Capítulo 25: Difuso

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—¿Has recordado? —pestañeé confundido.

—¿Qué cosa?

Él no sabía acerca de su enfermedad, por lo que rápidamente desperté de mis pensamientos y mi sorpresa, negué con mi cabeza y sólo le sonreí.

—No, nada... —estaba feliz, sentía una gran emoción en el pecho de tener a papá de vuelta.

Él me sonrió y colocó su gran y fría mano sobre la mía. No podía dejar de estar feliz de que hubiese recordado todo lo que le conté. Me quedé mirándolo un momento y me sentí un niño otra vez, como si tuviera cinco años viendo al mejor héroe del planeta.

—Esa chica... Mila... ¿Te hace feliz?

—Sí —sonreí.

—Entonces no la dejes ir, ¿oíste? —me observó y luego tosió —Me gustaría haberla conocido.

—La conocerás, la llevaré a casa y...

Él negó con su cabeza y me callé.

Tragué el nudo de mi garganta.

—Ama con fuerza ¿de acuerdo?

—No hables como si estuvieras despidiéndote —bajé la voz y él sonrió con cansancio.

—Cuida de tus hermanas.

Asentí levemente.

—Lo lamento mucho papá... —solté de pronto y sentí el nudo atacarme la garganta —Siento mucho todo lo que pasó entre los dos, eres el mejor papá de todos. Y... estoy muy orgulloso de ti ¿Sabes? Lamento que...

Pude notar el brillo en sus ojos, se quedó mirándome un momento y me sonrió dejando caer una lágrima por su mejilla.

—Hey, Bruno, ya nada de eso importa. Eres un buen hijo, un buen chico y sobre todo un buen hermano. Lograrás muchas cosas... —noté que me dio unas leves palmaditas en la mano —Gracias por quedarte haciéndole compañía a este viejo.

Su voz sonó muy débil, por lo que de inmediato me puse alerta.

—¿Papá?

De pronto, el sonido ensordecedor de la máquina me atravesó los oídos y el terror se apoderó de mi cuerpo.

—Papá.

Sentí su mano apretar levemente la mía e intenté calmarme, pero cuando el sonido se mantuvo y la pantalla marcó una línea recta, noté que su mano ya no me estaba apretando. Tragué duro, mi corazón estaba acelerado y comencé a hiperventilar.

¿Qué estaba pasando?

—Papá... —me acerqué a él, lo cogí de la bata —¡Papá! ¡Papá despierta! —subí el tono de mi voz.

Oí que la puerta se abrió de golpe y por ahí entraron algunas enfermeras, mis tías y también Ludmila. No entendía nada, sólo estaba concentrado en mover a papá para que despertara.

—Papá... papá no... —cogí su cuello e intenté levantarlo —¡Papá! No... no, no. No puedes abandonarnos así, no puedes... no puedes dejarme solo... ¡No me hagas esto, maldita sea!

Sentí que ya no podía controlar mi cuerpo, mis pensamientos ni menos todas las emociones que estaba sintiendo. No quería asumirlo, no quería admitir que estaba perdiendo a mi padre frente a mis ojos. Las lágrimas comenzaron a nublar mi visión, alguien me cogió del codo, pero no me giré.

Las enfermeras debían hacer su trabajo, pero dentro de toda mi desesperación y mi shock no podía dejarlo. No podía dejarlo en esa fría sala de hospital con personas desconocidas, no...

¡Eres mio! ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora