, cadena que venía trascendiendo desde sus antepasados, pues estos se dedicaron a convertir a Ordon en un próspero reino, el que en el pasado no era más que un pequeño pueblo que con el pasar de los siglos se transformó en una gran nación, cuyas relaciones con Hyrule se volvieron sumamente estrechas.

El rey, al observar a sus invitados, caminó con prisa para saludarlos. Abrazó al duque con cariño, quien era su mejor amigo desde la infancia, mientras que la reina hizo lo mismo con su amiga, lo que llevó a que todos repitan aquel gesto con sus semejantes.

- ¡Por fin llegan, estábamos ansiosos esperándolos! – exclamó el rey, emocionado.

- Nosotros también estábamos ansiosos de llegar. No nos vemos desde que nuestro hijo era un bebé. – dijo Demetrio, acariciando la cabeza de su retoño.

Almas unidasWhere stories live. Discover now