Capítulo 49

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La puerta se abre y es el doctor de nuevo. Mira la unión de nuestras manos y sonríe.

—No hay nada mejor que la compañía en estos casos —susurra y entra de puntillas—. Se acerca a los sueros e inyecta algo en una de las bolsas. —Con esto dormirá más profundamente —vuelve a susurrar. Mira alrededor de la habitación y detiene su mirada en un rincón. Camina hasta un sillón azul y retira varias sábanas que hay dobladas sobre él. Lo levanta para evitar arrastrarlo por el posible ruido que pueda hacer, y lo pone a mi lado—. Aquí estarás más cómoda. —Me pongo en pie con cuidado de no soltar la mano de la montaña para que no se despierte, me ayuda a retirar el taburete y me siento en el sofá. Sonríe de nuevo al mirarnos y sale del cuarto tan silencioso como ha entrado.

Reclino el respaldo y le observo. Por un momento me siento ridícula, después de todo lo que me dijo en la habitación del hotel de Colombia siento que estoy perdiendo el tiempo, pero a la vez quiero estar a su lado. Al menos hasta que se recupere. No tiene a nadie y sé que como dice el doctor, no hay nada mejor que la compañía cuando uno está así. Es lo menos que puedo hacer por él después de haber expuesto su vida para salvar la nuestra. Como si supiera que estoy pensando en él, se mueve en la cama, abre uno de sus hermosos

ojos negros, y al verme, esboza una pequeña sonrisa. Vuelve a cerrarlo y se duerme de nuevo.

Con cuidado, saco el teléfono de mi bolso y envío un mensaje a mi madre.

«Voy a tardar en llegar a casa, no te preocupes. Estoy en una habitación del hospital». Me cuesta escribir utilizando solo una mano, pero finalmente lo consigo. Lo pongo en silencio por si me responde y estiro las piernas para aliviar tensión. Tengo los músculos doloridos debido a la crisis que me dio antes.

El calor de su mano es bastante agradable. Aprovecho que está dormido y le observo con detenimiento. Nunca he tenido oportunidad de verle con tanta tranquilidad y tan de cerca.

Es un hombre bastante grande y me dobla en tamaño. Su piel morena se ve suave y sin imperfecciones. Su cabello está suelto y varios mechones le caen por la frente. Casi siempre ha llevado el cabello recogido en una pequeña coletita y pocas veces le he visto con él de esa manera, pero me gusta su nuevo aspecto. Sus cejas son perfectas, pobladas y bien definidas, y sus pestañas largas y tupidas. Lo primero en lo que me fijé cuando le vi fue en sus enormes ojos. Son tan negros y profundos que llaman la atención.

De todo él, lo que más he recordado estos días ha sido su boca. No puedo dejar de pensar en ella y en cómo me sentí con cada beso que nos dimos. Durante mi infierno me refugié en él y quizás esa es la razón por la que creé esta dependencia a su persona. No es normal que me sienta así por un hombre. Nunca antes me había pasado por algo similar y debe de tener alguna explicación.

Si le ocurriera algo, me afectaría demasiado. Estoy bastante asustada y preocupada por él. Hasta que no salga del hospital, o al menos de tanta gravedad, no podré respirar tranquila. Todos estos sentimientos que tengo hacia Izan deben de ser parte de algún síndrome raro. Al haber estado sometida a algo tan horrible, debo de haber creado una extraña dependencia hacia mi salvador.

De pronto siento frío y me muevo en el sofá. Mi cuerpo pesa y me doy cuenta de que me he quedado dormida. Levanto la cabeza para mirar a mi alrededor y lo primero que veo es la cara de Izan. Está mirándome desde la cama y nuestros dedos siguen entrelazados.

—Ho...la —dice apretando los ojos por el dolor. Hablar debe serle un suplicio.

—Hola, ¿cómo sigues? —asiente para hacerme ver que está bien—. ¿Te duele? —Se encoje de hombros y sé que no quiere preocuparme.

Levanto mi cabeza para ver si se han acabado los sueros y veo que hay varias bolsas nuevas.

—Vaya... estaba tan dormida que no me he enterado de que han entrado para cambiarte esto.

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora