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Adam entró a Sunny Ice un poco dudoso, Dione le había dicho que él sabía por qué le estaba pidiendo ir al lugar pero realmente él no sabía por qué estaba acudiendo a Sunny Ice. Se encontró con el lugar prácticamente vacío, Ornella estaba en la caja y al verlo señaló un lado en específico de la mesa, fijó su mirada en donde ella estaba indicando y se encontró con Billie sentada en una de las mesas.

No llevaba uniforme, frunció el ceño porque sabía que trabajaba ese día y no entendía por qué. Su único día libre eran los martes (y los domingos, pero no trabajaban los domingos).

—Hola—le dijo al acercarse a ella, Billie sonrió.

—Dione me ha dicho que me estabas buscando—comentó ella, Adam ocultó estar sorprendido a pesar de que realmente no entendía los planes de la chica.

—Emm sí—dijo y miró a Ornella quién estaba más pendiente de su celular que de la conversación de ambos—. ¿No trabajas hoy?

—Pedí el día libre—mencionó—; hoy no tenemos muchos clientes. Además, creí que era importante, ya que fue Dione que me escribió.

Y entendió a qué se refería Dione cuando le dijo que fuera a Sunny Ice.

A buscarla a ella, porque estar con Billie era la pelea que su corazón y su cerebro vivían teniendo desde el primer beso que le dio.

—Quiero invitarte a comer—dijo improvisando—. Me gustaría que pudiésemos hablar de algo.

Billie asintió, se levantó de la mesa y se acercó a él para darle un beso en la mejilla como saludo.

— ¿A dónde vamos?

Adam no contestó. Tomó el brazo de Billie y caminó con ella hasta la salida, ahí se encontraba Martin, en el auto de su madre, esperándolos.

—Hola Billie, soy el chofer el día de hoy aparentemente—le dijo el chico al verla, Adam le abrió la puerta trasera del auto para que ella entrara y se montó de copiloto.

—¿Cuánto te está pagando por esto? —rió ella y Martin negó.

—Ojalá me pagaran, sólo he sido amenazado con decirle a mi mamá que fui yo quien destrozó las flores de su jardín. Sucio y horrible amenaza—le dijo él y Billie sonrió, Adam sólo negó a pesar de que era cierto.

Martin los dejó frente al Dush y Adam ayudó a Billie a bajar para luego entrar al local. Jenny, la dueña del lugar, los recibió de forma alegre como solía hacer siempre con sus clientes.

—Este es el lugar favorito de Griffin Arlen—dijo Billie sentándose en una de las mesas—. Me emociona sólo la idea de que estoy sentada en una mesa que pudo tocar él.

Adam sonrió y asintió.

— ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? —preguntó ella y él negó—. Fue en San Valentín, estabas molesto de no haber tenido una cita y decidiste superar tu tristeza con helado.

—Ese día creé a Dione—dijo—. Lo recuerdo.

—Ese día me enamoré de ti—dijo ella—. No creía en el amor a primera vista hasta que te vi—confesó y sonrió tímida—. Estabas sentado en la barra, llevabas tu libreta en la mano y pediste el helado más grande de todos. Eran como para cuatro personas seguramente—rió ella—. Te veías muy lindo.

—Ese día no me dejaste pagar la cuenta.

—Estabas triste, es una regla regalarle un helado a una persona cuando tiene problemas amorosos—dijo y Adam sonrió, era un lema de Sunny Ice.

—Me habían rechazado—dijo—. Para ese momento me gustaba Naomi, pero ella le gustaba alguien más y me rechazó por ello.

—Que tonta fue esa chica—Adam negó, no lo veía como algo tonto, sólo no era atractivo para ella—. Igual de tonta como Dione si te deja ir.

—Realmente no lo veo así, hay personas que no están destinadas a estar juntas—mencionó—. Eso es todo.

— ¿Por qué querías hablar conmigo?

—También llegaste a gustarme—confesó—. Ese día en que te vi pensé que eras una de las chicas más lindas que había conocido. Regresé a Sunny Ice tres días luego por dos razones: el helado y tú. Aunque más tú, habían muchas heladerías, pero no en todas se encontraba una pelirroja.

— ¿Y qué sucedió?

— ¿Qué sucedió?

—Ya no te gusto.

—Creo que más fue como una idea hibernada—respondió—. Estaba ahí, sólo que no despierta.

— ¿Por qué no la despiertas? —preguntó y Adam la miró confundido.

Ella lo tomó del cuello y juntó sus labios con los de él. Todo, de un momento a otro se había paralizado, o al menos fue lo que ambos sintieron. Ninguna persona en aquel lugar podría entender lo que pasaba; pero se sentía bien, se sentía real.

Y ella deseó que ese momento nunca acabara.

Fuera De TextoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora