Capítulo 14

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—Pero si me expulsan —dijo Harry en voz baja—, ¿me dejarás venir aquí y quedarme a vivir contigo?

Sirius esbozó una triste sonrisa.

—Ya veremos.

—Afrontaría mucho mejor la vista si supiera que, pase lo que pase, no tendré que volver con los Dursley —insistió Harry.

—Deben ser realmente odiosos para que prefieras vivir en esta casa —contestó Sirius con tono pesimista.

—Dense prisa ustedes dos, se van a quedar sin nada —los avisó la señora Weasley.

Sirius suspiró otra vez y echó un vistazo al tapiz; luego Harry y él fueron a reunirse con los demás.

Aquella tarde Harry hizo todo lo posible para no pensar en la visita mientras vaciaban las vitrinas. Por fortuna para él, era un trabajo que requería gran concentración, pues muchos de los objetos que había allí dentro se mostraban muy recios a abandonar sus polvorientos estantes. Sirius recibió una fuerte mordedura de una caja de rapé de plata; pasados unos segundos, la mano herida había generado una repugnante costra, como una especie de guante marrón muy duro.

—No pasa nada —dijo examinándose la mano con interés antes de darle unos golpecitos con la varita mágica para que la piel volviera a su estado normal—. Dentro debía de haber polvos verrugosos.

Metió la caja en el saco donde iban guardando lo que sacaban de las vitrinas, y poco después Harry vio cómo George se envolvía la mano con un trapo y se guardaba la caja en el bolsillo lleno dedoxys.

Encontraron un instrumento de plata de aspecto espeluznante, algo parecido a unas pinzas con muchas patas; cuando Harry lo cogió, subió corriendo por su brazo, como una araña, e intentó pincharlo. Sirius lo atrapó y lo aplastó con un pesado libro titulado La nobleza de la naturaleza: una genealogía mágica.

También había una caja de música que emitía una melodía tintineante y un poco siniestra cuando le dabas cuerda, y de pronto todos se sintieron débiles y soñolientos de una forma muy extraña, hasta que a Ginny se le ocurrió cerrar la tapa de un porrazo; un enorme guardapelo que nadie pudo abrir, pero que encontraron justo frente a la puerta del curto que se le había asignado a Venus; varios sellos antiguos; y, en una caja cubierta de polvo, una Orden de Merlín, Primera Clase, concedida al abuelo de Sirius por los «servicios prestados al Ministerio».

—Quiere decir que les dio mucho oro —aclaró Sirius con desprecio, y metió la medalla en el saco de basura.

Kreacher se coló en la habitación varias veces e intentó llevarse cosas en el taparrabos, murmurando terribles maldiciones cada vez que lo pillaban. Cuando Sirius le arrancó de la mano un enorme anillo de oro con el emblema de los Black, Kreacher rompió a llorar de rabia y salió de la habitación sollozando y lanzando contra Sirius unos insultos que Harry nunca había oído.

—Era de mi padre —explicó Sirius, y metió el anillo en el saco—. Kreacher no le tenía tanto aprecio a él como a mi madre, pero la semana pasada lo sorprendí robando unos pantalones suyos.

-¡Ya llegue familia!- grito Venus justo cuando cerraba la puerta.

Cinco minutos después ya pensaba que había sido mala idea, su madre no había tardado en bajar por ella para llevarla a ayudar con las tareas del hogar.

La señora Weasley los tuvo unos cuantos días trabajando muy duro. Tardaron tres días en descontaminar el salón. Al final los únicos trastos que quedaron fueron el tapiz del árbol genealógico de la familia Black, que resistió todos sus intentos de retirarlo de la pared, y el escritorio vibrante.

La Promesa De Una WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora