|04| Capítulo 32: Nuestro baile de fin de año

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Me quedé helada, una vez más.

La única vez en que Bruno me había dicho eso fue a través del vidrio del autobús en el que abandonaba el campamento y ahora oírlo de manera tan cercana revolvió todo mi estómago. Tragué duro porque no supe que decir.

—Ahora puedes decidir.

—No creo... no creo que sea justo.

—¿Qué hacen hablando así? —oímos la voz de mi madre y ambos nos sobresaltamos. Observó a Bruno dándome la espalda y luego fijó sus ojos en los míos con desaprobación. —Mila...

—Necesitábamos hablar —dije rápidamente.

—¿Con Bruno dándote la espalda?

—Es más justo así —me defendí.

—¿Justo? ¿Justo para quién?

Oí la risa de Bruno y se giró levemente para mirar a mi madre que estaba con los brazos cruzados observándonos.

—Pedí algo para que almorcemos —nos informó. —¿Te quedas a dormir, Bruno?

Pestañeé confundida y Bruno me observó de reojo. Se aclaró la garganta y se giró completamente hacia mi madre.

—Todavía no llegábamos a esa parte de la conversación —me adelanté con el ceño fruncido.

—Pues dense prisa, por la noche saldré con Louis y quiero saber si estarán los dos aquí —comentó. Se quedó mirándome con los ojos entrecerrados y le sonrió a Bruno con amabilidad, luego giró sobre sus pies y nos dejó a solas.

Por algún motivo ahora me encontraba el doble de nerviosa, desvié mis ojos hasta la mesa de centro, pero aun así sentía los ojos grises de Bruno en mi mejilla.

—Debes decidir rápido —oí su voz.

—¿Qué se supone que debo decidir? —esta vez lo observé indignada.

—Lo que tu corazón diga.

—Mi corazón es un inútil —resoplé. Él se mantuvo en silencio observándome, respiré hondo y luego exhalé todo el aire de mis pulmones. —Dormirás con el perro.

—¿Tienes perro?

—No, pero tenemos una casa para perros.

—¿Por qué tendrías una casa para perros si no tienes uno? —alzó una ceja, burlesco.

—Para cuando vinieras ¿no es amable de mi parte?

Su sonrisa ladina con los hoyuelos marcados volvió a aparecer y a mi se me derritió el enojo una vez más.

—Agradezco tu amabilidad, de verdad. Pero creo que prefiero dormir en el sofá.

—Ese es del gato.

—¿Tienes un gato?

—Tendré uno... en el futuro.

Él asintió levemente.

—Le calentaré el sofá al gato del futuro entonces.

Me reí. Y su mirada se fue directamente a mi boca, lo que me hizo sentir más nerviosa.

—¿Puedo abrazarte? —lo oí.

Asentí levemente porque ya no podía fingir enfado del duro, del que estaba acostumbrada. Bruno había roto la pared de orgullo que quería colocarme alrededor y ahora me sentía frágil frente a él, como si en realidad nunca hubiese estado enfadada.

Se acercó a mí con cautela, como si yo fuera un gato callejero que iba a arañarlo si no tenía cuidado, y me hubiese gustado, pero claro que no lo hice. Solo sentir el perfume de siempre emanar de su cuerpo me devolvió a todos esos recuerdos del campamento. Y apenas sus brazos me rodearon, me sentí en casa.

¡Eres mio! ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora