Capítulo 9: El límite

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—Ya no hay vuelta atrás.

—Lo sé, pero no sabía que...

—No importa —me cortó —. Las disculpas no sirven cuando ya no hay vuelta atrás.

Arrugué las cejas.

—Claro que sirven.


MILA

Lo inimaginable estaba ocurriendo: Bruno y yo hablando... sin gritos y sin insultos. Y eso significaba sólo una cosa: Alcancé mi límite y sólo tenía ganas de largarme del campamento y llorar. Necesitaba contención y claramente Bruno no era la persona que me lo daría.

¿De qué me servían sus disculpas? Daniel no iba a volver a escribir la carta ni tampoco iba a regresar para sacarnos todas las fotografías que tenía.

Guardé silencio ante sus últimas palabras porque no tenía razón y no quería discutir una vez más defendiendo lo que pensaba, así que sólo lo vi respirar hondo, se acomodó en la cama y se quedó mirando un punto fijo en la pared. Quizá no debía ser tan dura... pues él no sabía las cosas valiosas que guardaba y quemó todo porque estábamos provocándonos mutuamente... algo iba a terminar mal y lamentablemente el fin de nuestro juego malévolo recayó en mí.

—Bueno... sólo me gustaría olvidarme de ese episodio de nuestras vidas —confesé.

Él se relamió los labios, luego volvió a mirarme.

—Sé muy bien que es difícil olvidarte de las cosas cuando realmente las querías.

Inevitablemente sentí el nudo posarse en mi garganta, mis ojos se llenaron de lágrimas y tragué duro. No quería que Bruno me viera llorar ni menos quería que estuviese hablándome como si fuéramos amigos o que estuviera intentando entenderme. Sólo quería zafarme de esa situación, pero estábamos amarrados y no podía arrancar.

Pero él notó mi expresión.

—No voy a juzgarte si lloras, Mila. Somos seres humanos.

—Eres la última persona que quiero que me vea llorar.

—No soy tan malo... —sonrió levemente consiguiendo que una de sus margaritas se marcara.

Apreté la mandíbula e intenté con todas mis fuerzas que las ganas de llorar se alejaran de mí, pero sin previo aviso ya estaba dejando que las lágrimas recorrieran mis mejillas. Dios... me sentía tan mal, sobre todo porque todavía no podía superar la muerte de mi hermano, la separación de mis padres y ahora estaba llorando frente a la persona que más odiaba en el mundo.

¿Cómo había dejado que ocurriera esto en tan pocos días?

Bruno se quedó congelado por un momento y yo me sequé la cara con más fuerza de la debida.

—Sólo quiero que esto acabe de una vez —solté exasperada.

No sabía muy bien a lo que me refería... si al campamento o al profundo dolor que sentía al pensar en mi familia, pero no pude indagar más allá de mis pensamientos, ya que sentí de pronto los brazos fuertes de Bruno rodeándome, luego una mano en mi espalda que me empujaba hacia su cuerpo con seguridad. Me quedé pasmada, estábamos muy cerca. Y antes de poder reaccionar y empujarlo lejos, se sintió tan bien que sólo respiré hondo y me apagué aún más a él.

De algo podía estar segura... Bruno no era malvado como creía... y yo tampoco.

No sé cuánto tiempo había pasado, pero terminamos tendidos en la cama en completo silencio, él seguía abrazándome y yo seguía fingiendo que no me ponía nerviosa tenerlo tan cerca de mi cuerpo. Se sentía bien tener su contención y sólo cerré los ojos respirando profundamente, hasta que finalmente me dormí.

¡Eres mio! ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora