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«Las noches se vuelven oscuras cuando no pienso en ti

Creí que era porque eras la luz

Pero yo soy la luz

Tú eres la linterna que me acompaña»

«Qué patético»—pensó—. «Ni si quiera rima»

Arrancó la hoja de la libreta y la arrugó hasta formar una bola para así botarla a la basura. Era viernes por la noche y lo único que hacía era lamentarse, toda su papelera estaba llena de papeles y no sabía qué hacer.

Billie le había dicho que no se estaba comportando como un idiota pero realmente sí lo hacía, la estaba esquivando, no quería verla porque sentía que iba a arruinar más la relación que tenían, pero al mismo tiempo al no verla lo hacía poco a poco. Estaba metido en un ciclo del cuál no sabía cómo salir.

¿Qué estaría haciendo Dione?

¿Qué estaría haciendo Billie?

¿Por qué pensaba en ambas cuando podía estar escribiendo?

¿Por qué no podía escribir?

—Adam la cena está lista—escuchó a su papá gritar desde la cocina. Miró la hora en su celular y quitó el modo avión para dejarlo en su escritorio y salir de la habitación.

Sus padres se encontraban sentados en la mesa ya comiendo, el pelinegro se sentó con ellos y tomó el tenedor para empezar a comer su plato. Su familia desde hace un par de meses había entrado en la onda de comer sano y nutritivo todas las noches, y aunque al principio le había molestado un poco, terminó gustándole.

—Tu mamá me dijo que saldrás mañana—mencionó su papá, Adam asintió—. ¿Irás con Martin?

—No, con una amiga—respondió, su papá le dio una mirada a su mamá y ella se encogió de hombros al no saber nada.

— ¿Una amiga?

—Sí—se limitó a decir—. Es nueva en la ciudad, le mostraré un poco el lugar—su papá asintió, aunque no se encontraba muy convencido con la explicación que había dado.

Adam no era muy abierto sobre esos temas con sus padres, las conversaciones respecto a las chicas tendían a quedarse de esa forma. Es las englobaba en la carpeta de amigas y confiaba que con eso su padre no le preguntara más al respecto.

Se le hacía incómodo, no solía gustarle muchas chicas por lo que nunca sabía cómo comentar o dar a conocer la situación. También se debía a que su padre solía meter la filosofía en sus conversaciones y lo menos que él quería era que lo comparara con alguno de sus alumnos universitarios.

—Mañana tu papá y yo iremos a llevarle a tu abuela unas cosas que nos pidió que le compráramos—comentó su mamá—. Cuida a Suma y no dejes que se haga pis en la casa; recuerda que si la dejas dentro mientras no hay nadie, siempre quiere ensuciar.

—Lo sé—respondió—. La dejaré en el patio, ahí sabe cómo comportarte—su mamá asintió.

—No lo olvides Adam, siempre lo olvidas—ella lo sermoneó, Adam rió y luego asintió.

—Prometo que esta vez no.

—Igual colocaré una nota en la puerta para que la veas al salir—dijo, Adam se echó a reír y miró a su perra que estaba acostada a unos centímetros de sus pies.

Quizás ese día, en vez de intentar escribir, podría pasar más tiempo con Suma, así no se molestaba cada quince minutos por no escribir nada considerablemente bueno.



Fuera De TextoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora