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-     Buenos días alumnos—gritó el profesor.

Estoy en clases de ciencias, estaba todo tan aburrido, tenía mucho sueño, no pude dormir toda la noche por mis malditos sueños que me atormentan. Siempre que estoy apunto de ver el marco de la familia para lograr ver sus rostros, esa sombra me lo impide. 

Sin darme cuentas las clases ya habían terminado.

Camine a la cafetería con Irina a mi lado, la verdad no tenía hambre, me fui a sentar a una mesa mientras Irina compraba su comida. Mi vista se fijó en la afueras del colegio, a travez de la ventana vi la rubia cabellera de Sáhara que se encontraba discutiendo con un chavo más bien el le gritaba y ella agachaba la cabeza como una sumisa.

Camine hasta llegar a ellos.

-     Tu harás lo que yo te diga, tú no eres nadie, eres estupida y no vales nada para nadie—gritó el chavo.

Estaba apunto de golpearla pero no lo podía dejar, algo en mi me decía que la tenía que ayudar, se que ella siempre me ha tratado mal, pero ahora que me doy cuenta solo lo hace para llamar la atención y que alguien le preste atención por lo que es, no por lo que trata de ser.

-     No te atrevas a tocarla—grite interrumpiendo, los dos me voltearon a ver. 

Sáhara me veía sorprendida y el chavo rojo de la furia.

-     ¡Tu quien eres!—Gritó enojado.

-     Te importa una mierda quien sea, no vuelvas a tratar de golpearla—grite.

Prepara su puño para golpearme pero no sé cómo lo hice detuve su golpe agarrando su brazo y retorciéndoselo.

-     No te atrevas a volver a tocarla—escupí con odio.

Estaba tan furiosa que no medí mi fuerza, lo único que escuché fue crujir su hueso lo más probable es que se lo haya roto. Gritó de dolor. Lo solté y se marchó rápido.

Voltee a ver a Sáhara que me veía sorprendida.

-     Tus ojos—tartamudeo.

No entendía a que se refería, son claros como siempre. Al ver mi mirada confusa saco un espejo de su mochila y me lo dio. Al mirar mi reflejo lo solté de golpe, mis ojos eran rosados. Tenía miedo y mucho. 

-     No le digas a nadie—dije viendo a Sáhara que me veía sorprendida.

-     Está bien—contestó—Gracias—dijo tímida.

-     No hay de que—sonreí.

Salí corriendo al baño, al verme en el espejo grande mis ojos seguían tornados de color rosa, no sabia que hacer.

Sin despedirme de Irina salí de la escuela, corrí hasta adentrarme al único lugar en el que nadie me encontraría, el bosque, llegue hasta mi lugar preferido, el hermoso campo con la cascada a su lado, me senté en el tronco

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Sin despedirme de Irina salí de la escuela, corrí hasta adentrarme al único lugar en el que nadie me encontraría, el bosque, llegue hasta mi lugar preferido, el hermoso campo con la cascada a su lado, me senté en el tronco. Tranquilice un poco mi respiración.

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