—¿Las demás dices...?

—La única que realmente ha podido hablar o ser su "amiga" es Dafne, la hija de la dueña de Carpe Diem.

A Mila no le caía bien Dafne. La primera vez que se había encontrado con ella fue en el baño compartido, ambas estaban mirándose al espejo antes de salir a una actividad de deportes y Dafne se había reído de cómo le quedaba la ropa deportiva. Tenía una mirada despectiva y Mila no tenía mucha paciencia.

De pronto, la mirada del chico se quedó en la de ella por unos microsegundos, luego regresó a ver a sus amigos y esbozar una sonrisa.

Oh. Mila había sentido cosquillas en el estómago.

¿Era normal?

—Bueno. No creo que algún día hablemos, así que da igual —continuó Mila, mordió una vez más su sándwich y sus amigas rodaron los ojos.

Val y Emilia tenían una cualidad especial... siempre conseguían que Mila hiciera cosas que no quería —superficialmente, porque muy en el fondo si quería—, así que ninguna tomó muy en serio las palabras de su amiga.

Y, como si el destino quisiese ponérselo por delante, comenzó a encontrarse con él y su grupo de amigos todos los días en la cafetería. De seguro eso siempre había sucedido sin que Mila se diera cuenta, pero a ella le gustaba pensar que el destino estaba jugando a su favor esta vez.

Mila se había acostumbrado a observarlo, sobre todo cuando se reía con sus amigos. No podía evitar sentir un vuelco en el estómago cada vez que se le marcaban los hoyuelos en las mejillas. Miraba sus ojos grises, su piel canela y su cabello negro como el carbón. Y en más de una ocasión lo había visto entrenar sin camiseta alrededor del campamento. De seguro no era la única adolescente babosa por un chico sin camiseta, de brazos fuertes y abdomen marcado corriendo por allí.

Él parecía ni siquiera conocerla, pese a haberle fijado la mirada un par de veces que, para Mila, era todo un logro.

—¿Por qué no sólo le hablas? —le había sugerido Emilia.

Ambas estaban en la piscina, Val se encontraba en su habitación seguramente durmiendo una siesta. Bruno y sus amigos estaban frente a ellas dándose chapuzones y Mila no podía dejar de ver lo atractivo que se veía en bañador. Además, era un chico con muchísima personalidad, se reía fuerte, bromeaba con sus amigos e inventaba piruetas lanzándose al agua.

—No puedo...

—Ya se acaba el verano, Mila.

Ella suspiró.

—El otro verano será...

Y llegó otro verano.

Y ella no regresó al campamento... al menos no por ese año negro y triste que estaba teniendo.

Un verano más tarde, cuando todo comenzaba a armarse nuevamente en su vida, regresó a Carpe Diem.

Y nuevamente se encontró con Bruno.

Durante el tiempo que pasó sin campamento pensó que lo había sacado de su cabeza, ya que en la escuela también había chicos atractivos y había estado pasando por los suficientes problemas como para preocuparse por él, pero cuando regresó al campamento y vio a Bruno un poco más grande, con el cabello más corto y con su sonrisa encantadora, entendió que no se le había quitado el enamoramiento fugaz.

Pese a no hablar con él, nunca, ya había descubierto varias cosas de él —que de cierto modo la distraían de su inminente depresión—. Tenía un año más que ella, que adoraba el futbol americano y que vivía muy lejos de donde ella vivía, así que se decepcionó pensando que jamás podría ser su vecina. Ya sabía que su mejor amigo se llamaba Renato y que le gustaba el color rojo. También tenía claro por haberlo mirado tanto en la cafetería, que no comía nueces y cuando algo parecía ponerlo incómodo sonreía sin enseñar sus dientes. Y Bruno sí que tenía dientes bonitos. Pero más que dientes bonitos... tenía una sonrisa encantadora.

¡Eres mio! ImbécilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora