v e i n t i n u e v e

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El suave ruido del motor del auto amenaza con arrullarme hasta quedarme dormida. Voy en el asiento trasero y podría abrir la puerta y escapar en cualquier momento, pero Audrey me cuida a escasos centímetros, con el arma apuntando discretamente en mi dirección por cualquier intento que yo haga.

Dejo caer mi cabeza hacia atrás en el asiento y cierro mis ojos.

¿Por qué no me mató y terminó con esto? Hubiera sido mucho más sencillo para él, en lugar de montar todo este teatro que comienza a marearme. Siempre es así en las películas de acción; el malo rapta a la chica y la lleva lejos, para después hacer no sé qué cosa.

¿Qué quiere hacer Joe conmigo? Ese es el gran misterio de mi vida. ¿Qué pinto de importancia, más allá de ser el medio para hacer daño a las dos personas que más odia en esta vida?

—Asesinaste a tu propia hermana. —hablo en voz baja, dirigiéndome a Audrey. Ella me frunce el ceño y giro la cabeza para prestar atención a su rostro que se encuentra hecho un desastre con todo el maquillaje corrido por las lágrimas.

—Ella no debía meterse, no era su asunto. —masculla enfadada, evitando mirarme.

El alma se me cae a los pies. Yo esperaba que ella me confirmara que Daisy no había muerto en su forcejeo. Aunque, por otro lado, no puedo creer que lo hiciera; yo misma pude notar la desesperación de Audrey porque Daisy desapareciera de la escena antes de que se viera obligada a hacerle daño.

—Hemos llegado, sácala del auto. —Joe estaciona dentro del garaje de la casa por la que estuve enfrente hace un par de meses, cuando el aroma dulzón llamó mi atención y por poco hizo que cayera en la boca del lobo. La rubia asiente, me toma del brazo y me jala fuera del auto. Reprimo mis comentarios, muerdo mis labios cuando algo me duele y sumisamente camino frente a Audrey hacia el interior de la casa.

Miro cuidadosamente una vez que estamos dentro; las paredes son de un amarillo muy claro y muebles en tonalidades caoba adornan la habitación. El suelo está alfombrado y un par de sofás blancos con cojines amarillos decorativos se encuentran en la pequeña sala. Es una casa pequeña, un intento de un hogar acogedor. Y no es nada más que eso; el intento de un hogar.

El simple hecho me descoloca.

Joe desaparece, supongo que va en dirección a la cocina y en esa habitación hay ruidos. No estamos solos.

Audrey sube las escaleras no sin antes darme una última mirada y me quedo sola, en medio de la sala de estar de una casa extraña. De repente esto no parece un rapto, ni siquiera podría imaginar que lo del restaurante sucedió en realidad... es como... como si yo fuera la hija desobediente que se metió en una pelea y sus padres han tenido que recoger, pues ha quedado suspendida. Es como si hubiera sido esa chica que llevan con un castigo a casa, y que en casa sus padres no quieren siquiera ver, porque para ellos es una vergüenza.

Joe está intentando hacer la familia que nunca pudo.

Camino de espaldas hacia la puerta principal y tiro del pomo para abrirla, pero está cerrada con llave.

—No, no, no, no, no. —repito silenciosamente, como si se tratara de una plegaria. Me siento dentro de una terrible película de terror.

—La cena está servida. —una voz llama a mis espaldas y la reconozco inmediatamente; mamá.

¿Qué diablos está sucediendo? ¿Qué es esto? ¿Qué clase de retorcido juego es este?

Intento abrir la puerta, repitiendo sin descanso "no", hasta que siento que soy tomada del cabello y colocada bruscamente en el sofá. Joe se muestra imponente y sonriéndome con descaro.

Brave | niall horanWhere stories live. Discover now