Capítulo 11: Carnaval veraniego

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These are the nights that never die

My father told me»

No sé en qué momento perdí de vista a mi amiga y me encontré sola en la multitud que seguía coreando la canción y saltando con entusiasmo, me detuve un momento y noté que tenía muchísimo calor. Comencé a caminar entre las personas para salir de allí, la música cambió a una más lenta y sin gritos, así que aligeré mis pasos, sin embargo, el cuerpo de alguien me detuvo en seco, pues choqué de frente con él.

—Lo lamento —alcé la vista, era un chico que no había visto antes. Le sonreí por cortesía y él hizo lo mismo, pero cuando iba a continuar mi camino, no me dejó pasar.

—Con permiso —alcé la voz.

—Espera —me detuvo, noté sus manos en mi cintura y me giró hacia él.

Rápidamente reaccioné moviéndome hacia atrás y quitando con fuerza sus manos de mi cuerpo. Era alto y rubio, definitivamente no lo conocía, pero a juzgar por cómo se veía, seguramente era del equipo de fútbol americano.

—¿Qué quieres? —prácticamente le grité por el volumen de la música.

Él se acercó a mi oído.

—Bailar contigo.

—No quiero, gracias —contesté intentando ser amable.

—¡Vamos, Mila! —volvió a cogerme de la cintura, pero esta vez con más fuerza.

Al parecer el alcohol había entrado en su cuerpo.

¿Había dicho mi nombre? ¿De qué me conocía?

—Suéltame —me enfadé, ya podía sentir el corazón latiéndome en el cerebro.

Él me sostuvo con más firmeza y me apegó a su cuerpo sin dejar que me moviera, puse mis manos en su pecho e intenté empujarle, pero fue en vano, ya que tenía mucha más fuerza que yo y su cuerpo me duplicaba. Comencé a hiperventilar, nadie parecía ver la situación incómoda en la que estaba y él no cedía ante mis empujones e insultos.

—¡Suéltame imbécil! —estampé mi rodilla en su entrepierna con toda la fuerza que encontré.

Él se encogió del dolor, pero no me soltó del brazo que ya de verdad comenzaba a dolerme.

—Eres una bruta —decía con dolor en sus palabras, luego regresó a su posición fingiendo que no seguía doliéndole la entrepierna y me apegó a su cuerpo de un tirón más agresivo, ya el miedo se había posado en mi cerebro, debía pedir ayuda —Y me gusta que las mujeres sean así.

De pronto, un brazo que yo conocía se atravesó en el pecho del chico que tenía al frente y lo empujó con fuerza consiguiendo que me soltara.

—Vamos idiota, te ha dicho que la sueltes como cuarenta veces —la voz de Bruno.

El empujón que Bruno le había dado lo corrió unos cuantos centímetros atrás, se puso justo delante de mí, dándome la espalda y enfrentó al tipo.

—Sólo estábamos divirtiéndonos —sonrió el chico estirándole la mano a Bruno para saludarlo.

Bruno arqueó una ceja con su rostro frío y derramó todo el contenido de su vaso en las manos y ropa del chico.

—¿Pero qué demonios pasa contigo? —exclamó el tipo.

—Eres un idiota —contestó Bruno con molestia. Esa mirada irónica y enfadosa que tanto detestaba la estaba usando con el chico que teníamos en frente.

—Hey, Bruno.

—Hablamos en camarines, David —contestó Bruno, dueño de la situación. Cogió mi mano sin previo aviso y caminamos entre las personas hasta salir de toda la multitud.

¡Eres mio! ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora