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La blanca nieve cubría todo el jardín de Saint Germain, faltaba un día para Navidad, siendo la tarde de noche buena, todos los niños del orfanato salían a jugar un rato en la nieve antes de entrar a tomar una taza de chocolate caliente frente a la chimenea.  Había veinte niños en total en el lugar, trece niñas y siete varones, Harry fue el último en llegar, por ende los demás niños no escatimaban para poder gastar todo tipo de bromas. A pesar de ser sólo un bebé de apenas cinco años y tres meses. 

Por lo general, Harry no hablaba con nadie a menos que sea estrictamente necesario, todos los días,  si no iba a que una de las hermanas le lea un libro, iba a al jardín a jugar con las plantas, aunque más de una vez lo sorprendieron jugando con algunas serpientes pequeñas del jardín, cosa que alertó a las mujeres quienes ya casi no dejaban salir al chico. Al pequeño Harry no le molestaba casi nada, excepto que, en efecto, no lo dejarán salir al jardín,  el enojo era tanto que sus ojos verdes parecían potentes rayos capaces de matarlas, más de una monja decía que el pobre niño estaba poseído por el demonio. 

Esa mañana, apenas si habían dejado salir al pequeño Harry afuera, y aprovechando, este fue corriendo todo los que sus cortas piernas pudieron dejarlo, marchó hacia la cerca lateral, donde un pequeño bosquecillo se extendía, allí era en donde más a gusto se sentía, se sentó en la fría nieve comenzando a hacer algunas figuras extrañas, al rato una que otra serpiente se acercaba a saludarlo, él les sonreía y hablaba bajo para ellas.

-¿Harry? - aquellos ojos celestes hicieron que en el pecho del pequeño de ojos verdes se instalara un suave calorcito, le sonrió suavemente a la mujer.

-Madre Esperanza- habló en voz baja, en todo el tiempo que llevaba jamás había alzado la voz y solo con aquella que lo había salvado del frío del otoño hablaba, la madre Esperanza.

-¿Que estás haciendo?- preguntó, sentándose cerca de él, pero con rapidez la detuvo, y con cuidado sacó a una de las pequeñas serpientes de no más de treinta centímetros, apenas y eran crías.

-Son buenas y mansas, pero si te sentabas sobre ella te mordería - susurró, la mujer abrió los ojos entre sorprendida y aterrada, no le gustaba que su niño jugara con esos animales. 

-¿Cómo es que no les tienes miedo, cariño?- hizo una mueca pero rápidamente la ocultó, fue tanto por la forma en la que se refirió a él como por juzgarlo por sus gustos en cuanto a las serpientes. 

-Son mis únicas amigas- respondió simplemente, el pecho de la mujer dolió. 

-¿Acaso yo no soy tu amiga?- preguntó, Harry lo pensó seriamente, pero luego negó con la cabeza.

-No, tu sólo estas obligada a cuidarme- respondió con sinceridad, provocando aún más dolor en el pobre corazón de la joven monja.

-Eso no es...- fue interrumpida por la aparición de una imponente figura, un hombre totalmente vestido de negro, pálido y con los cabellos negros muy largos. Era hermoso. 

-Disculpe, la madre Roxane me pidió que hablase con el chico- dijo, sonriendo de manera encantadora, las piernas de la mujer temblaron y Harry sonrió de medio lado  con lo que parecía  maldad.

-¿Q-Quién es usted?- dijo, tartamudeando, recordándole levemente al hombre mayor a cierta maestra de adivinación. 

-Mis disculpas, mi nombre es Tobias Snape, yo soy quien ha estado mandando las cartas- mencionó con parsimonia, los ojos de la mujer nuevamente se abrieron enormemente para luego sonreír.  Disculpándose y marchándose del lugar para dejarlos solos.

-Hola Harry, soy Severus - dijo sentándose frente al chico que solo lo miró perspicaz.

-¿No era Tobías? - susurró entrecerrando los ojos, el hombre frente a él sonrió y asintió.

The Dark Side  (Tomarry) |PAUSADA|Where stories live. Discover now