Capitulo 3

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Al igual que la primera vez, la puerta se abre sola nada más tocar el pequeño botón. Miro por todas partes buscando una cámara, pero no la encuentro. ¿Siempre abren así en esta casa? Deberían tener más cuidado... cualquier día podría entrar un ladrón y se llevarían un gran susto.

Camino por el frío pasillo y todo está en silencio. Busco con la mirada, pero no parece haber nadie. Todo esto es tan extraño...

—Buenos días, Sara. —Me giro. Otra vez ha vuelto a asustarme. Si hace esto a menudo no tendrá demasiadas visitas.

—Buenos días, señor —le saludo.

—Has sido puntual. Eso me gusta. —De nuevo sus ojos están fijos en mi cuerpo.

—Es lo correcto —fuerzo una sonrisa.

—Ven conmigo, te enseñaré la casa. —Le sigo. Su espalda es enorme y su cintura estrecha. Aunque es mayor, puedo apreciar que se cuida.

Cada habitación en la que entro es más lujosa que la anterior. Todo está muy ordenado y limpio. Cuando llegamos a la cocina me doy cuenta de que hay alguien más allí y respiro aliviada. Al menos eso me tranquiliza. Es una chica morena con el cabello largo y parece estar cortando algo de espaldas a nosotros.

—Hola —digo en alto y la chica se gira.

—Hola —sonríe cuando me ve.

—Ella es Ana —dice mi jefe a modo de presentación—. Ana, esta es Sara, tu nueva compañera. —Se dirige a ella—. Como tú ya sabes cuál es el trabajo, os dejo a solas para que os organicéis y repartáis las tareas —Ana asiente mientras se seca las manos con el delantal y el dueño de la casa se marcha.

—Este hombre es muy raro, ¿verdad? —susurra mientras asoma la cabeza por la puerta y mira como se aleja.

—Un poco —sonrío. No quiero hablar mal de mi jefe el primer día y menos con una desconocida—. ¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí? —pregunto.

—Empecé ayer. —Levanto las cejas, sorprendida.

—Vaya. Creí que...

—¡Qué va! —No me deja terminar—. Me contrató la semana pasada. Me gustaron las condiciones y acepté el empleo —sonríe.

—Oye. ¿Puedo hacerte una pregunta? —digo algo avergonzada.

—Claro.

—¿Cómo se llama el jefe?

—No tengo ni idea. —Mis ojos se abren. No lo puedo creer—. ¿Y si te digo que yo pensaba hacerte esa misma pregunta? —ríe.

—¿En serio? ¿Tú tampoco lo sabes?

—No. Y a estas alturas me da vergüenza preguntarle. No quiero que piense mal de mí. —Me siento aliviada al ver que no soy la única.

—¿De dónde eres? —Su acento no es madrileño.

—Soy de Barcelona.

Un par de minutos después descubro que tiene un año más que yo, que se ha desplazado hasta Madrid por cuestiones de trabajo y que su situación económica no dista mucho de la mía.

Nos ponemos manos a la obra. Organizamos una especie de cuadrante y empezamos. Hoy me tocan los baños y el salón mientras ella prepara la comida. Cuando acabe se encargará de las habitaciones y yo de lo demás. Mañana será a la inversa.

Limpio los baños como hemos acordado. Espejos, lavabos, bañeras... todo está impecable, pero de igual manera lo hago. No quiero que entre el jefe y me vea parada. Acabo pronto y continúo con el salón. Retiro todas las figuritas de la estantería con cuidado. Parecen demasiado caras y tengo miedo de que se me caigan. Seguro que cada una de ellas cuesta más que todo mi sueldo de un mes. Paso el paño para eliminar el polvo de las baldas y mientras lo hago miro varias veces hacia atrás. El vello de mi espalda se eriza continuamente. Tengo la impresión de que alguien me está observando, pero no hay nadie en la sala conmigo. Me fijo en el techo y veo algo moverse en mi dirección. Estoy segura de que se trata de una cámara. «Al menos las tienen dentro», me digo.

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora