Capitulo 33

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—¡Traidor! —Me golpea en el mentón aprovechando mi sorpresa—. ¡Sabía que no podía fiarme de ti! Desde que te vi supe que nos traerías problemas. —Trata de golpearme de nuevo, pero le esquivo.

Por un momento no sé qué hacer, me siento completamente bloqueado. Lo he echado todo a perder y tengo que buscar una excusa creíble.

—¿Pero qué demonios te pasa? ¿Qué estás diciendo? —Trato de disimular—. ¡Has destrozado mi teléfono!

—Sabes muy bien de qué estoy hablando. —Echa las manos hacia atrás, saca un arma y me apunta con ella—. ¡Sal de aquí! ¡CAMINA!

—Te estás equivocando... —digo mirando al cañón en un último y desesperado intento de que me crea. Por la manera en que me habla, no dudará en apretar el gatillo—. Estaba hablando con un amigo...

—No sabía que tenías un amigo comisario —responde con sarcasmo—. He oído toda tu conversación mientras venía. Pon las manos donde pueda verlas. —Las pongo sobre mi cabeza y le miro.

—Te estás equivocando... —Lo intento de nuevo. Me niego a creer que he perdido mi oportunidad de salvar a las chicas.

—¡Sal de aquí ahora mismo o te vuelo los sesos! —Pone el arma en mi costado y camino hasta la salida.

Mil ideas pasan por mi cabeza, pero no me atrevo a poner en práctica ninguna. Cualquier movimiento en falso podría costarme la vida. No es algo que me asuste demasiado, pero le prometí a Sara que volvería a por ella y tengo que sacarla de allí. Tengo que cumplir mi promesa.

La gente nos mira y Alacrán mete la mano en uno de sus bolsillos para que el arma no llame la atención. Por la posición de su mano, sé que sigue apuntándome.

Llegamos al coche y abre la puerta del conductor para que suba. Mientras me coloco dentro del vehículo, él se acomoda en el asiento trasero. Un frío golpe en mi nuca me hace saber dónde tiene apoyada el arma.

—No conozco Colombia —digo al ver sus intenciones.

—Conduce —responde secamente y arranco el motor—. Continúa en línea recta toda la avenida y después desvíate en el primer cruce.

Obedezco y sigo sus indicaciones durante todo el trayecto. No aparta ni un solo segundo el arma de mi cabeza y siento mi cuerpo sudoroso. Temo que en cualquier bache su dedo roce el gatillo y dispare. Salimos de la ciudad y continuamos por un camino hasta llegar a un puente bastante alto.

—Necesito abrir la ventanilla —digo acalorado. Varias gotas de sudor corren por mi frente.

—No hace falta. En unos minutos te va a dar el aire de lleno en la cara —ríe y no entiendo su broma—. Aparca allí. —Salgo del camino y aparco—. ¡Sal del coche! —dice mientras abre la puerta y baja conmigo. Miro a mi alrededor durante varios segundos observando el paisaje y al notar que estoy parado, me empuja—. ¡Camina! —Clava la pistola entre mis homóplatos.

—¿Hacia dónde? —pregunto confuso.

—Al puente. —Mis ojos se abren cuando creo entender lo que pretende.

—¿Qué vas a hacer? —Busco ganar tiempo. Ya estoy casi en el borde.

—Hacerte desaparecer de una puta vez. Ni siquiera debiste haber nacido.

—¿Por qué dices eso? —Me paro para no caer. Tengo la impresión de que él sabe la respuesta a todas mis preguntas.

—La zorra de tu madre nos ocultó a todos su embarazo y cuando nos dimos cuenta era demasiado tarde para someterla a un aborto. Estaba muy avanzado. Solo te salvaste porque su vida corría peligro si te sacábamos de su cuerpo, y no queríamos perder a una de las putas más rentables. —Mi respiración se hace sonora. Está confirmando todas mis sospechas—. Una lástima que después se suicidara. Sobre todo por la cantidad de dinero que pagó tu padre por ella cuando aún era virgen. Una vez que la desvirgó, intentó recuperar la inversión prostituyéndola, pero no sé si llegó a conseguirlo. Todavía la odia y no le culpo. —La sangre me arde.

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora