Capítulo 32

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Ojo... que si hoy tenemos más de 20 estrellitas y 10 comentarios  subo otro capítulo 

Cuando por fin sonó la campana, Harry fue el primero en salir de la mazmorra, y ya había empezado a comer cuando Ron, la chica nueva y Hermione se reunieron con él en el Gran Comedor. El techo se había puesto de un gris todavía más oscuro a lo largo de la mañana. La lluvia golpeaba las altas ventanas.

— ¡Qué injusto! —exclamó Hermione intentando consolar a Harry. Luego se sentó a su lado y empezó a servirse pudin de carne y patatas—. Tu poción era mucho mejor que la de Goyle; cuando la puso en la botella, el cristal estalló y le prendió fuego a la túnica.

—Ya, pero ¿desde cuándo Snape es justo conmigo? —dijo Harry sin apartar la vista de su plato.

Nadie contestó, pues los tres y hasta Astrid, sabían perfectamente que la enemistad mutua que había entre Snape y Harry había sido absoluta desde el momento en que éste puso un pie en Hogwarts.

—Yo creía que este año se comportaría un poco mejor —comentó Hermione con pesar—. Ya saben... —miró alrededor, vigilante; había media docena de asientos vacíos a ambos lados, y nadie pasaba cerca de la mesa—, ahora que ha entrado en la Orden y es padrino de tu hermana.

—Lo estas complicando, ella también nos odia.

—Ella no los odia, solo no han hecho lo suficiente para agradarle.

—Las manchas de los hongos venenosos nunca cambian —sentenció Ron sabiamente—. En fin, yo siempre he pensado que Dumbledore está loco por confiar en Snape. ¿Qué pruebas tiene de que dejara de trabajar en realidad para Quien-ustedes-saben?

—Supongo que Dumbledore debe de tener pruebas de sobra, aunque no las comparta contigo, Ron —le espetó Hermione.

—¿Quieren parar de una vez? —dijo Harry con fastidio al ver que Ron abría la boca para replicar. Hermione y Ron se quedaron callados, con aire enfadado y ofendido—. ¿Tienen que estar siempre igual? No paran de molestarse el uno al otro, están volviéndome loco —añadió, y apartó su pudin de carne y patatas, se colgó la mochila del hombro y los dejó allí plantados.

Venus veía desde lejos la pelea que Potter había tenido con sus amigos. Su sonrisa como siempre era sarcástica.

— ¿De nuevo viendo a los demás Venus?

—Es la única forma de conocer a tus enemigos.

—Bueno, al parecer te tomas el tiempo de realmente conocerlos.

—El daño psicológico es el mejor amigo mío.

—Eres vil y cruel... me agrada.

El gato de Alec, Sombra, se paseó por sus piernas y ella lo tomo en sus brazos, acariciándolo, siendo como ella siempre  soñó. Siendo aquella chica mala que se había perdido hacia un año.

Draco Malfoy le paso un brazo por su hombro, mientras ella seguía acariciando al gato negro que tanto la quería. Astrid los veía desde lejos, y no era la única. Todos los alumnos veían a la nueva chica con el codiciado príncipe de Slytherin, con todas las vistas en ellos salieron del comedor y lejos de la mira de los alumnos y de los profesores.

Venus y Draco caminaron sin rumbo alguno, y durante el resto de la hora de la comida ambos se sentaron por ahí y sin perder mucho tiempo caminaron hacia el aula de Sybill Trelawney cuando sonó la campana.

Para Venus la clase de Adivinación era la que más curiosidad le daba, en Beauxbatons si impartían la clase, pero ella nunca la había escogido para tomarla. En lugar de eso, junto con sus amigos, había estudiado Runas Antiguas.

Cuando llego al aula ella vio a una mujer delgada, envuelta en varios chales y con muchos collares de cuentas; a Venus le recordaba a una especie de insecto por las gruesas gafas que llevaba, que aumentaban de tamaño sus ojos.

Cuando entró en el aula, ella estaba ocupada repartiendo unos viejos libros, encuadernados en cuero, por las mesitas de finas patas que llenaban desordenadamente la habitación; pero la luz que proyectaban las lámparas cubiertas con pañuelos, y la del fuego de la chimenea, que ardía con lentitud y desprendía un desagradable olor, era tan tenue que pareció que la profesora Trelawney no se había dado cuenta de que los rubios se sentaban en la penumbra. Los demás alumnos llegaron al cabo de unos cinco minutos. Alec entró por la trampilla, miró con detenimiento a su alrededor, vio a Venus y fue derecho hacia ellos, o todo lo derecho que pudo, pues tuvo que abrirse camino entre las mesas, las sillas y los abultados pufs.

—Astrid quiere que le presentemos a nuestros nuevos amigos —comento al sentarse junto a su amiga.

—Me alegro —dijo Venus.

— ¿Solo eso? Creí que dirías alguna otra cosa. —añadió Alec.

—Yo no... tengo mucho que decir, ella va a querer controlar nuestras amistades en Slytherin ¿lo sabias?

—Claro que lo sé, es mi novia —afirmo el chico—. Pero creo que sería buena idea presentárselos, solo para que los conozca

—Que conste que te lo advertí... si quieres que ella los conozca ten cuidado, ella estaría en territorios enemigos, así que procura que no se meta demasiado. Porque ellos no van a dejar que salga entera si hace algo que no debe.

—Buenos días —saludó la profesora Trelawney con su sutil y etérea voz, y Alec se interrumpió; ahora estaba enfadado y un poco avergonzado a la vez, ella no tenía la culpa de hablarle con la verdad —. Y bienvenidos de nuevo a Adivinación. Como es lógico, durante las vacaciones he ido siguiendo con atención vuestras peripecias, y me alegro mucho de ver que han regresado todos sanos y salvos a Hogwarts, como yo, evidentemente, ya sabía que sucedería.

»Encima de las mesas encontraran sus ejemplares de El oráculo de los sueños, de Inigo Imago. La interpretación de los sueños es un medio importantísimo de adivinar el futuro, y es muy probable que ese tema aparezca en vuestro examen de TIMO. No es que crea que los aprobados o los suspensos en los exámenes tengan ni la más remota relevancia cuando se trata del sagrado arte de la adivinación, porque si tienen el Ojo que Ve, los títulos y los certificados importan muy poco. Con todo, el director quiere que hagan el examen, así que...

Su frase quedó en suspenso, y los alumnos comprendieron que la profesora Trelawney consideraba que su asignatura estaba muy por encima de asuntos tan insignificantes como los exámenes.

—Ahora recuerdo porque no tome adivinación en Beauxbatons. —Susurro la rubia a nadie en particular.

—Abran el libro por la introducción, por favor, y lean lo que Imago dice sobre el tema de la interpretación de los sueños. Luego sientense en parejas y utilicen el libro para interpretar los sueños más recientes de su compañero. Pueden empezar.

Lo único bueno que tenía aquella clase era que no duraría dos horas. Cuando todos terminaron de leer la introducción del libro, apenas les quedaban diez minutos para la interpretación de los sueños. En la mesa contigua a la de Venus y Alec, un chico moreno había formado pareja con, ella creía que se llamaba, Neville, quien de inmediato emprendió un denso relato de una pesadilla en la que aparecían unas tijeras gigantes que se habían puesto el mejor sombrero de su abuela; Venus y Alec se limitaron a mirarse con desánimo.

—Yo nunca me acuerdo de lo que sueño —dijo Alec—. Cuéntame tú algún sueño que hayas tenido.

—Seguro que recuerdas alguno —replicó la rubia con impaciencia.

Ella no pensaba compartir sus sueños con nadie. Ni siquiera con su mejor amigo, no era que no quisiera, bueno en parte sí, pero últimamente tenia sueños muy confusos que ni ella misma había podido descifrar.

—Bueno, la otra noche soñé que Astrid terminaba conmigo —confesó su amigo haciendo muecas mientras intentaba rescatar aquel sueño de su memoria—. ¿Qué crees que significa?

—Pues que probablemente ella está pensando en hacer eso —sugirió Venus mientras pasaba distraídamente las páginas de El oráculo de los sueños.

— ¿Hablas enserio? —Pregunto alarmado Alec

—Claro que no. Era una broma.


La Promesa De Una WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora