Capítulo 24

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Izan

unas horas antes...

Me he demorado más de lo que creía, seguro que Sara debe de estar preocupada y preguntándose dónde estoy. Ojalá al menos haya cenado algo. Es muy tarde y ya debe tener hambre. Espero que le guste el teléfono que le he comprado. Así cada vez que tenga que salir seguiremos en contacto y podré avisarla de estas cosas.

Paro en un semáforo y espero a que cambie de color para poder continuar. Tres furgonetas exactamente iguales cruzan la calle que hay frente a mí en ese momento. Por un segundo, me parece ver en una de ellas a Angélica, aunque por lo que sé, ahora se hace llamar Lorena. Imagino que es para ocultar su nombre real. Sabe perfectamente que lo que está haciendo es ilegal y quiere protegerse.

Ella y yo nos llevábamos como hermanos en la finca. Era la única persona de mi edad con la que podía jugar y siempre estábamos juntos. Su madre y la mía eran amigas y por desgracia también falleció muy joven. Nunca llegamos a saber exactamente cuál fue el motivo de su muerte. Un día, sin más, oí cómo le daban la noticia a mi madre y no se volvió a hablar más del tema.

Desde que gracias a Sara sé lo que está pasando estoy atando algunos cabos sueltos y una macabra idea está empezando a forjarse en mi cabeza. ¿Desde cuándo mi padre se dedica al tráfico de personas? Necesito saberlo cuanto antes. Desde que mi madre se suicidó he pensado diariamente en la razón que la llevó a cometer aquel acto, incluso me he sentido culpable muchas veces. Sé que me quería como nadie, al igual que yo la quería a ella, pero después de lo que pasó llegué incluso a pensar que lo hizo por mi culpa, ya que siempre insistía en apartarme de su lado y en que estuviera el menos tiempo posible en la finca. ¿Lo haría para protegerme? He vivido engañado todo este tiempo.

Cuando vi la marca que lleva Sara en su muñeca cientos de recuerdos se agolparon en mi mente. Es exactamente igual a la que llevaba ella. ¿Sería mi madre una de sus víctimas? ¿Podría ser esa la razón por la que se quitó la vida? Llegaré al final de todo esto y por el bien de mi padre espero estar equivocado... Un claxon me sobresalta. Miro hacia el semáforo y me doy cuenta de que ya está abierto y estoy entorpeciendo el tráfico. Inspiro profundamente para calmarme y continúo hasta la casa.

Unos metros antes de llegar me fijo en que hay humo en el camino. «Qué extraño», me digo. «¿Habrá fuego cerca?». A medida que me voy acercando el humo es cada vez más espeso. Huele a quemado, pero no es el típico olor a madera que desprenden los incendios. Me fijo mejor y descubro que el humo está saliendo de la puerta y una de las ventanas de la casa. «¡Joder!». Acelero y en pocos segundos aparco y corro hasta allí.

—¡Sara! —No veo absolutamente nada. Me extraña que siendo de noche las luces estén apagadas. Busco el interruptor y cuando lo presiono todavía es peor, la luz se refleja en el humo y me deslumbra. Abro las ventanas como puedo y cuando por fin se ventila un poco la casa me fijo en que hay una cacerola puesta en el fuego y está prácticamente carbonizada.

—¡Sara! —grito, pero nadie contesta. Por un momento me asalta la idea de que se haya podido quedar dormida mientras cocinaba y corro hasta la habitación. De ser así, es posible que se haya podido intoxicar con el monóxido de carbono. Respiro aliviado al ver la cama vacía y decido salir a buscarla fuera. Quizás ha ido a pasear como la noche anterior y se ha descuidado.

—¡SARA! —Cada vez la llamo más fuerte y empiezo a preocuparme. Conecto la luz del móvil a modo de linterna y camino hasta el lago con la esperanza de que esté dándose un baño—. ¡Sara! ¿Estás por aquí? —Sigo sin obtener respuesta y empiezo a alterarme—. ¡SARA! ¡Soy Izan! —Quizás no esté reconociendo mi voz.

Vuelvo a la casa y busco alguna nota o alguna pista que me pueda ayudar, pero no encuentro nada. Todo está tal cual lo dejamos cuando me fui. Lo más extraño es que se haya olvidado la cacerola en el fuego. Salgo afuera y me siento en uno de los bancos de madera, necesito pensar con claridad. ¿Se habrá ido aprovechando que yo no estaba? «¡Mierda!». Mis ojos se abren cuando una idea cruza mi mente. «No debí besarla cuando me despedí. Solo me pidió un abrazo y yo lo llevé más lejos... ¿Por qué coño cuando la tengo cerca hago cosas tan estúpidas? Así no podré ayudarla. ¿Qué cojones me pasa? ¿Lo habrá malinterpretado? ¿Habrá huido pensando que tengo intención de hacerle daño? ¡Joder! ¡Joder! ¡JODER!». Golpeo mi muslo con el puño y mi móvil cae al suelo. «Soy un gilipollas. ¿Por qué cojones no me contuve sabiendo su desconfianza y el miedo que tiene?». Me inclino para recogerlo y sin darme cuenta pulso una tecla y la pantalla se enciende. La luz ilumina la solera de cemento y algo llama mi atención. «¿Qué cojones es esto?». Hay cinco manchas redondas y oscuras en el suelo. Entro a la casa y enciendo la luz de fuera para ver mejor.

Me acerco de nuevo y veo que hay tres manchas más. Paso la yema de los dedos por una de ellas y descubro con horror que se trata de sangre. Rápidamente comienzo a barajar posibilidades. «¿Le habrá pasado algo?», me tenso. Pensar que pueda haberse hecho daño me preocupa. «Quizás se ha cortado y ha intentado ir caminando hasta la ciudad para buscar un hospital». Vuelvo mi atención a las gotas de sangre esperando encontrar más y mi vello se eriza

cuando veo enredado en un trozo de madera un largo y rojo mechón de cabello. «¿Qué coño ha pasado aquí?». Mis dientes duelen al tenerlos apretados por la tensión. La idea de que Sara se haya ido por su propio pie cada vez pierde más fuerza.

Con la pantalla del móvil encendida busco en la tierra algún indicio o señal que me dé pistas sobre lo que haya podido pasar. Para mi desgracia, encuentro lo que por nada del mundo hubiera querido encontrar. Hay huellas diferentes a las nuestras y rodadas de algún coche que no conozco.

«¡Mierda! ¡Mierda! Alguien ha estado aquí». Mi respiración se corta. Pongo las manos sobre mi cabeza y camino histérico de un lado para otro. «¿Quién puede haber venido? Nadie sabe dónde estamos». La impotencia de no saber por dónde empezar a buscar me puede. Cuando pongo las manos sobre los muslos intentando llenar el pecho de aire veo una pequeña lucecita parpadear en la oscuridad. Está justo debajo del vehículo que tengo alquilado. Arrugo mi frente extrañado y camino hasta el coche. Me arrodillo, estiro el brazo y con esfuerzo consigo arrancar una especie de cajita negra de la que sale el parpadeo. La giro hacia la luz y leo: "Localizador, buscador, GPS portátil". «¡Hijos de puta!». Lanzo el localizador contra el suelo y se hace añicos. Corro hasta el coche y conduzco a gran velocidad en dirección a la finca. Si es lo que creo, es el único lugar al que han podido llevarla. No sé muy bien lo que haré cuando llegue, pero me da igual. Me expondré si hace falta. Haré lo que sea por sacarla de allí.

—¡Malditos cabrones! ¡Os mataré a todos! —hablo solo buscando alivio—. Como la hayáis tocado... juro por Dios que os haré pedazos. —Golpeo el volante cabreado y grito, rabioso.

Adelanto a los demás conductores como si estuvieran parados. Todos van demasiado lentos. Salgo de la carretera y tomo el camino que lleva a la finca sin reducir la velocidad. Derrapo, pero por suerte me hago con el control. Todo lo que hay tras de mí desaparece debido a la gran polvareda que estoy levantando.

Cuando llego piso el freno con fuerza y bajo del coche. Corro hasta las puertas, pero las vallas me impiden pasar. Temo que estén conectadas y no me atrevo a tocarlas. No hay coches dentro, como la última vez, ni luz en las farolas que alumbran la piscina. Ni siquiera suena la depuradora.

Recuerdo que guardé las herramientas que utilicé para conectar la luz de la casa en el maletero. Voy hasta él y saco los guantes dieléctricos aislantes y unos alicates. Con cuidado, voy cortando y doblando las puntas de la valla hacia el exterior. Tras una larga hora, consigo por fin abrir un hueco lo suficientemente grande como para poder pasar por él sin problema. Me adentro en el recinto y mi mirada se desvía instintivamente a la ventana desde la que saltó mi madre. Desde aquel día no fui capaz de volver a entrar a la finca. Trago saliva y me armo de valor. Lo último que necesito en este momento es que los fantasmas del pasado me atormenten.

Camino por el césped hasta la entrada y cuando llego a la puerta principal descubro con sorpresa que está abierta. Entro al edificio sin hacer ruido y un gran silencio llama mi atención. Algo me dice que no encontraré aquí lo que estoy buscando.

Aun así, no pierdo la esperanza y busco prácticamente en todas las habitaciones. Solo hay una en la que no me atrevo a entrar. La que pertenecía a mi madre... Cada vez que pienso en esa habitación sin ventanas me pongo enfermo. Allí es donde la encerraban alegando que tenía problemas mentales y nunca me dejaban acercarme. A veces me escapaba sin que me vieran y hablaba con ella a través de la puerta. Recuerdo cómo la pobre pedía agua y yo no podía dársela porque estaba cerrada con llave.

Con cada minuto que paso allí dentro el mundo se me viene encima. Ya no sé qué más hacer. ¿Dónde está Sara? ¿Qué han hecho con ella? ¿Dónde la han llevado?

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La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora