—Kaoru y Brian siguen sin aparecer. ¡No puedo quedarme aquí! —imploró.

Temba lo consideró durante unos segundos, hasta que decidió que Nadine era lo suficientemente confiable y le dirigió un ademán para que lo siguiese.

Tres grupos se formaron rápidamente, uno de ellos compuesto de personas esbeltas que se dirigió hacia donde Signe se encontraba rodeada de nuevas personas. Los otros dos continuaron hacia la boca del agujero de la nave, esquivando a las personas que salían desesperadas.

El humo agrio había comenzado a inundar el interior de la nave, disminuyendo la visibilidad. Los ojos de Nadine empezaron a arder al instante y su pecho a reclamar aire limpio con una tos seca y dolorosa.

—Equipo dos: transporten las cápsulas que puedan hacia el exterior y déjenlas en el punto de encuentro. Equipo uno: saquen a cuantas personas puedan y estén dispuestas a salir. Tenemos aproximadamente veinte minutos antes de que el humo nos haga perder la conciencia. ¡No se queden más tiempo!¡Si notan que su cuerpo falla, retírense de inmediato! ¡¿ENTENDIDO?!

—¡ENTENDIDO! —respondieron todos.

En el momento que Temba hizo una seña con su mano, los integrantes de ambos equipos se dispersaron de forma apresurada.

Nadine no veía a más de dos metros de sus ojos y el humo la sofocaba de forma cada vez más insoportable. Perdiendo todo tipo de pudor, levantó su bata gris y se cubrió la boca y nariz con ella. Apenas encontró un metal afilado cortó el borde de la tela y ató una máscara rudimentaria sobre su rostro.

A cuanta persona encontraba sana, la dirigía hacia la gran abertura de la nave con prisa. Varios se negaron a salir de la nave, otros parecían encontrarse encerrados dentro de su propio mundo y tenía que acompañarlos hasta el exterior.

A pesar de su máscara improvisada, a los pocos minutos el olor a químicos y humo comenzó a quemarle los pulmones y la garganta como si estuviese inhalando ácido. No aguantaría mucho tiempo más. Tampoco sería de mucha ayuda, puesto que en breve su visión se vería opacada por el humo cegándola todo lo que la rodeaba, incluyendo la salida. Suprimiendo el sentimiento de culpa, se dirigió hacia la entrada de la nave llorando tanto por la irritación en sus ojos como por las decenas de personas que todavía estaba atrapada dentro de la cavidad de metal.

Antes de que pudiera alcanzar el exterior, alguien la aferró del brazo impidiendo que llegara a respirar una bocanada de aire fresco. Instintivamente Nadine se contorsionó para zafarse.

—Necesito tu ayuda, Nadine –exclamó la mujer fuertemente para llamar su atención—. Se trata del chico raro con el que siempre andabas en las instalaciones.

Nadine se detuvo al instante.

—¿Lo encontraron?

—Sí, pero no he logrado que me acompañe a la salida. Está en una especie de... de trance... -explicó la mujer soltando el brazo de la chica—Quizás tú puedas sacarlo de aquí. Son amigos, ¿no es así?

—Llévame con él –exigió Nadine sin responder la última pregunta.

La mujer asintió nerviosa y se apresuró a dirigirla hacia el sector izquierdo de la cavidad, subiendo las rudimentarias escaleras. El corazón de Nadine comenzó a palpitar descontrolado, temiendo el poco tiempo que disponían para salir de la nave. El humo negro se volvía cada vez más intenso con el paso de los segundos y a lo lejos Nadine pudo distinguir las primeras llamas. La mujer se detuvo frente a varias capsulas desperdigadas por el suelo y señaló hacia un espacio entre ellas.

Brian se encontraba sentado en suelo, su mirada perdida en un punto fijo frente a él, ajeno al caos y la crisis que los rodeaban. El lado izquierdo de su rostro sangraba copiosamente.

—Haz lo que puedas, pero sal de aquí cuanto antes. Las llamas se están acercando con rapidez –aconsejó la mujer, su voz flaqueando apenas—. Intentaré ayudar a más personas en mi camino hacia fuera.

—¡Gracias! –exclamó Nadine, pero la mujer ya estaba corriendo hacia la salida.

La chica se acercó a Brian cautelosa pero apresuradamente y se posicionó en cuclillas frente a él.

—Brian. Brian, despierta. Tenemos que salir de aquí –dijo con suaves palabras, pero el chico no reaccionó.

Sintiendo que el tiempo apremiaba, Nadine posó su mano en el hombro izquierdo de Brian y lo sacudió un poco para llamar su atención. Brian se mantuvo inmóvil.

—Por favor, no me hagas esto. Tenemos que salir de aquí. Vamos, Brian, no puedo cargarte –imploró.

El calor estaba aumentando, el reflejo de las llamas cada vez más visible entre el intenso humo. Entrando en la desesperación, Nadine cacheteó un poco la mejilla sana del chico, pero él se mantuvo quieto como un muñeco de trapo. Las lágrimas estallaron en los ojos de Nadine al darse cuenta que tendría que abandonarlo si no quería morir sofocada por las llamas y el humo. Sollozó de la frustración y la impotencia. ¿Cómo podría vivir con esa decisión en su conciencia? No quería dejarlo aquí para que muriese.

Aunque sabía que era inútil, Nadine intentó levantarlo, pero el peso muerto del chico era demasiado para lograr arrastrarlo hacia la entrada. Incluso asumiendo que podría aguantar las apuñaladas de dolor en su hombro recientemente dislocado. Tenía que tomar la decisión, tenía que hacerlo rápido.

Sollozando sin control, Nadine se acercó a Brian y aferró el cuello de la bata del chico. Sin pensar bien lo que estaba haciendo, juntó su frente a la de él.

—Lo siento. Brian, por favor, perdóname –gimoteó a modo de despedida.

Justo entonces, Nadine sintió un leve movimiento bajo su frente. Con un grito de victoria, alejó atropelladamente un poco su rostro del de Brian para verificar que el chico efectivamente estuviese saliendo del trance. Se movió incómodo bajo el escrutinio, su respiración acelerándose cuando comenzó a percatarse de su alrededor.

—Brian, mírame. Soy yo. Tenemos que salir YA de aquí –insistió Nadine con un resoplido de alivio, tomando nuevamente el hombro del chico para llamar su atención.

Brian fijó su mirada en ella por un segundo para luego desviarla a un punto encima de ella. Sus ojos se abrieron en sorpresa y miedo justo cuando un estruendo resonó cerca de ellos.

—¡Cuidado! –fueron las primeras palabras del chico.

Con un tirón que casi vuelve le vuelve a dislocar el brazo, Brian la arrastró de su lugar hacia el suelo y cubrió su cuerpo con el de él haciendo caso omiso al grito de sorpresa de la chica. Algo pesado y flameante cayó cerca de ellos con un estallido. Piezas quebrándose por el impacto volaron cual proyectiles en varias direcciones y Brian gimió de dolor.

Nadine se incorporó con rapidez en cuanto Brian se hizo a un lado y examinó con prontitud la espalda del chico. Un trozo metálico y puntiagudo, pero no muy grande, se asomaba del hombro de Brian. Pensó en arrancarla, pero se contuvo. Era mejor que alguno de los médicos lo intentara.

—¿Puedes caminar? –inquirió entre llantos Nadine.

—C-c-c-creo que s-s-í –respondió entre dientes Brian.

Ahogando un gemido de dolor, el chico se incorporó. Ambos se encaminaron con prisa hacia la entrada, ya casi indistinguible entre el humo; el único indicio de la salida era un breve resplandor frente a ellos. Por más que forzaron su vista al máximo, tropezaron varias veces con capsulas u otros obstáculos en el suelo, enlenteciendo su salida.

Llegaron a la entrada tosiendo de forma quejumbrosa, con la garganta adolorida y sintiendo sus pulmones sucios de contaminación. Varias personas les hacían señas enérgicas para que se alejaran con rapidez de la nave en ruinas; nada más podrían hacer por aquellos que se encontraban todavía dentro.

Nadine hubiera dado su mundo por un vaso de agua para limpiar el cosquilleo de su garganta y su boca pastosa, pero sabía que el grupo de exploradores había salido hacía únicamente minutos. Sería una larga espera que seguramente costara la vida de varios de los heridos.

Tambaleante por el mareo del humo y con un creciente dolor de cabeza, Nadine se dirigió hacia el sector de los heridos para que alguno de los doctores ayudara a Brian con la esquirla que tenía en la espalda. Mientras esperaban se mantuvieron en silencio, agotados física y mentalmente.

¿Y ahora qué?, pensó Nadine.

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