Capítulo 27: Árbol solitario

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—Del beso que me tú me diste, dirás —lo miré fijamente.

Él se quedó mirándome por un momento y asintió levemente.

—Bueno... sí. No esperaba esa reacción y... nada. Sólo quiero que arreglemos nuestra amistad, no quiero que nada cambie.

Pretendía ser honesta con él, pero no quería entablar una conversación porque no tenía muchas ganas de hacerlo, por lo que sólo asentí lentamente.

—De acuerdo —contesté. —No pasa nada.

Para mí no pasaba nada y con eso me conformaba.

—Bueno... pues te dejo —se puso de pie. —Nos vemos luego en el comedor.

Se despidió agitando su mano y luego se alejó.

Noté que Renato venía hacia mí, se tendió a mi lado y se quedó mirándome con una ceja alzada.

—¿Qué quería?

—Hacer las paces.

—¿Ah sí? —rio. Sólo asentí —Sólo te diré: No caigas nuevamente ahí, Mila.

—De eso no te preocupes.

Me tendí a su lado.

—No sé qué pasa por la cabeza de Bruno —me dijo de pronto.

—Ni yo.

—¿Hablarás con él cuando salgamos de aquí?

—No sé. Ni siquiera contesta mis mensajes y llamadas aquí, ¿Por qué lo haría afuera?

—Yo sí iré a verlo.

Sonreí.

—Nuevamente serás un mensajero entonces y me dirás cómo está.

—Seguro que sí —rio.

***


Una semana después...

—Mila, abre la puerta —oí a Ethan afuera de la habitación.

No quería hablar con él ni con nadie, quería estar sola.

Bruno seguía sin contestar mis llamadas y pensé que sería mucho más fácil olvidarme de él sabiendo que a mí me ignoraba, pero estaba completamente equivocada. Estaba resultándome difícil asumir que Bruno no le había dado importancia a lo que teníamos ni siquiera para cortar conmigo por un maldito teléfono.

Pensaba, ingenuamente, que mis amigos en el campamento harían más grata mis últimas semanas, pero, aunque lo intentaban, yo no podía dejar de estar triste o de mal humor. Ver los chicos jugar fútbol americano ya no era lo mismo ni menos ver cuando entrenaban alrededor del campamento. Es que todo estaba relacionado con Bruno... él llenaba espacios muy rápidamente y ahora sólo se había ido olvidándose de todos.

No quería admitirlo en voz alta porque para mí siempre ha sido más fácil parecer fuerte que débil, pero lo extraño. Extraño sus abrazos, sus besos, sus bromas pervertidas y los hoyuelos en sus mejillas. Hasta he llegado a quedarme dormida en su habitación para sentirme un poquito más cerca de él... no me gustaba haber tenido mi primer amor en un maldito campamento de verano en donde todas las cosas eran efímeras.

Ethan se metió a mi habitación de mala manera y se quedó mirándome desde la puerta.

—¿Qué ocurre contigo? —entró con el ceño fruncido. —Mila.

—¿Me podrías dejar sola?

—Déjate de niñerías, Mila.

Me senté mirándolo y sentí que mis ojos se empañaron. Él aflojó su mirada y se acercó a mí.

¡Eres mio! ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora