Pone las manos sobre su cabeza y camina por la habitación tratando de calmarse. Me mira y vuelve a hacer lo mismo. Coge una gorra y unas gafas de sol y se marcha. Antes de terminar de cerrar la puerta, vuelve a entrar.

—No es cierto eso que estás contando. Dime, ¿cómo es esa finca? —Parpadeo y pone las manos sobre mis hombros—. ¿Cómo es? —Me mueve para que hable.

—Pues... —No esperaba esa reacción y me quedo en blanco por un momento—. Está en el campo... —me mira, atento.

—¿Qué más?

—Tiene... tiene un gran puente que cruza una piscina. Un enorme recibidor cubierto de mármol con varias estatuas... y muchas habitaciones.

—¡No puedes haber estado allí! —frunce el ceño—. Lo has visto en fotos y quieres confundirme. ¿Quién te las ha enseñado?

—Nadie me ha enseñado nada. Me llevaron allí el primer día y me encerraron en una habitación sin ventanas durante horas o días. Perdí la noción del tiempo. —Sus ojos se abren sorprendidos.

—La habitación de... —Vuelve a mirarme fijamente—. Tengo que irme... —Cuando va a abrir la puerta se gira hacia mí—. Ni una palabra a mi padre de esto. No le digas que me has visto.

—Tarde. Se lo dije ayer...

—¿Lo sabe? —pregunta aparentemente preocupado.

—No me creyó...

—Mejor así. —Se marcha.

Me quedo pensativa mirando la puerta, y cuando reacciono vuelvo a ponerme la falda y los zapatos. Cinco minutos después vienen a buscarme.

—Vaya, sí que ha sido rápido. —Se mofa Alacrán—. Todavía le ha sobrado media hora. —Me mira y achina los ojos—. Creo que podríamos aprovecharla tú y yo. —Mi corazón comienza a latir con fuerza mientras se sienta en la butaca—. Quiero que me hagas lo que a ese tipo. —Desabrocha su pantalón y comienza a bajarlo. Instintivamente miro para otro lado.

—No me encuentro bien. —Rezo para que me crea—. ¿Podríamos irnos? Me siento mareada.

—Claro. En cuanto me des un poco de lo que ya sabes...

—Tengo unas horribles náuseas. Es posible que no pueda contenerme y vomite sobre ti. Estoy a punto de hacerlo. —Trato de crearle una fea imagen para que pierda interés.

—Arggg. ¡Qué puto asco! —Parece que funciona, porque vuelve a vestirse. No puedo creer la suerte que he tenido.

Me lleva hasta el coche y volvemos a la finca. A medio camino disminuye la velocidad y me mira por el retrovisor.

—¿Sigues con náuseas?

—Muchas —respondo mientras apoyo mi cabeza sobre mi brazo para hacerlo más creíble y vuelve a acelerar. Viendo sus intenciones, me aseguro de que siga pensando que estoy enferma para no correr ningún riesgo y le hago abrir un par de veces la ventanilla fingiendo sentirme peor. Se lo cree de tal manera que incluso me da un par de bolsas para asegurarse de que no manche el coche.

Cuando llegamos hay varias personas allí. Parece que estén celebrando algún tipo de fiesta. Es posible que por esa razón no haya venido el jefe con nosotros. Bajamos y caminamos hasta la puerta principal. Casi todas las chicas están en ropa interior y muchas ni siquiera llevan puesta la parte de arriba. Tampoco parecen estar pasándolo bien.

—¡Ana! —grito cuando veo a mi amiga apoyada en una de las paredes de la entrada. Intento ir hacia ella, pero Alacrán me lo impide.

—Sara... —Me oye y viene hacia nosotros tambaleándose. Parece drogada. Antes de llegar hasta mí, cae de rodillas, y por más que lo intenta no consigue levantarse.

Alacrán tira de mí y la dejamos allí. Siento preocupación y pena al no poder ayudarla.

—¿Ya estáis aquí? —El jefe sale de una de las habitaciones—. No os esperaba todavía.

—El cliente debe de ser un flojo —responde Alacrán y los dos ríen.

—Me viene bien. Llévala donde ya sabes. Vamos a hacerle algunas fotos. —¿Fotos? Esa palabra me asusta—. Estaba hablando con el jeque y quiere verla. —No sé quién es ese jeque del que les oigo hablar, pero no me gusta nada. ¿Será otro cliente como la montaña de carne?

Caminamos hasta una sala en la que hay varios focos.

—Ponte allí. —Me señala una pared de la que cuelga una lona blanca. Parece que todo está preparado para este tipo de cosas. No quiero imaginar cuántas chicas han pasado por aquí.

Dudo por un momento, pero finalmente me coloco donde me ha dicho. Si no lo hago por mí misma, no dudarán en usar la fuerza.

—Quítate la ropa —dice Alacrán, y la situación empeora. Me quedo inmóvil mirándole fijamente, esperando que no sea cierto lo que ha dicho, pero para mi desgracia lo repite de nuevo—. ¡Quítate la jodida ropa!

Las manos me comienzan a temblar mientras suelto los botones, y cuando ya tengo la camisa abierta, el jefe me para.

—No lo hagas. Es mejor que no vea la mercancía completa. Si la quiere desnuda, que pague por ello. —Cierro los ojos. ¿Mi vida será así a partir de ahora? ¿Vendida a clientes y pasando de mano en mano? Un nudo se me forma en la garganta mientras vuelvo a taparme.

Durante varios minutos el flash de la cámara salta sobre mí. Me hacen cambiar de postura continuamente y cuando creen que tienen material suficiente, Alacrán me lleva a la habitación.

Lejos de irse como creía, entra al cuarto conmigo y cierra la puerta desde dentro. Un escalofrío recorre mi espalda.

—Veo que estás mucho mejor...

«Mierda», me digo. He olvidado por completo seguir fingiendo y me ha descubierto.

Camino hacia atrás mientras se acerca, pero choco contra la pared y ya no puedo seguir apartándome.

—Voy a enseñarte lo que es un hombre. —Se pega a mi cuerpo.

—Por favor... —Giro la cabeza cuando intenta besarme.

—Si vuelves a hacer eso, lo pagarás caro. —Agarra fuertemente mi cara con sus dedos y me hace daño. Trato de soltarme, pero aprieta más y el dolor aumenta.

—Si te resistes será peor. —Saca su asquerosa lengua y la pasa por mi cara. Su aliento queda pegado a mi piel y tengo que esforzarme para no apartarme.

—¡NO! —grito cuando noto su mano en uno de mis pechos y le empujo. Soy incapaz de soportar su contacto.

De pronto, uno de sus puños impacta en mi cara y caigo al suelo sin poder evitarlo. Un fuerte dolor se forma en mi pómulo y antes de que pueda quejarme, agarra mi cuello y me levanta del suelo. Con las manos tiro de sus dedos y araño sus muñecas para que me suelte, pero no lo hace. Mis pies no tocan el piso y el aire entra cada vez con más dificultad en mi cuerpo. Comienzo a patalear nerviosa por la angustia y en uno de esos movimientos, sin saber cómo, alcanzo a golpearle en su entrepierna y me suelta al instante. Cae hecho un ovillo al suelo y veo como las llaves salen de su bolsillo. Con un rápido movimiento consigo cogerlas, y cuando voy hacia la puerta se da cuenta y me agarra del tobillo. Es incapaz de levantarse y gruñe dolorido, pero no me suelta. Con mi otro pie le doy una patada en la cara y me deja libre para cubrirse. Veo como su nariz comienza a sangrar, pero no siento ningún tipo de remordimiento. Consigo llegar hasta la puerta y por suerte la tercera llave que pruebo es la que abre.

La Marca de Sara - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora