✦ DÍAS 27 Y 28 ✦

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Irina regresó al túnel, desesperada.

Los rayos del sol comenzaban a asomar tras el horizonte. Solo ella quedaba en medio del campo, entre la desolación de la zona rural de Argentina. Delfina y los niños habían continuado el viaje a la casona de don Lucio con lentitud, pero ella no podía hacerlo. No se marcharía sin Anahí. Ya podría alcanzarlos luego.

Bajó por las escaleras con prisa y se sumió en la negrura con la linterna casi sin batería. En su desesperación, no reparó en el vehículo negro que estaba estacionado a pocos metros de allí.

La muchacha caminó a los tropezones, sin dejar de llamar el nombre de su amiga cada varios minutos. La luz comenzó a parpadear, amenazando con extinguirse, pocos minutos después. Ella decidió apagarla en caso de necesitarla luego para una emergencia, el túnel quedó sumido en casi completa oscuridad.

—¡Anahí! —decía cada varios metros—. ¡Ani! Si me escuchás, hace algún ruido, por favor. —Tenía los ojos húmedos por la preocupación.

Irina sentía su cuerpo adolorido, sabía que tenía raspones en las piernas y en los brazos. Su piel seguro se teñiría de violeta en algunos sectores a causa de los golpes que se daba al avanzar.

«Por favor, aparecé pronto...», rogó en silencio una y otra vez.

Encontró a Anahí un par de horas más tarde, a casi dos kilómetros de la escalera; allí casi no se podía respirar y una delgada capa de humo cubría todo. Muy a lo lejos se colaba el reflejo rojizo de las llamas de la fortaleza. La silueta de la pelirroja se delineaba apenas entre las rocas y era el lento vaivén de su pecho lo que delataba su presencia. La chica no podía moverse, pero seguía consciente. Respiraba con dificultad y parecía tener quemaduras en todo el cuerpo. En la penumbra, su piel mostraba tan solo un amplio contraste entre las áreas sanas y las heridas. Lloraba, con la mirada perdida y sin observar nada en realidad.

—¡Ani! ¡Ani! —gritó Irina mientras se acercaba. Se abalanzó sobre ella y la abrazó con delicadeza para no lastimarla más—. ¿Me escuchás? ¿Estás bien? ¿Qué mierda pasó?

—Lucio —pronunció la pelirroja con un lastimero atisbo de voz.

—¿Qué te hizo ese hijo de puta? Decime dónde está que, si te hizo daño, lo voy a matar con mis propias manos —se apresuró a interrumpir Irina.

—Lucio... se fue —susurró Anahí—. Me salvó y... el fuego —su llanto empeoró—. Se fue por mi culpa.

—¿A dónde se fue? —La falta de tacto de la morocha no fue intencional, no comprendió el mensaje de inmediato, pero pronto supuso a qué se refería su amiga—. Pará, ¿se fue para siempre?

Anahí lloró con más fuerza, sus quejidos mezclaban el dolor y la angustia, la carcomía la culpa. Él se había sacrificado para darle la chance de tomar una decisión. Había cambiado toda su existencia por una opción que ella no sabía si tomaría.

—Hablame, Ani, por favor —rogó Irina.

—Yo lo maté.

—No, vos no hiciste nada —aseguró la morocha, sin saber en realidad lo que había ocurrido—. Vamos, parate. Salgamos de acá antes de que sea tarde. No entiendo mucho de lo que decís, pero lo más importante es rajar del túnel. Dale.

Confundida y preocupada por las heridas de la pelirroja, Irina se guardó las preguntas para otro momento y la ayudó a ponerse de pie. Entre quejidos, la arrastró como pudo a través del túnel. El sitio era tan angosto que no podía cargarla y tuvo que forzarla incluso a subir las escaleras. Los gemidos de dolor resonaban con eco en el espacio.

Una vez fuera, casi al mediodía, Anahí se desmayó por fin, aliviada ante la luz del sol.

Irina se sentó a su lado un rato y la observó mientras recuperaba el aliento. Su amiga apenas si respiraba, o eso le parecía. Las heridas se veían graves y ella era incapaz de juzgar cómo actuar para no empeorar las cosas. No quería volver a causarle dolor, no deseaba lastimarla más. Ya había cometido demasiados errores.

Se debatió por horas sobre qué hacer, no sabía si lo mejor era cargar a Anahí hasta la casona o esperar que fueran a buscarlas.

Al final, cuando el atardecer comenzó a caer, decidió marchar. Intentó encender el auto de Lucio, que seguía estacionado allí, pero la batería estaba muerta. Tuvieron que caminar.

Irina cargó como pudo a Anahí en su espalda y avanzó por el borde de la ruta otra vez. No estaba segura de cuánto le tomaría alcanzar su destino y solo deseaba que su amiga no pereciera antes de recibir los cuidados pertinentes.

«Si tan solo supiera sobre primeros auxilios», se lamentó la morocha. «Resistí, Ani. Por favor».



Irina entraba y salía de la habitación de Anahí

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Irina entraba y salía de la habitación de Anahí. Se retiraba para ocuparse de tareas importantes, pero regresaba en cada oportunidad que se le presentaba. La pelirroja no despertaba y las quemaduras parecían no mejorar, al menos, no con la prisa suficiente.

Habían llegado a la casona al amanecer, Inés las había encontrado y cargado en su moto en medio de la noche.

Las dos empleadas se hicieron cargo de la pelirroja mientras que Delfina atendía a su hermana. Irina logró ducharse y comer algo, pero la preocupación le impedía conciliar el sueño.

Llevaba varias horas alterada. Se había mordido todas las uñas y en cualquier momento comenzaría a arrancarse los pelos. Olga aseguraba que todo estaría bien, pero ella no confiaba en las empleadas de Lucio.

Había murmullos en los pasillos. Nadie sabía qué había ocurrido en realidad o dónde se encontraba don Ocampo. Anahí era la única persona capaz de dar respuestas a las incontables preguntas que se formulaban en la casona. Solo podían esperar. Querían saber qué ocurrió con Lucio y con El Refugio. Temían que los sunigortes fueran a buscarlos hasta allí y que el alivio fuese temporal.

El miedo latía con fuerza entre los adultos.

—Vamos, Ani, levantate —le susurraba Irina de vez en cuando. Se arrodillaba en el suelo junto a la cama y colocaba la cabeza sobre el colchón—. Te necesito. No podés desaparecer ahora. No así.

Pero Anahí no despertó esa tarde ni esa noche.

Pero Anahí no despertó esa tarde ni esa noche

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Purgatorio (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora